Las otras voces de Armero, 40 años después de la tragedia
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Las otras voces de Armero, 40 años después de la tragedia

El Nevado del Ruiz rugió y una avalancha sepultó para siempre Armero, en este especial están los testimonios de quienes desde otra orilla vivieron esta catástrofe. Descubra sus relatos…

Redacción Semana
15 de noviembre de 2025
Antes de la tragedia

A unos 48 kilómetros al norte de Ibagué y a aproximadamente 30 kilómetros del volcán Nevado del Ruiz, ubicado en el departamento del Tolima, en el valle del río Lagunilla, existía el municipio de Armero.

Estaba rodeado por los municipios de Mariquita, Lérida, Venadillo y Ambalema. Su posición en una planicie fértil lo convirtió en una de las zonas agrícolas más productivas del país, reconocido por la producción de algodón, arroz, sorgo, café y frutas tropicales.

Antes de su desaparición, Armero era conocida como “La Ciudad Blanca” por el color de las fachadas y la pulcritud de sus calles, se mostraba como una ciudad próspera, con hospitales, cines, clubes y colegios.

Durante la tragedia (13 de noviembre de 1985)

El 13 de noviembre de 2025 se cumplen cuarenta años de la tragedia de Armero, uno de los desastres naturales más dolorosos en la historia de Colombia y del mundo. Aquella noche de 1985, tras la erupción del volcán Nevado del Ruiz, una avalancha de lodo, piedras y escombros descendió a gran velocidad por el valle del río Lagunilla y sepultó por completo al municipio de Armero (Tolima). En pocos minutos, el pueblo desapareció bajo toneladas de barro y más de 25.000 personas perdieron la vida.

Después de la tragedia

Cuatro décadas después, Armero sigue siendo un símbolo nacional de la vulnerabilidad frente a los desastres naturales, pero también de la resistencia y la memoria. Las historias de los sobrevivientes, de los niños que fueron separados de sus familias, y de las comunidades que aún buscan a sus seres queridos, recuerdan la importancia de la prevención, la gestión del riesgo y la solidaridad.

Las fotos de Rafael González que retratan la tragedia de Armero

El fotógrafo y periodista Rafael González, tras cubrir la toma del Palacio de Justicia, también fue testigo de una de las más grandes tragedias que impactó en 1985 al país: la avalancha de Armero. Su cámara registró 200 instantáneas de uno de los momentos más angustiantes, cuando todo un pueblo desapareció. Estas imágenes hablan y el fotógrafo cuenta cómo fue cubrir este hecho que enlutó a Colombia. Escuche su relato.

El pueblo que quedó sepultado por una avalancha en imágenes | Semana noticias

El periodista y fotógrafo Rafael González cuenta a SEMANA cómo se desplazó hasta Armero tan pronto escuchó por la radio que una avalancha había desaparecido al pueblo. El rescate de los niños y un silencio sepulcral fue el registro de su cámara fotográfica.

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La niña y Armero: lo que el volcán arrebató y la vida devolvió

En el corazón de los Andes colombianos, un coloso dormido entre las nubes despertó de su letargo la noche del 13 de noviembre de 1985.

A sus pies se extendía un pueblo bañado por el sol, blanco, ordenado y tranquilo. Las bicicletas cruzaban la plaza, los murmullos llenaban las calles y el aire tenía la calma tibia de la vida cotidiana.

Las casas eran amplias, con patios generosos donde crecían mangos, mamoncillos y plátanos. Se divisaban extensos cultivos de algodón y arroz que le otorgaban al municipio el apodo de La Ciudad Blanca. En Armero, la prosperidad se respiraba sin alardes, como si el futuro estuviera asegurado bajo la mirada distante del Nevado del Ruiz.

Aquel día, a las 4:00 de la tarde, el gigante comenzó a inquietarse. Una llovizna negra cubrió las calles, los escaparates y las fachadas. Los niños, sin comprender, jugaban con la ceniza como si de nieve se tratara y reían. La montaña ya estaba hablando, pero nadie supo escucharla.

Las otras voces de Armero, 40 años después de la tragedia

El artículo que predijo la tragedia de Armero: Max Henríquez, el meteorólogo que fue ignorado ante su aviso

Impotencia y dolor son los sentimientos que inundan al reconocido meteorólogo colombiano al contar cómo advirtió, 15 días antes de la avalancha, lo que iba a suceder con el volcán Nevado del Ruiz. Su artículo fue una advertencia que nadie quiso escuchar.

