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Los últimos videos de Bowie tienen una estética mortuoria, como se puede ver en ‘Lazarus’, donde aparece en la cama de un hospital psiquiátrico con los ojos vendados.

MÚSICA

El epitafio

El último álbum del cantante inglés David Bowie se publicó casi simultáneamente con la noticia de su muerte. Al parecer, no fue coincidencia.

Juan Carlos Garay
16 de enero de 2016

A pocos meses de haber lanzado su disco Reality, en 2003, David Bowie publicó en la revista Esquire un listado de las cosas importantes que había aprendido en la vida. Uno de esos ítems hablaba sin tapujos del proceso de composición: “Cuando estoy bloqueado para terminar una letra saco mi último recurso: abrumadora falta de lógica”.

Parece que muchos pensaron que Bowie había empleado aquel recurso al máximo cuando escucharon por primera vez Blackstar (que, de haber retrasado su fecha de publicación una semana, habría terminado siendo un documento póstumo). Un crítico del periódico The Guardian quedó atónito ante las menciones de “diseños de calavera en mis zapatos” y frases como “El espíritu se elevó un metro y dio un paso al costado”. Intentó examinar su significado y al final tiró la toalla: “Les deseo suerte con eso”, escribió a sus lectores.

Dos días después, David Bowie dejó este mundo. Y entonces todo pareció cobrar un extraño sentido. Los comunicados de la familia y un anuncio del productor del disco confirmaron la respuesta. Bowie había estado luchando contra el cáncer durante 18 meses. En ese tiempo alcanzó a componer las canciones, grabar el álbum e incluso diseñar un par de videos con una estética mortuoria muy consecuente. Quiso despedirse de sus fans en mensajes cifrados. Quiso que su muerte fuera, al igual que su vida, una obra de arte.

Escuchar ahora Blackstar bajo esa luz se vuelve una experiencia escalofriante. Hay pasajes electrónicos de cierta densidad, cambios bruscos de armonía y varios inspirados solos de saxofón (el instrumento que estuvo más presente en sus últimos discos) a cargo del músico de vanguardia Donny McCaslin. Sobre ese tejido sonoro, que algunos sugieren que va más allá de las fronteras del rock, David Bowie canta versos como: “Mírame aquí arriba, estoy en el cielo”. Pareciera divertirle la idea de ser escuchado post mórtem.

Las interpretaciones no se han hecho esperar. La “estrella negra” de la que habla el título puede corresponder a la definición astronómica de un campo gravitatorio que absorbe toda la energía, o puede ser una metáfora de la enfermedad terminal. La obra de arte no se limita a un solo significado. En todo caso, nos gusta encontrarle una razón a estas cosas. A mí se me ocurre que el astronauta muerto en el video de Blackstar es el mismísimo Tom que protagoniza Space Oddity, su canción de 1969 que trata sobre la soledad del espacio sideral. Y me gusta pensar eso porque equivale a decir que la vida, como la obra de Bowie, tiene un comienzo claro y un cierre perfecto. Y, por lo tanto, tiene sentido.

A partir de ahora, Blackstar entra a una galería mítica de obras musicales que miran a los ojos a la propia muerte. Como el Réquiem de Mozart. Pero acaso sea más comparable con el último libro de otro inglés genial y sarcástico: Mortalidad de Christopher Hitchens. El escritor fue diagnosticado con cáncer en 2010 y decidió llevar un diario de sus emociones y reflexiones durante el tiempo que lo separaba del sepulcro. A mitad del libro explica cuál es su voluntad: “Cuando afronte la extinción quiero estar totalmente consciente y despierto, para ‘hacer’ la muerte en voz activa y no en voz pasiva”.

Parece ser la misma intención de Bowie. Solo que Bowie no necesitaba esas palabras. Sus herramientas fueron siempre la música potente y la poesía del enigma.

Vea el video de Lazarus: