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SÍMBOLOS

Descubra las muchas curiosidades detrás de la coronación de la Virgen de Chiquinquirá

A 100 años del evento, el historiador y escritor Carlos Pachón Lucas comparte con Semana.com las interesantes circunstancias sociales, políticas y culturales que lo rodearon y las anécdotas que produjo.

*Carlos Pachón Lucas
9 de julio de 2019

La Virgen de Chiquinquirá es, entre todas las representaciones o imágenes, incluidas religiosas y civiles, la que más ha ejercido influencia en la nación colombiana.

La obra fue pintada en Tunja hacia 1560 por Alonso de Narváez, platero de oficio, por pedido del encomendero Antonio Santana para adoctrinar a los indígenas de Suta, en cercanías de la villa de Leiva. Fue pintada sobre un lienzo de algodón virgen, tejido por manos indígenas, mixturando tierra de diferentes colores con el zumo de hierbas y flores, aceites y gomas naturales; una técnica milenaria conocida en Europa.

El lienzo deteriorado, desusado, llegó en un trasteo a la casona de la viuda del encomendero en un confín del valle del río Saravita llamado Chiquinquirá -en lengua chibcha significa “poblado sacerdotal”-, a 150 kilómetros de camino al norte de Santafé. La española María Ramos, familiar del encomendero, lo instaló en un altar improvisado. Una buena mañana de 1586, María Ramos y una india de nombre Isabel, quien estaba acompañada de un niño, dijeron sorprendidas lo que acababan de observar: que el lienzo se había iluminado y que al instante “la imagen de la Madre de Dios del Rosario estaba en el suelo parada despidiendo de si un resplandor celestial, y tan grande de luz, que llenaba de claridad toda la capilla”, dice el historiador dominico fray Pedro Tobar y Buendía, acudiendo a certificaciones y otras varias fuentes primarias. 

De inmediato llegaron los curiosos, sacerdotes doctrineros, a los pocos días el virrey y el arzobispo del Nuevo Reino de Granada, y se formó una peregrinación de devotos de todo el reino y de lejanas tierras que va para cinco siglos.

Están narrados miles de milagros en salud. El lienzo viajó a Tunja, Santafé y a por distintas partes de la cordillera Oriental en repetidas ocasiones durante la colonia y la era republicana para atender las súplicas por las arrasadoras epidemias de viruela. Las desesperadas poblaciones dieron fe de sus beneficios.

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Las comunidades religiosas y los sacerdotes seglares se disputaron la administración del lienzo. Los reyes de España y los papas tuvieron que arbitrar esos conflictos. 

Alrededor del lienzo se fue formando un modo de vida urbano. Alguien dijo que el municipio fue fundado por mano divina porque ninguna autoridad del virreinato intervino como lo exigía el protocolo español.  

Los ejércitos libertadores encabezados por el general Manuel Serviez se llevaron por la fuerza el lienzo en una azarosa correría que terminó en el camino a los llanos, más allá de Cáqueza, en donde los ejércitos del rey lo rescataron. Traído a Santafé, recibió multitudinarias expresiones de afecto presididas por el pacificador Pablo Morillo. 

Los tesoros y caudales acumulados por la gratitud de los fieles sirvieron para financiar la tercera parte de los gastos que Cundinamarca se comprometió a aportar para la causa libertadora. Simón Bolívar la visitó en su trono para agradecerle. Francisco de Paula Santander estuvo al tanto para expropiarla de sus repuestas alhajas y bienes raíces y lo logró para financiar su plan educativo. 

Los dominicos, que habían asumido su custodia, le construyeron a comienzos del siglo XIX la basílica más imponente y hermosa de cuantas hay en Colombia. Masones y liberales le atribuían a la Virgen de Chiquinquirá el poder de conservatizar al país, razón por la cual la combatieron a sangre y fuego en incursiones armadas al municipio, incendios a la gran basílica y la destrucción a bala de sus techos. 

Durante la Guerra de los Mil Días, el general Próspero Pinzón y sus tropas gobiernistas, entraron al tempo para festejar el triunfo después de dejar 5.000 muertos y 3.000 heridos en el campo de batalla de Palonegro.

