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Julia Salvi -directora del festival- escogió a Cartagena por la belleza de sus escenarios y desde el principio se ha empeñado en ayudar a mantenerlos en óptimo estado.

MÚSICA

Festival Internacional de Música de Cartagena, más que un festival

Del 6 al 14 de enero el Festival Internacional de Música se tomará Cartagena y continuará su labor de promover la música culta entre los jóvenes colombianos.

3 de enero de 2015

El año pasa-do Juan David Gutiérrez –un flautista de 23 años nacido en Armenia– tuvo la experiencia más grande de su vida. Hizo parte del programa de clases magistrales de la Fundación Salvi, que les brinda a 45 jóvenes colombianos la oportunidad de trabajar durante una semana junto a los músicos de prestigio mundial que vienen al festival de Cartagena.

“La experiencia me abrió la mente —cuenta emocionado—. Pude ver en vivo a músicos de la talla del flautista brasilero Rubem Schuenck y además fui alumno de algunos de ellos”. El romance de Juan David con la música comenzó desde muy pequeño gracias a su padrastro, pero solo hasta los 12 años cogió la flauta por primera vez. Como los colegios colombianos no suelen ponerle mucho énfasis a las clases de música, los niños aprenden a tocar un instrumento tarde, entre los 11 y los 14 años. Lo ideal es que arranquen a los 4 o 5 años para que el cuerpo se acomode a las exigencias del instrumento y cada movimiento sea absolutamente natural. Así ocurre en Europa, Asia y Estados Unidos y los músicos de estos lugares del mundo ya están completamente formados cuando llegan a la mayoría de edad. Si bien para Julia Salvi –directora del festival y presidenta de la Fundación Salvi– es muy difícil recuperar los años perdidos, Juan David prefiere pensar que es posible nivelarse  si se le pone mucho empeño.

Las lecciones magistrales en Cartagena comienzan a las nueve de la mañana y terminan a las cinco, y por la noche los becados asisten a los conciertos del festival y ven a sus profesores en acción. Los maestros que vienen a tocar los conciertos dictan las clases en compañía de un profesor colombiano becado de la fundación. Salvi sostiene que los alumnos se estancan cuando los profesores no tienen nada nuevo que enseñarles, y por eso decidió instituir becas para estos y poner su granito de arena para mejorar la enseñanza musical en Colombia.

“Todas las mañanas llegábamos al salón y cada alumno tenía la oportunidad de tocar la pieza en la que estaba trabajando. Unas veces lo hacíamos solos y otras en compañía de un piano. Los profesores siempre nos hacían correcciones y nos daban consejos”, cuenta Juan David. Los de la clase de flauta podían asistir a las de violín, trompeta o clarinete si querían, pero la mayoría prefería quedarse en la propia para no perderse ningún detalle. Como los becados se quedan en el mismo hotel que los músicos y disfrutan las tres comidas con ellos, suelen surgir amistades y quedan en permanente contacto. “Para mí eso ha sido muy importante”, agrega Juan David.

Comparado con los demás festivales de música del mundo, el de Cartagena es particularmente ambicioso. Además de trabajar para presentarle al público un espectáculo formidable, Salvi está empeñada en que los colombianos adquieran el conocimiento necesario para montar un espectáculo de esa magnitud. No ha sido fácil. Casi todos los años se da cuenta de que una pieza del ajedrez sigue faltando y comienza a buscar los medios para financiar un programa más de becas. Además de los proyectos para músicos y profesores —en los que reciben clases tanto los estudiantes universitarios como los niños de los barrios más deprimidos de Cartagena—, la fundación capacita ingenieros de sonido, periodistas y restauradores de instrumentos. Hace todo eso con el apoyo de Davivienda, el Ministerio de Cultura, Ecopetrol, Seguros Bolívar, Luis Carlos Sarmiento y su esposa Fanny y la Sociedad Portuaria de Cartagena, entre otros. También han entrenado a más de 300 cartageneros para que atiendan adecuadamente al público de los conciertos. Hasta el más mínimo detalle tiene su ciencia y Salvi ha traído varios profesionales italianos para que impartan su conocimiento sobre cómo se organiza un festival.

“Desde el principio impuse como requisito para tocar en Cartagena que los músicos les dictaran clases a los niños del lugar mientras no estaban practicando o en el escenario”, dice la directora. Al comienzo no fue fácil convencerlos pero con los años se fueron enamorando del aspecto educativo del festival, y hoy día suelen regalarles cuerdas y partituras a sus jóvenes estudiantes. La idea de Salvi de divulgar la música entre las nuevas generaciones le cae como anillo al dedo a la apuesta del gobierno de contrarrestar la violencia con educación musical. Después de varios años, casi el 70 por ciento de los músicos colombianos son de estratos 1, 2 y 3. Tanto Salvi como el gobierno creen firmemente que la música alimenta el alma y pone orden en medio del caos. Y ahora que en varias ciudades del país comienzan a surgir orquestas como la Filarmónica Juvenil de Bogotá, el esfuerzo comienza a notarse.
 
A seis meses de graduarse de la facultad de música de la Universidad Central, Juan David está pensando en continuar sus estudios en Europa o Estados Unidos. Les pidió consejo a varios de sus profesores de las clases magistrales de Cartagena y todos le contestaron; solo le falta decidirse. En su casa su hermanito pequeño está pensando en seguir sus pasos pero con la guitarra. “Es que si uno crece rodeado de música es prácticamente imposible no enamorarse”, concluye.