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EL JUEGO DE LEER

Una novela del portugés Saramango, todo un reto al lector.

30 de julio de 1990


Asomado por una de las ventanas de su apartamento de soltero, Raimundo Silva, de profesión corrector de pruebas para una editorial y habitante de la ciudad de Lisboa, contempla el río y piensa: "Hace frío. Si yo fumara, encendería ahora un pitillo, mirando el río, pensando que todo es vago y vario, pero así, al no, fumar, sólo pensaré que todo es vario y vago, realmente, pero sin pitillo, aunque el pitillo, si lo fumara, por sí mismo expresaría la vaguedad y la variedad de las cosas, como el humo, si fumase".

En ese párrafo asoman algunos de los elementos principales de una novela que actualmente se halla entre las más leídas en Europa, esta "Historia del cerco de Lisboa" que contribuye a incrementar, justificadamente, el auge que atraviesa entre lectores y críticos la obra narrativa de un escritor que también, ha sido descubierto después de muchos años de paciente y solitario trabajo. El lenguaje que se contempla a sí mismo como en un espejo; las posibilidades juguetonas de las palabras que se repiten, multiplicándose como símbolos de alegría; la historia misma de ese personaje, ese corrector de pruebas que se inventa toda clase de trampas para que la nostalgia, el sexo y el amor sean menos urgentes.

La anécdota de la novela es simple, pero encierra todo un análisis del oficio de escribir, las relaciones que existen entre la realidad inmediata y la realidad del alma, las sombras que acechan al ser humano mientras intenta, alimentado con ilusiones, saltar al vacío. En este caso, el corrector recibe el encargo urgente de corregir las pruebas de esa historia de uno de los hechos más ruidosos de Europa: en 1147, los portugueses ayudados por otros ejércitos enfrentaron el sangriento cerco impuesto por las tropas islámicas. En un gesto que es suicidio y también reto a la normalidad que atraviesa, en una decisión que es un juego entre posibilidades y realidades, el corrector invierte la verdad histórica y coloca a los otomanos como dueños de la ciudad de Lisboa y a los portugueses y cruzados, sus enemigos que tienden el cerco.

Saramango, como Cortázar y otros libertinos del lenguaje, va desdoblando la historia, juega con monólogos y diálogos que se entrecruzan, con descripciones históricas y variaciones impuestas por el corrector hasta cuando el lector descubre que está avanzando por una galería llena de espejos, y es ahí, en esos reflejos multiplicados, donde el gozo por el libro se extiende y hay un momento en que el lector es cómplice del corrector. Acepta su intromisión, comparte su gesto suicida y descubre que la realidad que lo rodea tiene que ser reorganizada con humor e imaginación. En medio del caos, la locura, el absurdo, el humor negro, la risa continua, el lector descubre ya sin estupor que el corrector, como él, está en medio del fuego y los ataques y los gritos de los heridos y los pasos del rey porque el cerco de Lisboa es también el cerco contra el espectador o mejor, el cerco que el lector mismo le coloca a la vida, y al amor.

En medio de los personajes reales e imaginarios que entran y salen de estas páginas, está la figura de María Sara, el amor y la obsesión del corrector. Ella es como la pieza que falta en este rompecabezas y Saramango o mejor, el corrector o mejor, el lector no se dedica a colocarla donde supuestamente debería estar, no se dedica o no se decide porque el juego continúa, aunque Lisboa se salve y el rey esté contento y el corrector hable con la sombra de su habitación, a una María Sara que, como el lector, le pregunta al escritor quién ganó la batalla. En una época en la cual, el acto de leer se ha mecanizado, cuando escasean el buen humor y la imaginación desbordada, cuando las historias son simplistas y apáticas, toparse con un libro tan vital y retador como este de Saramango es una experiencia inolvidable. Ahí están los demás, "Manual de pintura y caligrafía", "Alzado del suelo", "Memorial del convento" y "El año de la muerte de Ricardo Reis", además de una novela que ya es mítica por todo el simbolismo que encierra, "La balsa de piedra". Ahí están los otros libros de Saramango, expresando el vigor de una narrativa portuguesa que sigue inédita por estos lados.--