El motivo central de la visita del papa Juan Pablo II a Colombia, en 1986, fue el de rendir tributo a la Virgen de Chiquinquirá cuando cumplía 400 años de la renovación.  

EL ENTREDICHO Y LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN COMO REINA Y PATRONA DE COLOMBIA

La Regeneración, la Constitución de 1886 y la Guerra de los Mil Días consolidaron el triunfo católico y, en adelante, los jerarcas de la Iglesia asumieron como la voz cantante de la nación. 

Las condiciones eran propicias para dar vuelo a la idea de la coronación de la Virgen de “reina y patrona de los colombianos”. Los dominicos emprendieron gestiones diplomáticas ante la Santa Sede y promovieron el proyecto por medio de periódicos, revistas y giras pastorales. 

En 1910, el papa Pio X aprobó la iniciativa e impartió instrucciones para que el clero colombiano organizara el acontecimiento. Era el anuncio de algo grandioso para una sociedad dominantemente católica, gobernada por los dictados de la Iglesia. 

Los frailes recorrieron diversas regiones del país con una copia del lienzo, que llamaron la “imagen viajera” para promover el acontecimiento. La acogida fue apoteósica, con algunas excepciones, como voces liberales en el Congreso, en las asambleas de Boyacá y Santander y la animadversión de declarados liberales en Guamo (Tolima) y Simacota y Rionegro (Santander). En esta pequeña población ubicada al norte de Bucaramanga, un polvorero rasgó a cuchillo la imagen viajera y, dice el padre Báez, historiador dominico, que a los pocos días el material explosivo que utilizaba en su negocio le destruyó la mano con la que ejecutó la osadía.

En 1916, el episcopado convocó un Congreso Mariano Nacional para mediados de 1919 en Bogotá. Entonces, en el municipio empezó el malestar por la versión de que el cuadro de la Virgen no regresaría, como en el pasado lo habían intentado los de Santafé y también los de Tunja pues sería llevado a la capital para realizar allí la coronación. En medio de los preparativos, el maestro general de la Orden de los Dominicos en el mundo, con sede en Roma, el holandés Luis Theissling, visitó la ciudad para conocer los preparativos de la coronación y llamar a la calma a los alebrestados. 

El 7 de junio de 1918, el obispo de Tunja, monseñor Eduardo Maldonado Calvo, anunció la coronación por medio de un decreto que contenía instrucciones para que el cuadro original de la Virgen fuera trasladado a Bogotá, donde ocurriría la ceremonia como el acontecimiento central del Congreso Mariano.

Los chiquinquireños, desconfiados por naturaleza, consideraban que el cuadro nunca debía salir del municipio. El alcalde, Campo Elías Pinzón Tolosa, encabezó la rebelión por medio de un decreto en el que manifestaba: “Se ha herido al pueblo en lo más noble de sus sentimientos”, además oficializaba la versión de que el cuadro no sería devuelto e incitaba al pueblo para que se opusiera al despojo. 

Tras tumultuosas manifestaciones en las que, por primera vez en la historia local, las mujeres de todas las condiciones sociales protestaban a la par de los hombres, se constituyó una “junta guardadora” encargada de custodiar el cuadro. Delegaciones de ciudadanos viajaron a municipios circunvecinos y encontraron pleno respaldo. 

El obispo envió un telegrama al párroco de Chiquinquirá anunciando: “Si no aquiétanse, aplicaré terribles sanciones canónicas para sostener autoridad católica”, así amenazó con aplicar el “Entredicho” y se negó a atender a una comisión de notables del municipio. El Entredicho, en desuso en el siglo XXI, consistía en cerrar las iglesias y trasladar misas, sacramentos y oficios religiosos, incluidos los entierros, a otros municipios. El conflicto ocupó las primeras páginas de los periódicos nacionales. 

En la noche del 21 de junio de 1818, la turba armada rompió las puertas del convento y entró. Del interior del convento salió un disparo que mató a uno de los manifestantes. La prensa responsabilizó a uno de los sacerdotes pero el proceso judicial, que duró 12 años, terminó archivado. La turba bajó el cuadro con la ayuda de los resignados dominicos y, la mañana siguiente, lo condujo en gran procesión hasta la iglesia de la Renovación. Allí permaneció custodiado por un grupo numeroso de ciudadanos a órdenes de la “junta guardadora”. 

