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Claudia Varela, columnista

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La gente que no olvidaremos

En realidad, encontrar el propósito no es algo muy fácil en una cotidianidad que vivimos en piloto automático permanentemente.

Claudia Varela
18 de febrero de 2024

El tema del propósito pone a pensar a más de uno en estos días. En diferentes espacios, salones de clase y talleres, he escuchado a algunos con cierta frecuencia diciendo que lo tienen clarísimo y que lo saben desde la infancia. Bendecidos y afortunados, como dirían algunos perfiles de Instagram.

En realidad, encontrar el propósito no es algo muy fácil en una cotidianidad que vivimos en piloto automático permanentemente. Los días pasan, los años pasan, la gente pasa, los empleos pasan, las empresas pasan y los individuos quedan. Tú permaneces, es lo único seguro.

Ando en un curso de liderazgo un tanto hippie que enseña las cosas que en la educación tradicional no se enseñan. Por ejemplo, aprender a amar sin depender, a soltar el control de la vida porque al final lo que tiene que pasar, pasará. Encontré, en medio de estas búsquedas y recomendaciones de mi curso, algo que ya había leído, pero que al final me volvió a anclar en el tema de los comportamientos y motivadores, el error fundamental de atribución.

Suena bastante técnico y de hecho lo es desde la sicología, esto es una realidad del comportamiento humano, de lo que hacemos a diario y seguimos derecho como si no fuera con nosotros. Este sesgo se refiere a que los seres humanos tenemos una clara tendencia a interpretar y percibir lo que los demás hacen como algo inherente a su personalidad, a lo que juzgamos como su “manera de ser”. Mientras tanto, vemos nuestro propio comportamiento como algo que nace de las circunstancias. Por ejemplo, estábamos nerviosos, afanados, tristes. Es decir, es un momento para nosotros mientras es un error innato y casi genético en el otro.

Entonces, de nuevo, entramos a victimizarnos y a no ser responsables de nuestra propia realidad. Suena sencillo y de sentido común, pero es algo que pasa todo el tiempo.

Dentro de esta dinámica, reflexioné sobre aquellas personas que no olvidaré en mi vida profesional, desde la perspectiva de entender que soy responsable de mis acciones y que, en general, más bien he tenido buena energía a mi alrededor y solo he tenido que gestionar algunas consecuencias de mis propias decisiones.

Me pregunté entonces a quién no olvidaré y pensé en algunos jefes (creo que hay un par que ya olvidé), en algunos seres que me persiguieron y no me hicieron la vida fácil, en otros que me ayudaron a crecer y, definitivamente, en aquellos que lograron que un tsunami me convirtiera en una mejor persona.

Esos son los verdaderos maestros espirituales. Los que nos llevan a tener revolcones con la vida para que el famoso propósito llegue y nos abrace.

No sé si la reflexión a todo el mundo le llegué igual. Si invitarnos a pensar en esas personas a quienes no olvidaremos nos lleve a reflexionar sobre qué aprendimos o dónde estuvo nuestra madurez para entenderlo. Lo que sí es claro para mí, a la luz de la sabiduría de tantos años en empresas, es que la gente aparece en tu vida para algo. Así sea para enseñarnos “a los golpes”.

Pasamos mucho tiempo en las empresas, así que procuremos tener siempre en la cabeza que somos responsables de nuestra propia suerte y dejemos de buscar culpables en las cosas que no salen como queremos. Soltemos el control de lo incontrolable. Siempre habrá gente que no olvidaremos.

Aprende a distinguir quién merece una explicación, quién merece solo una respuesta, y quién merece absolutamente nada (Alexandra Remón).

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