La nueva contralora, Sandra Morelli, ha mostrado su talante con las decisiones tomadas en los primeros siete meses de gestión. Pero le esperan gandes desafíos para recuperar la confianza de los colombianos en esta importante entidad.

Perfil

La dama de hierro

La nueva Contralora General de la República protagoniza una historia en la que conviven el temple y la osadía.

18 de marzo de 2011

Una dosis moderada de osadía se encuentra entre los ingredientes con que Sandra Morelli está adobando el nuevo perfil de la Contraloría General de la República. Su toque se advierte en la forma como por estos días enfrenta las viejas mañas del pasado, lidiando contra la resistencia al cambio por parte de algunos funcionarios que parecen poco dispuestos a apoyarla en su proyecto de "repensar el control fiscal" en Colombia.

De entrada, dejó claro que se negará a llevar sobre sus hombros, como un pesado fardo, la herencia de un legado clientelista. Por eso, una de sus primeras decisiones al llegar al cargo, hace apenas cuatro meses, fue denunciar ante la Auditoría la existencia de una nómina paralela en la entidad.

Su paso siguiente fue replantear los indicadores de gestión y, tras la renovación de su equipo más inmediato de colaboradores, envió un mensaje que generó polémica y causó urticaria: aunque 80% de los funcionarios estén arropados por un régimen de carrera que parece hacerlos inamovibles, no habrá lugar allí para quienes no den la talla de sus exigencias.

La respuesta de algunos funcionarios no se hizo esperar. Miembros de los poderosos sindicatos de la entidad prepararon su artillería. Pusieron en la web y en las redes sociales mensajes que pretendían menguarla moralmente. Hablaban de que la nómina de sus delegados se había reconfigurado en medio de requiebros y amoríos. Ella respondió al agravio de una manera no convencional. "No me indigné -cuenta. Lo que en realidad me molestó fue el enfoque machista y discriminatorio del comentario. De un hombre no habrían dicho algo similar".

Cuando quiso olvidar el asunto, el servicio de seguridad de la Policía halló nuevos peligros. Justo cuando ella ordenaba someter a la vigilancia de la Auditoría el Fondo de Bienestar Social de la entidad -que maneja activos por casi $400.000 millones- fue advertida de que el teléfono de su despacho, en el piso 25, estaba intervenido y que había que hacer una reingeniería a su esquema de seguridad. El área de su oficina y otra contigua fueron selladas después de que se le habilitó un espacio provisional. "Tenemos el enemigo aquí adentro", dijo un oficial que participó en la misión.

Estos episodios dibujan en buena medida su personalidad. Ella pasó por alto el revuelo que se armó a su alrededor y prosiguió con su dosis de temple y osadía. Los más allegados a su familia saben bien que ese rasgo de personalidad lo heredó de su padre, Gianfranco Morelli, quien en 1957 salió de su natal Italia para venir en busca de “El dorado”.

Gianfranco descubrió ese “dorado” no solo laboralmente en Colombia, sino encarnado en el noviazgo y matrimonio con Teresita Rico. De allí surgió la cimiente jurídica que se convertiría en auténtico culto en la casa de los Morelli Rico. Sandra perfeccionó el italiano que le enseñó su abuela paterna, en el colegio Leonardo Da Vinci de Bogotá y emprendió una rutilante carrera de abogada. Egresada de la Universidad Externado de Colombia, donde estudió becada y produjo una tesis con mención summa cum laude, se especializó en Derecho Administrativo y Ciencia de la Administración en la universidad de Bolonia (Italia).

Después se fue a estudiar Ciencia Administrativa y Teoría de la Administración en la Sorbonne París II y Políticas Públicas en Montpellier. En Yale estudió el papel del abogado en las organizaciones públicas y corporaciones. Sobra decir que domina el inglés, el francés y el italiano.

Su paso por Bolonia, donde estudió con el respaldo de la beca Baldomero Sanín Cano, le permitió construir una relación vital con profesores reconocidos de Europa. Aún hoy, cuando tiene en ciernes una decisión difícil, prefiere consultar a sus maestros Luciano Vandelli, catedrático, tratadista y flamante directivo de la Organización de Jueces Italianos, y a Allan Brewer Carias, un venezolano miembro de la Asociación Internacional de Derecho Comparado de La Haya.
No todo para ella ha sido color de rosa. Su viudez reciente le ha dejado huellas visibles y, según sus colaboradores más cercanos, ha hecho que no pare un segundo de trabajar. Su segundo esposo, Heinrich Bach, desapareció en circunstancias trágicas cuando su hijo apenas balbuceaba las primeras palabras.

Aún en los pocos ratos libres que le deja la rigurosa revisión de expedientes y documentos sensibles, lee obras complejas con poca afinidad con la literatura clásica. Sus autores favoritos son los filósofos: Tomas Kuhn y su paradigma científico forma parte de sus libros de cabecera.

“¿Ha cometido poesías?”, le pregunta un interlocutor. Ella esboza una sonrisa y confiesa que solo disfruta los textos jurídicos. No en vano ha escrito 35 obras y ensayos publicados en revistas científicas. Recaudó valiosas relaciones a su paso por la Federación de Cafeteros, a la que asesoró en complejos negocios jurídicos. Allí conoció al hoy presidente Juan Manuel Santos y al actual embajador en Estados Unidos, Gabriel Silva. No obstante, no se acogió solamente a su respaldo sino que trabajó duro en su campaña, que le permitió llegar al cargo con el arrollador guarismo de 222 votos.

La antesala de su despacho es un hervidero en el que aguardan los miembros de una comisión de auditores que proyectan someter a su exigente cedazo los últimos hallazgos en algún organismo oficial. Un grupo de académicos espera presentarle una propuesta para darle un revolcón al control fiscal. Parlamentarios que ordenan por celular más copias de contratos que esperan cuestionar, preguntan con ansiedad por la agenda.

Ella debe volver a su ritmo febril. Entreabre la puerta de su despacho, se asoma sonriente y, con memoria privilegiada, saluda a varios por sus nombres y les anticipa respuestas rápidas: “ya tengo comentarios a tu informe”, “esta mañana revisé el estado del proceso”, “me estoy metiendo fuertemente en el tema que denunciaste...”.

Cuando regresa al sillón, retoma con propiedad el hilo de la conversación y cada tres segundos hace anuncios, alude a balances provisionales. Vuelve a ser la ‘dama de hierro’ que en sus primeros días de trabajo promovió 22 causas fiscales contra el grupo Nule y embargó las cuentas del Alcalde y el Contralor de Bogotá.

A diferencia de sus antecesores, hace un buen equipo con la fiscal Viviane Morales, con el procurador Alejandro Ordóñez y con el auditor Iván Darío Gómez Lee, con quienes comparte a menudo información sin ánimos protagónicos.  No para. Tiene la mira puesta en la injerencia burocrática de algunos jueces en la Contraloría y dice que no va a permitir que ningún poder ajeno o extraño coopte a su Contraloría.

La dama de hierro tiene un inocultable lado sensible que le da equilibrio al modelo con el que espera recuperar la confianza ciudadana. Jerarquiza pero no discrimina. Le interesa igual deshacer un entuerto administrativo en una región o investigar alguno de “cuello blanco”. Y no son pocos los desafíos que le esperan en estos temas.