El padre dominico y escritor Andrés Mesanza dijo, décadas después: “La ciudad casi nada ha hecho para borrar con lágrimas lo que hizo con pecados”.

Ese mismo día, el obispo hizo sentir su inmenso poder: Impuso “In nomine Domini” (en el nombre del Señor) el anunciado “Entredicho”; trasladó los oficios religiosos a la parroquia de Saboyá. Excomulgó al alcalde, exigió al presidente de la república el envío de dos batallones del ejército y brigadas de la policía para dominar a la población y pidió que las gentes de bien la emprendieran contra dos periódicos locales, El Mensajero Liberal y Labores. A fines del año, el obispo condenó por pecado mortal a los directores de estos periódicos.  

El presidente de la república, don Marco Fidel Suarez, conservador y ferviente católico, en un mensaje a la Junta Guardadora le garantizó que la Virgen regresaría a Chiquinquirá, que él viajaría personalmente para acompañarla y solicitó obediencia sin condiciones a “su señoría ilustrísima” el obispo. 

La presión constante del clero y del gobierno empezó a dar resultados al tercer mes de conflictos: el señor Pinzón, ya retirado del cargo de alcalde, presentó disculpas públicas al obispo y este le levantó la excomunión. La Junta Guardadora aceptó el decreto del obispo que ordenaba que el cuadro sería llevado a Bogotá. El obispo se tomó un mes para levantar el “Entredicho”, decisión que tuvo efectos a partir del 24 de octubre de 1818.

El poder del clero católico había llegado a su punto más alto. El partido conservador tenía en la Iglesia su mayor aliado mientras esta se consideraba dueña del poder civil, y prueba de ello era la sumisión del presidente de la nación a las órdenes del obispo Maldonado.  

Trataron de conciliarse los ánimos, pero el asunto del Entredicho dejó una desazón prolongada mientras los activistas anticlericales, masones y librepensadores del pueblo se solazaban.  

El Congreso de la República expidió la Ley 19 de 1918, de honores a la Virgen con motivo del acontecimiento del siguiente año. Y lo propio hicieron la mayoría de las asambleas departamentales. 

El 28 de junio de 1919, se despidió la Virgen en un acto que concentró a más de 10.000 de sus paisanos en el alto de La Palestina, a mitad del trayecto al municipio vecino, Simijaca. Hubo sentidos discursos y versos inéditos a cargo del poeta José Joaquín Casas. En medio del llanto colectivo, el lienzo sagrado avanzó, al paso lento de un grupo de hombres y mujeres que lo transportaban sobre andas, en medio de una procesión permanente de feligreses, algunos a caballo, escoltada a todo momento por un grupo de dominicos y una tropa de la policía. El cortejo rezaba y cantaba himnos piadosos en medio de banderas, flores y arcos y la explosión de cohetes de pólvora que resonaban contra las paredes de la cordillera. La Virgen siguió por el camino tradicional que pasa por Fúquene. Cuando ingresaba a un pueblo, todos salían a recibirla con sus santos patronos al frente, estandartes, carrozas, regalos florales. Pernoctó en Simijaca, Ubaté, Sutatausa, Nemocón, Zipaquirá, Cajicá, Chía y Usaquén. Las plazas y las iglesias se llenaban. “Los sacerdotes oían confesiones por centenares… muchos pecadores endurecidos ablandaban su corazón…” .  

En Chapinero, la Virgen de Lourdes, patrona de la localidad, cedió su trono a la Viajera y durante la noche la población acudió en romería. Estaba previsto al día siguiente, 8 de julio, un desfile de dos horas hasta el centro de Bogotá, pero se demoró tres veces más por la congestión que se formó en la vía, toda adornada con banderas de franjas azules y blancas. Los presos de la cárcel “El Panóptico” (hoy sede del Museo Nacional) salieron uniformados, marcharon en estricto orden, le rindieron tributo e imploraron por el alivio de sus desgracias.  El día anterior, la capital de la república había inaugurado el alumbrado público como parte de los preparativos. Era el comienzo de una fiesta nacional sin precedentes.   

