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La edad que arrastra hacia el bolero

A Manuel Galbán el paso del tiempo le sugiere un mambo eléctrico. A Ibrahim Ferrer, un bolero.

Juan Carlos Garay
28 de abril de 2003

Uno de los goces del periodismo musical es conocer ciertos discos con antelación a su salida formal. Hace varios meses, cuando nadie sospechaba que en La Habana fraguaban un álbum juntos Ry Cooder y Manuel Galbán, un colega me mostró el CD de avance. Me permitió tomarlo en mis manos, apreciar la carátula y sentirle el olor a cartón nuevo; pero como no había un equipo de sonido cerca me tragué las ganas de escucharlo y le pregunté a qué sonaba. Mi amigo se rascó la melena, se mordió los labios y por fin halló un adjetivo: "Muy hawaiano".

No es ninguna jerga secreta que tengamos los comentaristas de música: yo tampoco entendí por qué un disco grabado en una isla del Caribe iba a sonar como salido de una isla del Pacífico. Pero luego de escucharlo he pensado que mi amigo escogió un término muy justo. La idea original de hacer mambos con guitarra eléctrica se fue perdiendo entre una maraña de tambores, órganos saturados y coros de extraña armonía, todo ello grabado adrede con acústica de garaje. Para significar lo ridículo de un elemento fuera de contexto, Mark Twain describió a un yanqui en la corte del Rey Arturo y Sting compuso la canción de un inglés en Nueva York. Mambo sinuendo es un álbum hawaiano en el frenético concierto de la discografía cubana.

El disco intenta sonar como aquellos long-plays medio experimentales del grupo Los Zafiros en los años 60, que tenían su soporte en la guitarra de Manuel Galbán. Sin duda Ry Cooder conoció esas grabaciones, pero su emulación del sonido ye-yé carece de la inocencia original. Si este disco hubiera salido hace 40 años todos hubiéramos alabado su lenguaje moderno; hoy se oye más bien como un intento desesperado por ir contra la corriente del tiempo.

El caso opuesto es Buenos hermanos, otro álbum publicado por las mismas fechas, también de factura cubana. El protagonista es Ibrahim Ferrer, que acaba de cumplir 76 años y hace poco advirtió en una entrevista publicada por el diario El País de España: "Parece ser que la edad me arrastra hacia el bolero". Así que fue fiel a los dictámenes de su tiempo y sin complicarse mucho grabó algunos de los boleros más sentimentales de su carrera.

Claro que hay otras piezas que son más movidas. Pero el disco está construido de tal modo que después del agite viene el descanso, después del guaguancó aparece el bolero, y es ahí donde Ibrahim Ferrer de veras nos endulza. No hay necesidad de recurrir a percusiones en primer plano ni a ninguna de esas distorsiones que hoy rigen la ingeniería de sonido. Ferrer se acompaña de un grupito sencillo y suficiente que le tiende una alfombra de armonías, y él va flotando encima sin disimular su naturaleza de septuagenario nostálgico.

El secreto de esa dulzura puede estribar en una fórmula que le hemos oído a Cheo Feliciano: "El bolero no hay que cantarlo, hay que contarlo". Cuando Ibrahim Ferrer llega a ese verso que dice "tu risa es una rima de alegres notas" se le oye de veras enamorado; cuando en cambio se lamenta entonando "tú bien sabes que fuiste cruel con mi noble amor" (y entre paréntesis, ¡qué sutil es el acompañamiento al piano de Chucho Valdés!) uno siente que detrás de esas líneas hay una herida real.

Pero la verdadera razón para que un disco así fascine es la honestidad con el padre tiempo. Ferrer sabe ir con la corriente de los años, sabe que su edad le ha traído una comprensión cabal de los ritmos pausados. En un acto de cariño, dedica este álbum a sus bisnietos y nos regala una banda sonora del sosiego.