A las 9:29 de la noche, el volcán rompió su silencio. Desde sus entrañas surgió un rugido antiguo y la corona de hielo que lo ceñía se derritió como una herida abierta.

El fuego tocó la nieve, y de ese encuentro imposible nació una furia líquida: un torrente de agua, lodo y piedra que descendió con velocidad. Los ríos Lagunilla, Chinchiná y Gualí se desbordaron como arterias rotas, arrastrando árboles, casas y sueños. En pocos minutos, la noche se volvió barro y el rumor del agua se transformó en un grito que nadie pudo callar.

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Dibujó una avalancha y un mes después se hizo realidad. El geólogo que habla con el Nevado del Ruiz: “Un paciente en cuidados intensivos”

Hace 40 años la tierra rugió y la erupción del Nevado del Ruiz generó una avalancha que borró del mapa a Armero. John Makario Londoño habla con SEMANA de uno de los volcanes más vigilados del país. Lo observa como un médico a su paciente: conectado a sensores, impredecible y siempre en riesgo.

A las 11:30, la avalancha llegó a Armero. Trescientos cincuenta millones de metros cúbicos de lodo sepultaron lo que, horas antes, era un pueblo próspero. Las advertencias llegaron tarde; cuando los habitantes comprendieron lo que ocurría, ya no había tiempo para huir.

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“Nos salvamos por minutos”, la historia del reportero que contó cómo el Nevado del Ruiz rugió y sepultó a Armero

Cuarenta años después de la tragedia en la que desapareció del mapa el municipio tolimense, Javier Mauricio Manjarrés describe el dolor y el horror que le produjo llegar a Armero cuando solo el silencio marcaba las horas.

Entre las miles de víctimas, una mujer joven, conocida como Salsipuedes —por la canción que solía tararear en los bares donde trabajaba—, o por su nombre, Dorián Tapazco, se aferraba a su hija recién nacida. La niña había venido al mundo apenas seis días antes del despertar del volcán. En medio del caos, la madre, cubierta de barro, la entregó a una socorrista, en un último gesto de amor.

La niña fue rescatada del lodo, de la desesperanza y de la muerte.

Jenifer nació dos veces: una, como Jenifer Tapazco, sobreviviente; y otra, como Jenifer de la Rosa, la niña colombiana criada por una familia española en Valladolid.

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Foto: Jenifer de la Rosa

El barro se secó, y Armero desapareció, reducido a una cicatriz sobre la tierra. Décadas después, la hija del volcán creció; la realidad de su origen nunca se le fue negada.

La ciudad de Valladolid se eleva firme sobre piedra dorada y serena bajo los cielos castellanos. En sus calles frías, con aromas nítidos y afilados, la hija del volcán crecía en el seno de una familia amorosa. Jenifer pasó sus primeros años de edad en esta ciudad, ignorando todos los secretos que inundaban su cuna al otro lado del océano.

En medio del salón familiar se alzan dos imponentes artesanías traídas de Colombia, su presencia llenaba el espacio, al igual que unos pequeños pendientes de esmeraldas que adornaban las orejas de Jenifer como rezagos firmes de sus raíces.

Sus padres le regalaron un álbum donde documentaron su viaje a Colombia. En sus páginas, los veía caminar entre cafetales húmedos, sonrientes bajo un sol dorado; luego, en Manizales, donde la adoptaron.

En la última página, una postal del Nevado del Ruiz se alzaba como un guardián blanco, y a su lado, en un brusco contraste, las ruinas grises de las casas que la tragedia había borrado. Entre esas imágenes —de vida y de destrucción, de luz y de barro— comenzó a intuir el inicio de su propia historia.

Jenifer creció entre dos mundos. En casa, sus padres le hablaban de una Colombia magnífica, llena del realismo mágico de Gabriel García Márquez, de la música de Shakira y de victorias de la Selección Colombia.

Pero, por fuera de casa, se vivía otra situación. Cada 13 de noviembre los medios españoles hablaban de la tragedia de Armero, a pocos días del cumpleaños de Jenifer. Aquellas imágenes desesperanzadoras de la devastación parecían señalarla, marcarla, a pesar de ser un evento que ella no podía recordar.

Así lo registró SEMANA en su versión impresa

Los otros niños hablaban, comenzaron a hacerle muchas preguntas de su lugar de procedencia, lo que la hacía sentir incómoda, una extranjera en su propio hogar.

Nunca pensó que su adopción fuera algo malo, pero los comentarios de sus compañeros, sumados a las imágenes que veía en la televisión, la asustaban. Lamentó ser colombiana y, con dolor, lo mantuvo en secreto para muchos de sus allegados.

