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El desalmado

Carlos Saura sorprende a su público con una película sobre el conquistador Lope de Aguirre.

12 de marzo de 1990

"El Dorado"
Escrita y dirigida por Carlos Saura
Con Omero Antonutti y Lambert Wilson.
Pocos personajes históricos tan atractivos para cineastas y escritores como Lope de Aguirre. Miguel Otero Silva le dedicó uno de sus mejores libros y lo llamó "Principe de la Libertad", mientras Werner Herzog -acompañado por el actor Klaus Kinski- enloqueció en las selvas peruanas cuando filmaba su versión de la aventura de un hombre para quien la lucha contra la Corona y la tiranía era una obsesian, hasta el punto de llegar a encontrarse cara a cara con la muerte, en el remolino de un río y en una balsa ahogada de monos que lo compadecían.
El mismo Lope de Aguirre dejó parte de sus recuerdos en un libro que cuenta cómo, el 27 de septiembre de 1560, partió del puerto peruano de Lamas una expedición encabezada por Pedro de Ursúa. Siguió la vertiente oriental de los Andes, atravesó la selva amazónica y pretendía llegar hasta el reino de Omagua, donde las casas estaban fabricadas con láminas de oro, los hombres y mujeres eran hermosos y nadie moría sin alcanzar los cien años de edad. Para conquistar ese paraíso, Ursúa llevaba 300 españoles, 20 negros y más de 400 indígenas, y entre sus capitanes, rubio con los ojos azules y un aire de ángel extraviado, iba quien sería su desgracia, Lope de Aguirre, a quien sus subalternos temían por sus excesos coléricos y los actos de crueldad a que era aficionado cotidianamente.
Carlos Saura, hasta la aparición de Pedro Almodóvar el símbolo inequívoco del cine español de los últimos 25 años, siempre se sintió atraído hacia la figura y la historia de Aguirre: "Es el personaje más terrible que existe entre los españoles que llegaron a América hace 500 años. Cinematográficamente hablando, existe un filón de argumentos en todos ellos, pero Lope de Aguirre es uno de los claves. Me gusta por ser todo lo contrario a un personaje triunfador".
Filmada en la selva de Costa Rica durante cinco meses, en medio de las peores circunstancias y con una inversión calculada en más de 80 millones de dólares, "El Dorado"sigue de cerca la degradación de un hombre nacido en el país vasco, muy pobre, y quien atormentado por toda clase de dudas y sueños ambiciosos, se marcha con los conquistadores hacia América con el fin de encontrar la paz y ese reino mítico de El Dorado. Por encima de todo, Aguirre es un anarquista que usa la violencia para combatir el poder. Por eso, los superiores se sienten despreciados por ese hombre desconfiado y maniático que no duerme, come poco porque teme que lo envenenen y sólo confía en una persona, su hija Inés, quien aterrorizada descubre pronto el proceso de descomposición moral y física en que se halla envuelto el padre, empecinado en resistir cualquier signo de autoridad y poder.
Meticuloso en los detalles, apoyado en su fotógrafo favorito, Teo Escamilla, y en el director artístico Terry Pritchard (responsable de los escenarios de grandes películas como "Wagner", "La amante del teniente francés" y "Selva Esmeralda"), y trabajando con un presupuesto amplio, Carlos Saura se siente bien contando la historia de Aguirre, Pedro de Ursúa, su amante Inés, Elvira y el jefe indio brasilero Uiracuru, quien se encargará de guiar la expedición en el sentido contrario a los deseos de Ursúa.
La película mantiene el tono épico y demencial indispensable, mientras se observa la transformación de Aguirre, de un simple capitán que prepara su ofensiva, a un maquinador que va acabando con sus enemigos. El, que detesta todo signo de poder, se convierte en un tirano y comete el peor de sus errores: rebelarse contra la Corona, proclamar un imperio en el Amazonas con sus propias reglas, un reino donde no existan los esclavos, donde Dios sea el único amo, donde indios y negros y blancos sean iguales, un reino que cubra todo el continente americano.
Quienes conozcan las películas anteriores de Saura encontrarán rastros de algunos de sus personajes solitarios, rebeldes y locos en este Aguirre. Es que la mayoría de las historias de este realizador tiene que ver con la intranquilidad interior, con el desfase moral, con la antisociabilidad de esos hombres y mujeres que huyen del espectro de la Guerra Civil o son delatores y verdugos o sienten celos y entonces matan para quedar peor. Como si fuera un reflejo de su tragedia, Aguirre soñará que está despierto y que ejerce un poder absoluto. El poder es tan vasto que ni siquiera él mismo alcanza a detectarlo e identificarlo. Queda superado, anonadado, mientras la muerte le envía señales inequívocas, como ese río de sangre que se incorpora a la corriente del Amazonas.