JORGE IVÁN GÓMEZ
El poder embriaga; el exceso de poder embrutece
Hace unos días, un amigo mío fue nombrado Ministro. Su abuela, al saber de su nombramiento, le dijo con gran sensatez: “Ahora sí, mijito, no te vas a enterar de nada”.
Esta breve anécdota nos ayuda a comprender cómo el poder nos hace perder el contacto con la realidad y cómo su efecto narcótico y embriagante nos lleva muchas veces a tomar malas decisiones que luego no somos capaces de corregir.
¿Qué es el poder?
El poder es la capacidad para lograr la obediencia de alguien, la cual se logra por diferentes motivos; por obligación, por interés personal o por convicción. Una de las características principales del poder es que por su influencia se modifican los comportamientos, actitudes y valores de las personas sobre quienes se ejerce. Este hecho genera, en quien detenta el poder, la sensación placentera de reconocimiento social y de alta estimación por parte de quienes lo rodean, lo cual aumenta su orgullo y su autoconfianza.
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Las fuentes tradicionales de poder son dos. En primer lugar, el que se deriva de una posición o un cargo. Normalmente, es el poder que se ejerce en las organizaciones y se refleja en los organigramas y las jerarquías. En segundo lugar, tenemos el que surge del poder personal, que se origina en las capacidades de alguien, en su carisma o en sus habilidades especiales en un arte, deporte u oficio.
¿A qué nos lleva el poder?
El poder nos lleva a tomar decisiones que en condiciones normales no tomaríamos. Por un lado, nos convierte en personas precipitadas, camorreras y, sobre todo, prevenidas ante las personas y las circunstancias. Incluso, cualquier comentario puede ser tomado como una amenaza o una provocación. Por otro lado, nos conduce a la búsqueda incesante del reconocimiento y el elogio social, al punto que podemos llegar a valorar de manera positiva a los colaboradores que aceptan dócilmente nuestros puntos de vista. Por estas razones, el poder nos lleva a tener seguidores que nos alejan de la realidad porque su punto de vista será el mismo que el del líder.
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En la mitología griega, uno de los vicios más condenados era el orgullo desmedido. Se le llamaba Hubris y significaba un ego excesivo que llevaba a la adicción al poder y a emprender acciones extraordinarias, muchas de ellas por fuera de toda realidad y cruzando los límites de la naturaleza humana. Como consecuencia de este sentimiento fuera de toda medida, la persona poseía un exceso de confianza y una carencia de humildad que en cualquier momento terminaba en un gran fracaso.
Las consecuencias del mal uso del poder
El mal uso del poder nos conduce a tomar malas decisiones, derivadas del ego o de un sentimiento que luego no somos capaces de desmontar. Muchos estudios demuestran cómo los gerentes toman una decisión muy importante de inversión y se casan con la decisión, así se demuestre su inconveniencia, por la protección del ego y de la reputación (Grant, 2015). De otro lado, su mal uso nos puede conducir a sobreestimar nuestra capacidad, así como las circunstancias y la realidad. Por eso, una de las únicas maneras de modificar o corregir el rumbo de las organizaciones es cambiar a sus directivos.
¿Qué hacer para que el poder no nos afecte?
Lo primero es recordar que los cargos y honores son temporales. No podemos creer todo lo que nos dicen, ni acostumbrarnos a la adulación, pues esta cambia según el contexto. Linda Hill, profesora de Harvard Business School, sostiene que la mayor característica del poder es que cambia según las circunstancias. Por eso es dinámico.
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En segundo lugar, reconocer que los gerentes brillantes tienen un mayor riesgo de equivocarse por su alta confianza en sus conocimientos y capacidades. Nuestra práctica de la realidad y según mi experiencia con directivos como profesor en Inalde Business School, a mayor nivel de conocimientos y formación, más dificultad para escuchar, oír consejo y reconocer errores. A este respecto hay un dicho que resume esta situación: “el orgullo te meterá en problemas y la humildad te sacará de ellos”.
En tercer lugar, hay que aprender a rodearse de personas que nos digan las cosas como realmente son; evitar la cultura del yes man en las organizaciones, sobre todo cuando tratamos de excluir a aquellas personas que discrepan o presentan diferentes puntos de vista. Por el contrario, una cultura organizacional enriquecida por la diversidad fortalece la perspectiva ante los problemas y sus posibles soluciones.
Conclusión
Un directivo debe aprender a confiar en las personas para que estas le ayuden a ver la realidad tal como es y no como se quiere ver. Asimismo, el directivo debe escuchar y ser capaz de tomar decisiones, apoyado en la deliberación de sus equipos de trabajo.
Un buen directivo debe construir la disciplina de los comités y del seguimiento mediante indicadores para que su mirada de la realidad no se distorsione por la adulación, ni por el exceso de confianza que otorga el poder.
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El poder es un narcótico y, en exceso, nos puede conducir, sin darnos cuenta, a tomar malas decisiones. Toda decisión necesita contrapesos, alternativas y cálculo de los pros y los contras. Por esto, el que manda debe evitar que las emociones le distorsionen la realidad y, por el contrario, debe consultar y pedir consejo para que no lo embargue el orgullo desmedido y, en último término, tome mejores decisiones.