Todos estos hechos ya estaban creando en Jenifer una disparidad, una gran dualidad en su identidad y muchas incógnitas la inundaban. Dicen que los niños adoptados se vuelven, sin querer, investigadores: aprenden a indagar en su propia historia, a perseguir los hilos que los unen al mundo.

Jenifer lo sabía y, en largas jornadas a escondidas de sus padres, se sentaba frente al computador para buscar información sobre Colombia, sobre Armero y sobre ella misma.

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Foto: Jenifer de la Rosa

A los 16 años tomó una decisión que cambió el rumbo de su vida: vivir en el extranjero. Necesitaba ir a un lugar en donde ser ‘diferente’ no doliera tanto. Fue un proceso de varios años, en los que aprendió a contar su historia sin sentirse juzgada. En esa etapa de cambio, no dejaba de pensar en Armero, seguía indagando sobre el nevado y todo lo que rodeaba su origen.

En 2016, Jenifer volvió a Colombia. Había hecho las paces con el lugar que la vio nacer y ahora solo quería buscar respuestas.

En medio de su investigación, su primer contacto con alguien en Colombia fue con Franciso González, director de la Fundación Armando Armero, quien también perdió a su padre y a su hermano en la tragedia, y se dedica a restaurar la memoria histórica del municipio. Bastó con unas horas de conversación para que ambos entendieran que sus historias estaban unidas entre el barro y las pérdidas, pero también en la esperanza.

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Una lucha por la visibilización: La historia detrás de la Fundación armando Armero

40 años después de la tragedia de Armero, el testimonio y la labor social de Francisco González sobresalen. Él es una de las voces que ha transformado una historia olvidada por el Estado en una muestra artística de lucha por restaurar la memoria.

El encuentro con Francisco fue como abrir los ojos a un nuevo mundo, con nuevas perspectivas que le darían pistas de quién era ella. Aun así, por el factor personal que tenía la tragedia, le resultaba realmente difícil seguir ese camino. A pesar de eso, Jenifer, de formación profesional como periodista, se armó con la coraza del profesional y se dispuso a llevar a cabo la investigación de su vida.

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Las otras voces de Armero, 40 años después de la tragedia
Foto: Jenifer de la Rosa

“Lo que estaba buscando, además de volver a Colombia y encontrar caras que fuesen similares a las mías, estaba buscando también respuestas, estaba buscando que había sido de Dorian, de mi madre. Fui al aniversario, a la conmemoración, y ahí me encontré con los familiares y me abrieron a una realidad muy dura, y es que esa gente lo estaba pasando muy mal y llevaban 30 años ahí con la esperanza de que fuese yo, fuese ese hijo o esa hija quien regresara, porque tuviese, pues como yo, esas incertidumbres, y al verme que no era, pues dolía bastante el escuchar todas sus historias”, relató Jenifer.

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“Sobrevivió a la avalancha, pero no a la infección que la mató”, el relato de una familia marcada por Armero

La avalancha de Armero dejó más de 25.000 muertos, un pueblo sepultado, personas que lograron salir con vida, pero otros que, a pesar de sobrevivir, no lograron permanecer. Esta es la historia de Eduardo Prada y cómo perdió a su hermana.

Jenifer llegó a Colombia con una mezcla de ansiedad y esperanza. Había pasado tanto tiempo imaginando ese momento que, al pisar las calles de Manizales, le pareció estar caminando dentro de un recuerdo.

Con el mapa que sus padres adoptivos habían guardado décadas atrás, comenzó a seguir la ruta que ellos habían recorrido: El Hotel Carretero, la Notaría Primera en la Plaza Bolívar y la registraduría donde firmaron los papeles de su adopción.

Cada lugar conservaba algo intacto, una belleza antigua que la conmovía. Sentía que, al caminar por esos sitios, entrelazaba sus pasos con los de sus padres, volvía a tocar la historia que los había unido. Cuando vio sus firmas en los registros, el apellido nuevo, la tinta aún visible sobre el papel amarillento, no pudo evitar emocionarse.

Pero la ilusión se quebró al llegar al ICBF. Allí, una funcionaria le dijo que sería muy difícil encontrar sus documentos. Jenifer apenas había abierto la boca cuando ya le habían dado la respuesta.

—¿Cómo puede saberlo si ni siquiera le he dicho quién soy? —preguntó con incredulidad.

La mujer la miró con cierta lástima.

—Porque sus papeles ya deben estar viejos, y en este país pasan muchas cosas.

