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Adiós a la transgresora

Débora Arango murió el pasado 3 de diciembre a los 98 años, en su casa en Envigado. Estos son los testimonios de las personas más allegadas a una librepensadora que se adelantó a su época.

12 de febrero de 2006

Crudamente femenina, así se podría definir la obra de Débora Arango. Desde cuando inició sus pinceladas, en los comienzos del siglo XX, demostró su capacidad infinita de meterse en el alma humana y en la realidad de un país conservador. La sensibilidad de Débora logró desdoblarse para expresar la vida cotidiana y para mirar, mucho más hondo, un país violento y pacato. Así la recuerdan varios de sus allegados más cercanos. Martha Elena Bravo - amiga. "Cuando la conocí, en los años 80, yo era la directora de cultura en la Gobernación de Antioquia y recuerdo que le dimos el premio de Cultura de 1983. Lo que me impactó esa primera vez que la vi fue su cara toda llana, con expresiones cálidas y unos ojos dulces como de mamá y me pregunté de dónde salía tanta fuerza para pintar esos cuadros tan crudos... Me impresionó, no sólo de su obra sino de ella como persona, la contundencia para enfrentar una sociedad difícil y excluyente. Débora no sólo fue atacada por el contenido de sus cuadros, sino porque estaba rompiendo las barreras de toda una escuela expresionista. "El año pasado, el Museo de Arte Moderno de Medellín llevó su obra a Madrid porque desde la dictadura de Franco, que le hizo bajar los cuadros hace 50 años, ella mantenía muchos deseos de volver. Débora me decía con mucha sorna: "Me quiero sacar ese clavo". Y el primer día de la exposición la llamé y le dije: "Débora tus cuadros están colgados en España. Te sacaste el clavo". Cuando la visité para entregarle el libro de la exposición, se le salieron las lágrimas. "El tren de la muerte creo que es la obra más fuerte de Débora. En su casa de Envigado me contó que el cuadro surgió de una visita que hizo a Puerto Berrío. Ella llegó al Hotel Magdalena y vio a unos hombres que llegaban al pueblo como en una redada. Desde el balcón vio cómo los metían en un tren y lo que Débora hizo fue sentarse a convertir esa visión de una realidad puntual en una obra de arte, en un cuadro precioso'. Cecilia Londoño - sobrina? "Me pasé para su casa el 9 de mayo de este año. Lo decidí porque después de que murió su última hermana había recaído muchísimo. Sólo salía al médico o a la peluquería, lo que pasaba es que no le gustaba salir de la casa. "Las ganas de pintar le surgían en cualquier momento. Cuando yo estaba niña solía acompañarla a reclamar la renta de unos locales que tenía en el centro, y muy cerca quedaban los prostíbulos. Aprovechaba para ver a las mujeres trasnochadas y a los hombres aún borrachos. Tan pronto los cruzábamos, detenía el carro y me decía: "Mija páseme el papel y el lápiz, el papel rápido, rápido". Y comenzaba a trazar sus cuadros. Inclusive, cuando no había papeles en blanco, hacía sus trazos en los cartones donde empacan las medias de mujer o en las listas del mercado. En 1996 la invité dos semanas a Cartagena y le gustó tanto, que se quedó tres meses enteros. Caminaba por la ciudad vieja todas las mañanas hasta que un día me dijo : "Yo aquí sí vuelvo a pintar". Salimos a conseguir las herramientas y cuando llegamos al apartamento me sentó en la cama y me puso un mantel de colores pasteles sobre la espalda. Duró ocho días haciendo esa obra. Le dio mucha dificultad porque desde hacía 15 años no se enfrentaba a su pintura. Pero allá se reencontró como artista y fue muy gratificante. Tanto, que a partir de ese momento pintó sus últimos tres cuadros en Cartagena". Óscar Hernández - jardinero "Yo viví con Débora 30 años. Llegamos a tener tanta confianza, que nos manteníamos peleando. Cuando la molestaba con eso de la muerte, ella me decía: "So puta te voy a hacer mucha falta cuando me muera". Ella añoraba la muerte, decía que Dios se había olvidado de ella y le preocupaba estorbar a los que la cuidábamos. Aunque por la edad ya le quedaba muy difícil pintar, acostumbraba a dibujar palomitas en papeles blancos. En algunas ocasiones me las regalaba y me decía que si me faltaba plata, las vendiera. Estoy seguro de que si en 10 ó 20 años pienso en Débora, me la voy a imaginar con su ropa rosada y blanca, sus colores preferidos y con los trazos de sus palomitas".