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DE LA PIEDRA AL CIELO

Con la muerte de Jorge Rojas se fue tal vez el más luminoso, espontáneo y divertido de los integrantes del movimiento literario piedracielista.

12 de junio de 1995

EL PRINCIPIO DE LA UNION ERAN LAS REUniones periódicas en casa de Eduardo Carranza para recitar en coro sonetos de autores como Rafael Alberti, Dámaso Alonso, Eduardo Castillo. Luego fueron los versos de la propia inspiración que en rebeldía contra los maestros Rafael Maya y Guillermo Valencia, reclamaban más atención a la sensibilidad del espíritu que a la encumbrada erudición. Casi sin quererlo fue naciendo un movimiento sin nombre, cuya afinidad mayor era la veneración al poeta español Juan Ramón Jiménez y en general a la generación del 27. Lo encabezó Carranza y al él lo secundaron Aurelio Arturo, Antonio Llanos, Carlos Martín, Tomás Vargas Osorio, Arturo Camacho Ramírez y Jorge Rojas.
Pero si Carranza fue el núcleo de inspiración del movimiento, el mecenas sería Jorge Rojas. Como cosa rarísima en un poeta, Rojas era talentoso en los negocios. Nacido en Santa Rosa de Viterbo, en Boyacá, había heredado las tierras de su padre, y la administración de las mismas lo convirtió en el 'rico' del grupo. Su situación económica le permitió patrocinarles la publicación de poemas a sus amigos. Así, a mitad de los años 30 comenzaron a aparecer entregas periódicas, editadas por el propio Rojas y publicadas bajo el nombre de Cuadernos de Piedra y Cielo, en honor al título de un libro de poemas de Juan Ramón Jiménez. El grupo había quedado bautizado así con el apelativo de piedracielista.
La consigna del grupo era humanizar la poesía, acercarla de nuevo al espíritu sensible que según sus integrantes habían abandonado sus antecesores. Y bajo este precepto vivió Jorge Rojas. Se comportó igual en las letras que en su existencia, pues estaba convencido de que el poema no podía ser otra cosa que la desnudez del corazón. De esta manera, su sensibilidad al escribir no lo abandonó en sus otras cotidianidades. Los que lo conocieron afirman que era un hombre que lloraba con frecuencia y lloraba bien. Pero al mismo tiempo explotaba la otra cara de su alma: el humor. Sin duda era el más espontáneo y no había ocasión en que no saliera con un inteligente apunte.
Al igual que Pablo Neruda, su creatividad en las letras tuvo extensión en la arquitectura. Sin ser un profesional en la materia, Jorge Rojas se caracterizó por diseñar él mismo sus propias casas. De la misma forma fue un experto cocinero, conocido por invitar con frecuencia a sus amigos a degustar sus especialidades: la sopa de cebolla y el pollo a la Kiev.
Corpulento, generoso y de buen genio, Jorge Rojas supo ganarse el cariño de sus amigos, la admiración de sus lectores y el reconocimiento del país en 1969, al ser nombrado por el presidente Carlos Lleras como primer director de Colcultura .
La semana pasada, poco antes de cumplir 83 años, Jorge Rojas ganó el cielo, no sin antes dejar un legado que quedará escrito en la historia de la poesía colombiana.