Aquella frase, tan simple y tan dura, le cayó como un golpe. En ese momento, comprendió que encontrar su historia no sería solo una búsqueda de archivos, sino una lucha contra el olvido. Se tardaron cuatro años en entregarle los papeles.

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Foto: Jenifer de la Rosa

Mientras esperaba una respuesta que no llegaba, empezó a reunir fuerzas para otro sueño: convertir su búsqueda en una película. Quería contar su historia, pero también la de todos los que, como ella, habían nacido del volcán.

No era fácil. Nadie la conocía; venía de una ciudad sin industria cinematográfica, de una familia trabajadora que poco entendía de cámaras y rodajes. Tuvo que abrirse paso, construir su propio espacio para que su voz fuera escuchada. Aquellos años fueron largos, de trabajo y espera.

Hasta que, una noche de diciembre de 2017, su búsqueda dio un giro. Jenifer, que durante años había escrito una y otra vez el nombre de su madre —Dorian Tapasco, Dorian Tapasco Téllez, con todas las variaciones posibles—, lo volvió a teclear, casi por costumbre. Pero esa vez algo distinto apareció: una noticia, una historia que llevaba ese mismo nombre.

La posibilidad de encontrarse con una hermana perdida ahora se convertía en una realidad.

Y el corazón le golpeó el pecho como si la tierra, de pronto, se abriera bajo sus pies.

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Reconstrucción de familias con ADN: el legado familiar que cambió la historia de Armero

A 40 años del desastre de Armero, el médico genetista Juan José Yunis recuerda el legado de su padre, quien ayudó a las personas que buscaban a sus familiares. Yunis continúa con esta tradición al apoyar a la Fundación Armando Armero.

El 18 de julio de 2018, el día amaneció tibio en Colombia. Jenifer se preparaba para volver a España cuando recibió la llamada que lo cambió todo: los resultados del ADN habían llegado.

Francisco, de la Fundación Armando Armero, fue quien hizo de puente entre ambas. La noticia la sorprendió cuando ya tenía la maleta lista, cuando el tiempo parecía agotarse. En medio del apuro y la incredulidad, apenas alcanzó a procesar las palabras: “Sí, son hermanas”.

La emoción fue tan grande que ninguna de las dos supo cómo reaccionar. Ángela, su hermana, cumplía años pocos días después, y Francisco, que presenció aquel momento, dijo con emoción:

—Ahí tienes tu regalo de cumpleaños.

No pudieron verse en persona. La distancia y las horas del vuelo lo impidieron. Pero esa misma noche, con la ayuda de Francisco, hicieron una videollamada. En la pantalla, dos rostros se miraban con una mezcla de timidez y asombro, reconociéndose sin haberse visto nunca antes.

Durante años, Jenifer había buscado nombres, fechas, documentos, rostros que encajaran con el suyo. Ahora, frente a aquella mujer de voz cálida, encontró algo que ninguna institución había podido ofrecerle: un reflejo.

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Foto: Jenifer de la Rosa

Las dos lloraron. Las palabras se interrumpieron con silencios largos, como si intentaran recuperar en unos minutos todo lo que la vida les había negado. Entre lágrimas, prometieron encontrarse pronto, reconstruir su historia, saber más sobre Dorian, la madre que aún se les escapaba entre rumores, papeles y recuerdos ajenos.

Cuando la llamada terminó, Jenifer comprendió que su búsqueda no terminaba ahí. Aquel encuentro no era un cierre, sino un principio: el de una nueva manera de entender su origen, ya no desde la pérdida, sino desde el reencuentro.

Volcán Nevado del Ruiz
Créditos del especial
Coordinador editorial: Juan Carlos Molano Carrillo
Investigación y textos: Natalia Rodríguez y Carolina Flechas Anzola
Producción multimedia: José Barrera Hernández, Alejandro Bernal González
Curaduría fotográfica: Doralys Cortés
Corrección de estilo: Fernando González, William Tocora, Érika Gómez
Video: Cindy Torres Silva
Edición video: Néstor Javier Hernández

Fotografías avalancha de Armero (blanco y negro): Rafael González
Fotografías avalancha de Armero (blanco y negro): Carlos Linares
Fotografías recortes periódicos: El Espectador, El Tiempo, El Espacio, El País
Infografía original de Edición 1985 SEMANA: Sergio Valencia
Edición 185: Archivo SEMANA

Agradecimientos: Servicio Geológico Colombiano, John Makario Londoño, Max Henríquez, Rafael González, Javier Mauricio Manjarrés, Fundación Armando Armero, Eduardo Prada, Juan José Yunis, Jenifer de la Rosa, Francisco Gómez