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Jon Lee Anderson, periodista y biógrafo del Che.

LIBROS

El Che en novela gráfica

El periodista Jon Lee Anderson, en colaboración con el dibujante mexicano José Hernández, cuenta la historia del líder revolucionario en Cuba.

Luis Fernando Afanador
9 de julio de 2016

Jon Lee Anderson / José Hernández

Che. Una vida revolucionaria

Sexto Piso, 170 páginas

2016

No es una biografía, es una novela gráfica. La diferencia es grande: no nos cuentan la vida del Che, sino algunos episodios, utilizando recursos narrativos. En La Habana, 1965, ‘año de la agricultura’, el Che le escribe una carta a Fidel Castro: “Fidel: me recuerdo en esta hora de muchas cosas, de cuando te conocí en México en casa de María Antonia, de cuando me propusiste venir a Cuba, de toda la tensión de los preparativos. Un día pasaron preguntando a quién se debía avisar en caso de muerte y la posibilidad real del hecho nos golpeó a todos. Después supimos que era cierto, que en una revolución se triunfa o se muere (si es verdadera)”. El Che se dispone a cerrar un ciclo e irse al Congo, a seguir su lucha revolucionaria. De inmediato, la narración hace un flashback hasta Tuxpan, México, en noviembre de 1956, cuando el Che en compañía de los Castro, Camilo Cienfuegos y 78 combatientes más están a punto de embarcarse en el Granma, rumbo a la Sierra Maestra, donde iniciarán el proceso de derrocamiento del dictador Fulgencio Batista. Los años en Cuba del Che, esta novela se limita a contarnos solamente eso.

La primeras imágenes del libro son una cerilla encendiéndose y un primer plano del rostro del Che. Detalles significativos, memorables. Los colores de las ilustraciones son mate, algo sombrías, dando una atmósfera de tiempo pasado, de cine negro. No aparece aquí la rutilante luz del Caribe. Sin duda, una elección estética que se complementa con el texto, que combina los hechos históricos, la lucha revolucionaria, la toma del poder, la tirante relación con Estados Unidos y la Unión Soviética, la crisis de los misiles, la desaparición de Camilo Cienfuegos, con el punto de vista subjetivo del Che, basado en sus diarios y cartas, donde sabemos de sus temores, sus dudas, sus mujeres y la intensa unión con su madre: “Pero si se equivocan, que al fin hasta los dioses se equivocan, creo que podré decir, como un poeta que no conoces: ‘solo llevaré bajo la tierra la pesadumbre de un canto inconcluso’”. El dibujante José Hernández, reconocido como uno de los grandes autores mexicanos de cómic, y el periodista Jon Lee Anderson, el mejor biógrafo del Che –tuvo acceso en Cuba a documentos y testimonios valiosísimos–, se complementan muy bien. Crean entre los dos a un tercer autor que no privilegia la imagen ni el texto. Como debe ser para que funcionen las novelas gráficas. No sobra aclarar: a pesar del formato –y del apelativo, ‘novela’– la veracidad de lo que se cuenta es total.

Historia gráfica, historia en movimiento, con sus cuadros, con sus textos, sintéticos y relevantes, va mostrando con intensidad la gesta épica. Y va revelando un carácter. La del hombre idealista, convencido del marxismo y la revolución continental. Pero, también, la del hombre implacable, que no vacila en matar a un traidor o en imponer la pena de muerte como retaliación: “Hay que sanear el ejército de Batista e imponer justicia a los criminales de guerra… Debemos armar los expedientes con mucho cuidado… Por golpear a un preso y eso, no se fusila a nadie… Pero en caso de torturas y asesinatos: pena de muerte”. Lo cierto es que Fidel Castro ordenó suspender definitivamente los fusilamientos y envió al Che a un viaje por seis meses y a Camilo Cienfuegos lo degradó. Hay un diálogo que muestra toda la incompetencia administrativa del Che cuando fue presidente del Banco de Cuba: “–Bueno, señor Quintana, revisé los planos del nuevo edificio del Banco de Cuba. Quisiera saber: ¿son necesarios los ascensores? –Señor Guevara, será un edificio de treinta y dos pisos”.

Aquí está entonces el periplo del Che en Cuba. No para resaltar el mito sino para presentar al personaje con todas sus complejidades y contradicciones, para que el lector juzgue con conocimiento de causa, como lo hacen las novelas. O como lo hacen, ahora, las novelas gráficas: no es necesario ser condescendientes con ese género mayor que hace rato conquistó su carta de ciudadanía en la literatura. Los autores nos prometen otros dos libros del Che: sus años en México y en Bolivia, no necesariamente en ese orden. Porque no serán biografías, serán novelas gráficas.