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EN BUSCA DE BRUJULA

Esta semana se inicia en Medellín la nueva era del Festival Nacional de Teatro. El objetivo es encontrar una dirección a los atomizados esfuerzos por hallar por fin un teatro colombiano.

7 de marzo de 1994

CUANDO ESTE JUEVES SE ABRA EL TElón en el Teatro Metropolitano de Medellín, habrán pasado seis años desde que se realizara por última vez un Festival Nacional de Teatro. El período de ausencia de este evento que había quedado en el limbo por falta de recursos, fue catalogado casi como de hibernación del arte dramático nacional. En ese lapso, a los colectivos les tocó trabajar por cuenta propia. A algunos les fue bien y a otros mal; surgieron muchos nuevos y murieron otros tantos. Sin embargo, mientras el festival moría, los teatreros colombianos continuaban su lucha, primero por sobrevivir, y, después, por explotar nuevas alternativas sobre los escenarios.
Sin espacio para intercambios entre las diferentes manifestaciones regionales, la actividad teatral se replegó en reductos locales, al tiempo que se volcó a una experimentación que la alejara de los estereotipos políticos y sociales que surgieron como consecuencia de las famosas creaciones colectivas de los 60 y 70. Así, en tanto algunos dramaturgos regresaban al montaje de clásicos o a la adaptación de obras literarias, otros se encerraban en bibliotecas a hurgar historias, o devoraban periódicos en busca de una fuente de inspiraciòn.
El resultado: una suma de trabajos aislados que, aún sin darle a una identidad al teatro colombiano, sacó a la luz filones dramáticos dignos de ser explotados con mejor suerte. Y si entre estos filones los de mayor aceptación comercial fueron el humor explícito, las comedias ligeras y los musicales, el denominado "teatro serio" -aunque en menor medida- también se abrió un espacio entre el público y la crítica. En síntesis, de una crisis que estuvo a punto de adelantarle la partida de defunción al teatro nacional, se pasó a una suerte de bonanza atomizada, precaria y poco conocida por ausencia de medios de representación, pero que puso sobre el tapete varias propuestas para el desarrollo escénico.
Hacía falta algo así como una reunión de fuerzas para que todo ese esfuerzo comenzara a verse recompensado en evolución. Y eso es, precisamente, lo que buscan tanto el Estado, por medio de Colcultura, los teatreros nacionales y la empresa privada, al convocar otra vez este Festival Nacional de Teatro, que en su nueva época se inicia en la capital antioqueña esta semana, con intenciones de repetirse indefinidamente cada dos años.

A LAS TABLAS
El plan de reactivación de las artes escénicas, diseñado de tiempo atrás por Ramiro Osorio e impulsado por su sucesor en Colcultura, Juan Luis Mejía, puso a los teatreros en movimiento y al instituto en lo suyo: el apoyo y la gestión. El punto cero fue el Congreso Nacional de Teatro (Medellín, 1992). Los artistas, que llevaban años sin verse casi todos juntos, iniciaron sus sesiones con escepticismo y emitieron un diagnóstico: "El teatro colombiano es un movimiento amorfo y sin brújula". Pero no se trataba de quejarse, sino de buscar soluciones, y vieron la luz al final del túnel en la realización de un nuevo Festival Nacional.
Sin embargo, no todo era cuestión de montar un gran evento. Para entonces ya estaban en marcha las becas anuales de Colcultura para la investigación y la creación, un programa que ha brindado la oportunidad para que, en el solo sector de las artes escénicas, se desarrollen unos 15 proyectos anuales de gran calidad. Casualmente, entre los 27 grupos presentes en Medellín, elegidos entre más de 200 de todo el país, hay 15 obras que fueron producto de estas becas.
También arrancaron las Salas Concertadas: un auxilio para gastos de administración y funcionamiento, con un monto de entre los 12 y los 72 millones de pesos, cuyos aportantes son Colcultura y el municipio sede del grupo beneficiado.
Y como otro de los puntos flacos, según el congreso de Medellín, era la capacitación para los protagonistas del espectáculo, en 1993 se efectuó un taller de directores. Paulatinamente se llevarán a cabo otros para actores, luminotécnicos y todos aquellos que desarrollan su trabajo entre bastidores y tras bambalinas. Esto debe llevar a la especialización, es decir, a superar el toderismo de los directores antiguos para, por fin, asignarles un rol definido a cada uno de los componentes de los grupos. "Uno de los cuales, si se quiere sobrevivir como empresa cultural, debe ser administrador", según el sentir general de los directores consultados.

CAMBIO DE PIEL
Mientras la infraestructura se solidifica, dramaturgos y directores trabajan en la búsqueda de alternativas para el público del fin de siglo, un espectador diferente al de los años 50, con su afición por las compañías extranjeras, como la de María Guerrero. O de aquel que vibró con el teatro panfletario de la era hippie, o del que se aguantó esa transición soporífera hacia las nuevas expresiones de los 90. E incluso, de aquel que emigró hacia alternativas tan fáciles y emocionantes como el cine y la televisión.
La exploración actual de técnicas -que se verá en el Festival- lleva a un acercamiento al lenguaje multimedia. Una especie de esperanto teatral y artístico en el que caben elementos de todas las artes plásticas, la música y la danza, y hasta del circo y el video. La expresión trasciende las palabras; más aún: a veces las ignora. Como dice Iván Zapata, director del Teatro Popular de Medellín, "cada día hay experimentos narrativos que buscan, a la vez que un acercamiento con el público, el aporte de mensajes, para hallar un punto de equilibrio entre actores y espectadores".
Las temáticas, por su parte, se acercan más a una historia que se vive día a día. "Sin caer en vulgarizaciones ni apologías, los dramaturgos estamos haciendo el papel de cronistas de nuestro tiempo", dice Henry Díaz, ganador de varios premios nacionales e internacionales de creación.
Con todo, el proceso arrancó. El telón está a punto de reabrirse y no son pocos los que aseguran que al teatro le llegó el momento de despertar del sueño de los justos que amenazó con prolongarse más de la cuenta. Por ahora, los escenarios de Medellìn tienen la palabra.