La coronación ocurrió, como estaba previsto, el 9 de julio de 1919, en ceremonia especial al frente de la Catedral Primada de Colombia, en un altar protegido por fino dosel. Asistieron las autoridades eclesiásticas y civiles encabezadas por Marco Fidel Suárez, los altos mandos de las Fuerzas Armadas, la alta sociedad del país y comitivas internacionales. El temido y benemérito obispo de Tunja Eduardo Maldonado Calvo, delegado por el papa Benedicto XV impuso la corona, compuesta de oro con 140 esmeraldas y otras preciosidades. También le colocó una corona al niño Jesús (dibujado con menos arte en brazos de su madre). El acontecimiento se festejó simultáneamente en todos los confines de la república.

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La catedral hospedó a la Virgen en novenario, celebrado de día y de noche. El 18 de julio salió en desfile hasta la iglesia de Santo Domingo. “Coincidencia: –anota el padre Mesanza- el 18 de julio de 1861 entró rugiendo triunfadora la revolución por las mismas calles en las que hoy se pasea enhiesta la religión, entonces perseguida de muerte”. Mesanza contrasta así dos hechos históricos: el derrocamiento armado del gobierno conservador que presidía Mariano Ospina Rodríguez por los rebeldes encabezados por Tomás Cipriano de Mosquera, masón y anticlerical, 58 años atrás, que dio inicio a la mayor persecución contra las comunidades religiosas y sus bienes en la nación. Y ahora, en la misma fecha de 1919, el triunfo de la religión católica aliada con el gobierno conservador.

El presidente de la república pretendió entrar de incógnito a las cuatro de la madrugada del 20 de julio a la iglesia de santo Domingo, pero la aglomeración le impidió dar un paso de la puerta hacia adentro. 

El 21, la Virgen salió en dirección a la iglesia de Chapinero “en medio de un mar de cabezas”. Pernoctó “El Común”, en Sopó, Tocancipá, Gachancipá, Suesca, Chocontá, Villapinzón. En la frontera con Boyacá esperaba una comitiva encabezada por el gobernador y el clero. Estuvo en Ventaquemada, y en el puente de Boyacá recibió honores de las tropas que se preparaban para la conmemoración del primer centenario de la batalla que decidió la suerte de la independencia americana. El 3 de agosto ingresó a Tunja en donde fue tan homenajeada como la había sido en Bogotá. El 7 de agosto, una parte de la población se movilizó hasta el puente de Boyacá para asistir a la conmemoración de la batalla de Boyacá mientras la catedral de Tunja seguía colmada de feligreses acompañando a la Virgen. 

Al día siguiente, la Virgen salió por el alto de san Lázaro y llegó a Samacá en donde permaneció hasta el 10, cuando descendió por Sáchica a Villa de Leiva. El 12 estuvo en “Aposentos”, la casona que fue del encomendero Antonio de Santana y en la que ese mismo lienzo permaneció desde 1562, por 23 años, durante los cuales fue venerado y luego relegado como utensilio para depositar cereales. Siguió a Sutamarchán y al día siguiente permaneció en Tinjacá. El 14, al amanecer, la comitiva partió para Chiquinquirá. 

Del obispo de Tunja se dijo que había sufrido una contusión en el pie derecho en las cercanías de Sáchica que le impedía estar presente en Chiquinquirá (aunque pudo ser que el “Entredicho” le dificultara el ánimo). En el camino desde Tinjacá, abigarrado de gentes de todas las condiciones sociales y adornos, esperaba una comitiva encabezada por el presidente de la república, fiel al compromiso que había adquirido.   

La gira de la Virgen duró 40 días, durante los cuales recorrió unos 400 kilómetros transportada por caminantes que la llevaban en hombros, sobre las ondulaciones de la cordillera Oriental de los Andes, la zona más poblada de Colombia desde los tiempos anteriores a la conquista.

Transcurridos 100 años, la Virgen de Chiquinquirá luce su corona en testimonio de la importancia que ha tenido en la historia nacional. Los devotos la siguen visitando, día tras día, con la fe intacta de hace más de 400 años, para implorar sus bendiciones. Los demás, en una sociedad abierta a la libertad de cultos, la miran con más benevolencia que en otros tiempos en los que le atribuían el poder terrenal de ganar batallas y elecciones.

*Fragmento del libro “DE CHIQUINQUIRÁ YO VENGO”, en proceso de edición.