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Petróleo: a demandar al cretáceo

En medio de un año de escalada de precios del crudo, acompañado por un cada vez más pobre debate petrolero, lo único que nos falta es demandar el subsuelo por no haber permitido incrementar las reservas.

Luis Carlos Valenzuela*
19 de diciembre de 2004

En marzo de1999 la revista The Economist publicó un extenso artículo afirmando que había llegado el fin de los altos precios del petróleo. En esta fecha el precio del barril de crudo (WTI)) era de 12 dólares. Para desgracia del redactor de la revista inglesa, a partir de ese momento el precio del petróleo inició una espiral alcista que lo llevó en 2004 a alcanzar los más altos precios nominales de la historia del crudo: el WTI (West Texas Intermediate) logró un precio de 51 dólares en los mercados de futuros.

El fundamento de la proyección de The Economist era que el debilitamiento de la Opep iba a hacer que el petróleo, como cualquier otro producto que se rige por las leyes del mercado, iba a tener como precio su costo de producción más el margen de ganancia asociado a un mercado competitivo, y esta suma oscilaba alrededor de los 10 dólares por barril. Respecto al precio actual sólo se equivocaron en 400 por ciento.

Las consultoras internacionales aprendieron la lección y ahora la más sofisticada de ellas calcula que en 2005 los precios del petróleo WTI pueden estar entre 30 y 52 dólares, con un precio promedio base de 38 dólares. La probabilidad estadística de no acertar en semejante rango es prácticamente nula. La utilidad de una proyección tan amplia es igualmente nula.

En un producto cuyo mercado sea competitivo, lo que puede generar un incremento de precios de tal magnitud es un aumento de la demanda, que empieza a ser satisfecha por productores con costos significativamente mayores. El petróleo es bastante atípico ya que en el corto plazo no hay productores que puedan entrar con crudo de mayor costo. Simplemente no hay mayor producción en esos plazos y el ajuste se debe hacer en forma plena y abrupta, vía precios, hasta tanto aparezca nueva oferta. Esto explica por qué las variaciones en los precios de petróleo son más radicales que las de cualquier otro commodity, y por qué un cartel tan caótico como la Opep, que tan solo controla el 40 por ciento del mercado, puede aún tener tanto efecto sobre los precios. Lo que ha ocurrido en los últimos años es un incremento sustancial de la demanda -2,2 millones de barriles diarios para 2004- principalmente en China. La desaceleración de la demanda, consecuencia lógica de los precios altos, ha sido lenta en la medida en que el efecto de los precios de petróleo sobre la producción es menor al que se observó en la crisis de 1973, debido a que la economía mundial es menos intensiva en el uso de petróleo de lo que fue en el pasado.

Desde el lado de la oferta, el principal problema es que la capacidad de ampliación es reducida. La incertidumbre respecto a la oferta de Irak, Rusia y Nigeria difícilmente podría ser cubierta por la capacidad de producción actualmente no utilizada. Esta asciende a 1,4 mbd, que es equivalente a la producción de Irak en un día. Si sale Irak y hay fallas en algún otro productor inestable como Nigeria, la situación de desabastecimiento sería grave y los precios podrían dispararse.

Independiente de la dificultad de proyección, lo relevante ya no son los altos precios del crudo en 2004, sino determinar si son sostenibles. Todo indica que por lo menos por los próximos dos años el precio va a estar en promedio alrededor de 35 dólares por barril.

Para Colombia estos precios, que han sido la tabla de salvación de la economía de los últimos cinco años, se pueden convertir en la más horrible pesadilla, en la medida en que las reservas se sigan agotando y el petróleo pase en un período de cuatro a seis años de ser el mayor rubro de exportación a constituirse en el mayor rubro de importación.

El efecto coyuntural asociado a los altos precios del petróleo es el impacto en el precio de la gasolina, que en concordancia con la racionalidad progresiva del gasto público debe continuar subiendo, salvo que noblemente el Moir y las centrales obreras decidan hacer paros en solidaridad con el estrato 6.

