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UN TORO EN CAMISA

Con todos los honores Theodorakis estrenó en Colombia su oratorio sobre el "Canto General" de Neruda.

13 de mayo de 1985

Lo primero que hizo, el mismo día de su llegada, fue escuchar en silencio la interpretación que los coros de Cali y Tunja habían estado preparando de su oratorio sobre el "Canto General" de Neruda. Después, el lunes y el martes, por la tarde, se entregó a febriles y extenuantes ensayos con todo el grupo de músicos, solistas y voces. Corpulento y con apariencia de toro, pedía a los intérpretes que no se dejaran impresionar por su vehemencia: sus gritos y gesticulaciones estaban a punto de inhibirlos. Con pantalón azul, calzonarias que caían continuamente de sus hombros y una camisa también azul que salía de sitio, llevaba el ritmo con todo su cuerpo: de pronto un giro inesperado del tronco, luego apenas un movimiento del brazo, después una convulsión general que estremecía a todos cuantos lo observaban. Al final, cuando ya él y los demás estaban al borde del colapso, miró a todos en silencio y dijo: "Bien, ya hemos entendido la obra, ahora es cuesión de ensayar..." Mikis Theodorakis, el hombre mítico, el gran músico de Grecia, depuso por un momento su magnetismo, bajó del podio verdaderamente agotado y, para reponer fuerzas, tomó un refrigerio insólito: café tinto y banano, dos debilidades.
Hace 15 años, en París, Neruda el poeta y Theodorakis el músico se encontraban por primera vez. El primero era embajador del presidente Allende en Francia y el segundo acababa de salir de la cárcel de Oropos en Grecia, después de tres años de prisión política. Una idea del presidente Allende los había reunido: realizar una cantata sobre el "Canto General", esa gran epopeya americana que Neruda había escrito al final de los años 40, cuando se encontraba huyendo de los esbirros del presidente chileno González Videla. En uno de los ejemplares de la editorial Losada el poeta señaló con su estilógrafo de tinta verde los poemas que más le atraían o que presentaban mejores posibilidades para ser musicalizados, y Theodorakis se puso de inmediato a la obra. Concibió su oratorio con una estructura en tres partes: en la primera se cantaría el nacimiento de América, la segunda estaria dedicada a los héroes liberadores desde Lautaro hasta Sandino, y la tercera sería un himno a la lucha contemporánea de los pueblos de América Latina por su autonomía. Antes de regresar a Chile, en el 72, Neruda alcanzó a escuchar algunos fragmentos, durante una sesión de ensayo, pero nunca llegó a presenciar el estreno de la obra completa. De los 333 poemas que componen el "Canto General", Theodorakis seleccionó finalmente 13 temas, incluyendo "Los libertadores", "América insurrecta", "Emiliano Zapata", "Voy a vivir" y "Amor América", ese poema que termina diciendo:
Tierra mía sin nombre, sin América,
estambre equinoccial, lanza de púrpura,
tu aroma me trepó por las raíces
hasta la copa que bebía, hasta la más delgada
palabra aún no nacida de mi boca.

A la muerte de Neruda, el compositor añadió a la obra un réquiem que colocó después de la segunda parte y como preámbulo a la gran sección final de la pieza. Es esta la versión definitiva que el público pudo apreciar y aplaudir en Bogotá la semana pasada. Hubo sólo una variante: los bazukis griegos de la orquestación original fueron reemplazados por bandolas, que proporcionaron una sonoridad similar.
De inmensa popularidad en Europa, Theodorakis era conocido entre nosotros sobre todo por su música para la película "Zorba el griego". Los aficionados al cine también admiraron sus composiciones para los filmes de Costa Gavras, "Z" y "Estado de sitio", lo mismo que su música para "Fedra", "Electra", "Ifigenia" y "Actas de Marusia". Poemas de Cavafis y García Lorca ya habían servido de base para sus composiciones antes de trabajar sobre Neruda, y luego pondría sus ojos sobre los versos de otro poeta latinoamericano, el nicaraguense Ernesto Cardenal:
precisamente, uno de sus proyectos ya en proceso de trabajo es realizar otra gran cantata sobre textos americanistas de este escritor. Pero su obra no se limita a la música para el cine o sus composiciones corales: también se ha destacado por su música sinfónica y de cámara, y no ha desdeñado escribir canciones de tipo popular. Tal vez lo que resulta más seductor en su estilo sea la combinación de ritmos y temas de la música folclórica griega con las técnicas de avanzada de la música culta contemporánea (no en vano fue discípulo de Olivier Messiaen y de Leibowitz cuando realizó sus estudios de alto nivel en el Conservatorio de París, justamente cuando salió desterrado de su país, en 1953, después de haber sufrido prisión y torturas por el régimen monárquico y la ola de represión que se produjo después de la II Guerra Mundial).
Pero, desde luego, las raíces griegas de su música están en el origen mismo de su vocación musical, ya que desde niño se educó en el Conservatorio de Patrás, de donde pasó, a los 18 años, al Conservatorio de Atenas. Ese año, 1943, fue definitivo en su vida: no sólo marcó su entrada definitiva a la profesión musical, sino también su ingreso a las filas de la resistencia que combatia a las fuerzas de ocupación nazis y fascistas. De allí surgió el Theodorakis activista político, siempre de izquierda, aunque en 1972 abandonara su militancia en el partido comunista. Hoy, sin embargo, como lo demostró explícitamente en la rueda de prensa que concedió en el salón Nariño del Hotel Hilton, sigue siendo gran admirador de la revolución cubana y de la sandinista. Allí expuso también su concepción sobre la libertad y sobre la situación actual del mundo: "Existe una sola libertad: aquella que permite que los pueblos puedan decidir su destino libremente, pensar libremente sin que la libertad del uno enturbie la del otro. La libertad es un bien social, pero su base es que cada uno esté liberado de la necesidad. Que el hombre pueda ser hombre. Y esto se puede lograr a través de medios políticos e intelectuales. Libre es el responsable, y para ser responsable hay que poder decidir, y para poder decidir hay que esta bien informado y bien educado. Yo sueño con un país donde todos sus habitantes sean copropietarios".
En el Teatro Colón, el último ensayo estaba por terminar. La sala, antes vacía se había ido llenando poco a poco de gente personas que se acercaban a las taquillas para conseguir localidades que ya estaban agotadas, escolares que lograban "colarse" atraídos por la música del "Canto General". Theodorakis, con gripa y evidentemente afectado por la altura, podía verse ahora fatigado y con el peso de sus 60 años. Y entonces parecía aún más sorprendente toda la vitalidad que había desplegado unos minutos antes, cuando todavía estaba sobre el escenario dirigiendo, como un gigante, las 130 voces del coro, a los maestros de la Filarmónica y a los dos solistas, la mezzosoprano finlandesa Arja Saojnma y el baritono griego Petros Panlis, que habían viajado con él desde París. Pero ahora no hubo aplausos como en las presentaciones oficiales. Solo admiración.