Especiales Semana

SEXO VIRTUAL

La tecnología permite ahora un sexo sin olor, sudor ni sabor, pero sobre todo sin barreras.

25 de agosto de 1997

La ciencia y la tecnología han logrado en los últimos años cumplir con uno de los grandes sueños del hombre: un universo sin límites físicos ni mentales. Internet ha revelado con sus millones de usuarios que el mundo es ancho pero no ajeno. Todo el que tenga un computador y la suficiente pericia para esquivar trancones, escalar montañas y atravesar mares de información muy bien puede encontrar al final del camino el botín que esperaba... o el que terminó atravesándosele en el camino. Y, por supuesto, el sexo, la vieja obsesión humana, no perdió la oportunidad de probar las nuevas reglas del juego. En esta red, que está logrando convertirse en una realidad alterna, de cada 1.000 imágenes 800 son pornográficas. Pero la aventura va más allá.Lo primero que apareció fueron las tradicionales publicaciones pornográficas de Penthouse y Playboy, con su casi ingenuo y conocido reto de 'ver y no tocar', sólo que en versión digital. Estos clásicos del erotismo de masas han causado en la red el mismo interés de siempre y sus productores se dan el lujo de contabilizar en una semana la visita de cinco millones de lectores. También existe la modalidad de sex shops, los cuales venden sus productos, como videos y artefactos sexuales, por el correo electrónico. Este sólo se trata de un primer paso, casi para no iniciados, y que en el fondo todavía no sale de la mentalidad de la era de Gutenberg. Pero el aficionado que se decida a atravesar este círculo de profanos se puede ver envuelto en una espiral inacabable de oferta sexual cibernética. Y con un poco de pericia e insistencia puede llegar a territorios verdaderamente insospechados. Una de las grandes atracciones de este tour sexual-digital lo constituyen las chat-rooms. Estas son habitaciones electrónicas que por lo general se usan para el encuentro de cibernautas de todo el mundo para discutir temas de todo tipo. Pero los amantes del sexo cibernético las han remodelado a su gusto y han empezado a utilizarlas para desarrollar conversaciones eróticas de grueso calibre o refinada sensualidad, dependiendo del tipo de visitantes que provienen de todas partes del mundo. Hay además millares de páginas en las cuales se comercia por igual con sonidos obscenos como con fotos de eyaculaciones y de mujeres en todo tipo de poses.Lo que más le llama la atención a los usuarios en realidad es la posibilidad de la interactividad, como en el caso de las experiencias en vivo. Una de las más populares consiste en un show que cuesta 30 dólares y en el que el usuario puede pedirle a un hombre o a una mujer que se vaya quitando la ropa o que realice determinados movimientos. Pero esto no es nada comparado con las delicias que prometen los ingenieros de sistemas a los ciberamantes. Se trata del sexo virtual, un erótico Frankenstein que todavía no terminan de recomponer en sus laboratorios. La idea, que ya se ha empezado a probar en la práctica, es la de refinar un sistema en el que un traje de datos sensorial posibilitará un contacto íntimo con los otros habitantes del ciberespacio. Los usuarios podrán adentrarse en los abismos del sexo gracias a una conexión vía Internet con la otra persona sin importar qué tantos kilómetros los separen en la realidad. La imagen de cada amante reflejada en pantallas podrá manipularse a voluntad. Gracias a unas gafas que permiten ver en tres dimensiones y a unos guantes de datos, la imagen del amante adquirirá una presencia real para su pareja, quien podrá acariciar su cuerpo hasta en las zonas más íntimas y oír su voz, todo esto en tiempo real. Pero para la materialización de estas fantasías todavía falta mucho, pues los resultados hasta el momento no han permitido lograr producir sensaciones realmente fuertes en el espacio aparente. Este lugar libre de las restricciones del espacio, el tiempo y la censura para muchos reúne dos de las características con las que definió a esta sociedad J.G Ballard, el autor de la novela Crash: el sexo y la paranoia. Los habitantes del ciberespacio pueden lograr en ese mundo alterno y etéreo otra naturaleza: sin cuerpo, raza o género, sin pasado, sin restricciones, sin deberes, sin tiempo... sólo que a diferencia de los ángeles, que eran asexuados, este nuevo ser sólo es sexo. Un sexo que tiene para ellos la ventaja de que se evita la incomodidad del rito, de la seducción, del reto de encontrarse a otra persona, del desgaste de la movilidad física y de los peligros del sida.Aunque a algunos les parezcan estrambóticos y perversos, en el fondo estos ejércitos de solitarios adictos al sexo por computador son casi que la encarnación viva de los mensajes que la sociedad de consumo y tecnificada les envía. Por un lado está el llamado de que todo lo que vale la pena en la vida es el sexo, pero al mismo tiempo está el bombardeo de la necesidad de un sexo 'seguro' ante la amenaza del sida y, finalmente, la exaltación de las bondades de la tecnología. Estos cibernautas han terminado por convencerse de que el verdadero sexo seguro no es ponerse condones hasta en los dedos o bañar a sus amantes con nonoxidanol para evitar el contagio. El punto último en esta escalada de paranoia se encuentra más bien en la negación al contacto físico, con la ventaja de no renunciar al placer y la apertura a las posibilidades sexuales sin el riesgo. A pesar de la supuesta prolongación del cuerpo y los placeres al infinito, este no es el sexo total que a los orientales les devolvía la conexión con el cosmos. Al contrario, el sexo cibernético es un placer localizado que, como dice el sicoanalista Simon Brainski, "no le permite al hombre relacionarse con el otro . Es sólo una relación del sujeto con el sujeto mismo".Defendido por algunos que lo consideran la expresión llena de insospechadas posibilidades del hombre de la era cibernética y atacado por otros por su naturaleza voyerista, deshumanizada e infantil, sin duda el cibersexo se plantea como una actividad que encierra la gran paradoja que la tecnología le ofrece al hombre contemporáneo.