Si el país se vuelve importador, el impacto de unos precios tan altos como los actuales sobre el déficit fiscal y la balanza de pagos sería muy negativo. A los precios de hoy, el petróleo pasaría de un valor positivo por exportaciones de cerca de 2.000 millones de dólares en 2004 a (asumiendo que la mitad de la carga actual de las refinerías se tuviese que importar) un valor negativo por concepto de importaciones de 2.500 millones de dólares. Para dar una idea de la magnitud, la diferencia entre estas dos cifras es el equivalente al 30 por ciento de las reservas de divisas del país.

La criticidad de la situación petrolera para la macroeconomía del país justifica plenamente medidas extremas tales como extender contratos a cambio de que aquellas empresas de tamaño grande que todavía quedan en el país aceleren realmente la exploración. Esto quedó claro en el reciente fallo del Consejo de Estado, que parece ser la única entidad por fuera del Ejecutivo que entiende la magnitud del problema y que no está dedicada a hacer populismo.

En Colombia se han hecho todo tipo de esfuerzos para revertir el descenso de reservas. Se ha pasado del esquema 50-50 de finales de los 80 a la sustancial reducción de regalías del gobierno anterior, hasta el regreso a los contratos de concesión a través de la recién creada Agencia Nacional de Hidrocarburos. La insuficiencia de los resultados no se origina en negligencia, como afirman quienes han hecho de la destrucción su propósito de vida, sino en el simple hecho de que revertir una tendencia de declinación petrolera es difícil. Un reciente informe de Ecopetrol muestra cómo de las "99 naciones productoras de petróleo, 52 han llegado al pico de producción y no han podido revertir esa situación".

Los indicadores han mejorado. Los pozos perforados pasaron de 18 en 1998 a 28 en 2.003 y los kilómetros de sísmica, de 2.076 a 3.470 en el mismo período. Aun así, esto es insuficiente para revertir la tendencia. Esto tan solo será posible a través de acciones conjuntas con agentes privados y una correcta regulación estatal. El regreso de Exxon, por ejemplo, a explorar en el off shore es un logro de gran magnitud. Lo relevante no es el número de contratos, sino con quién se firman.

Institucionalmente, la posibilidad de que Ecopetrol, asumiendo en forma sustancial riesgos exploratorios, se convierta en una real compañía petrolera es prácticamente nula. La toma de cualquier decisión en Ecopetrol es un acto imposible, ya que no solo tiene que ser racional desde el punto de vista económico, sino que cada funcionario con un natural instinto de supervivencia tiene que preguntarse cuál de los 200 artículos del Código Disciplinario podría estar violando, o qué podrá decir la Contraloría respecto a si hubo o no detrimento patrimonial, con la sabiduría que da el que los hechos ya hayan pasado, contra la dificultad que tienen los funcionarios que deciden bajo condición de incertidumbre.

Todo lo anterior, azuzado desde el Congreso por quien ha sido el supuesto gran conocedor del tema, y que ha definido como razón de su existencia la destrucción. Si se explora, malo; si no se explora, malo; si es gas, malo; si se exporta, malo; si es condensado, malo; si es bueno, malo; si es malo, malo. ¡Qué triste debe ser vivir así!

El esfuerzo que hizo Ecopetrol por desarrollar Gibraltar, con mayor éxito del que el país le ha reconocido, tan solo tuvo como contraprestación un visceral ataque cuyo objetivo era probar que esto había sido un descalabro total. ¡Qué triste debe ser vivir así!

Bajo esta institucionalidad, la peor apuesta para solucionar la crisis de hidrocarburos que puede hacer el país es Ecopetrol, independientemente de la gran calidad de su gente.

Una vez el esquema de Estado empresario haga crisis se llegará a una situación donde el autoabastecimiento petrolero dependerá estrictamente de los contratos de la Agencia Nacional de Hidrocarburos, y el país entenderá que no está forzado a ser un país petrolero; que de pronto fue que el cretáceo no se portó tan bien con nosotros (hay que hacer un debate y demandarlo) y que como bien lo establece la Constitución, no hay derecho a seguir dilapidando recursos destinados a garantizar derechos fundamentales mientras el Estado supera su crisis de identidad, respecto a si les apuesta a sus ciudadanos reales o a un incierto cretáceo.

La conclusión entonces es que indefectiblemente va a haber un período en que Colombia será importador neto de petróleo, este no será largo y la solución por ningún motivo está en Ecopetrol.

* Ex ministro de Minas y Energía