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El adiós de un grande

Con el retiro de Yves Saint Laurent de la alta costura se cierra un capítulo en la moda. Su marca ‘prêt à porter’ seguirá siendo comercializada por Gucci.

22 de octubre de 2001

Este oficio no es un arte pero necesita un artista para existir”, confesó Yves Saint Laurent en su discurso de despedida y nadie fue capaz de refutarlo. Después de 40 años dedicados al mundo de la alta costura pocos se atreverían a poner en duda las palabras del reconocido diseñador de origen argelino, cuyas creaciones ayudaron a que las mujeres descubrieran que cambiar su forma de vestir también era una forma de liberación. El esmoquin femenino, las blusas transparentes y los vestidos trapecio, prendas que hoy en día parecen tan normales, no existirían de no haber sido por el talento de Saint Laurent y su deseo de poner su creatividad a las órdenes de las mujeres. “Servir sus cuerpos, sus gestos, sus actitudes, sus vidas. He querido acompañarles en ese gran movimiento de liberación que conoció el último siglo”. Pese a que las comparaciones son odiosas en este caso no es exagerado elevar a Yves Saint Laurent, un genio de la aguja y el dedal, a la condición de artista pues el diseñador es para la moda lo que Picasso es para la pintura y Nijinski para el ballet. Tanto que en su momento se llegó a asegurar que así como Coco Chanel le había dado a la mujer la libertad él le había dado el poder. Un poder representado en algo tan simple como un par de pantalones que, al convertirse en una prenda femenina, le dieron a la mujer la posibilidad de gozar de la misma comodidad y movilidad de los hombres sin perder la elegancia. Pero el negocio de la moda cambió, los otrora poderosos imperios fueron cayendo e Yves Saint Laurent no iba a ser la excepción. En cuestión de 10 años el exclusivo mundo de la alta costura perdió poco a poco la independencia de sus prestigiosas marcas, las cuales dejaron de ser propiedad de los diseñadores y pasaron a manos de grandes grupos empresariales. Christian Dior, Givenchi y Christian Lacroix pertenecen a Bernard Arnault, el grupo italiano Ferragamo es el accionista mayoritario de Emmanuel Ungaro y Balmain hace parte de un holding. Yves Saint Laurent cedió el control de su emporio en 1993 cuando vendió la firma y su nombre a la empresa Elf Sanofi, que en 1999 le cedió los derechos a Gucci. La transacción fue cercana a 1.000 millones de dólares y el diseñador se quedó únicamente con la línea de alta costura. Este mercado se reducía a una exclusiva lista de 50 mujeres, incluidas la actriz Catherine Deneuve y las esposas de Oscar de la Renta y Jacques Chirac, quienes estaban en condiciones de pagar los 15.000 dólares que el diseñador cobraba por cada una de sus creaciones. Sin embargo las deudas y las continuas pérdidas hicieron inviable el negocio (las empresas ganan más dinero por las líneas prêt à porter, los accesorios, perfumes, gafas de sol) y Saint Laurent se dio cuenta de que sólo le quedaban dos opciones: cerraba o vendía. Ante la posibilidad de que una gran multinacional se apoderara de sus diseños decidió tomar la delantera y clausurar la empresa. “Yves Saint Laurent se retira porque se siente cada vez menos a gusto en un oficio que de alta costura no tiene más que el nombre y porque ya no tiene con quién competir: No es divertido jugar un partido de tenis cuando se está solo y nadie contesta a los golpes de la pelota”, declaró a los medios de comunicación europeos Pierre Berger, socio y amigo de Saint Laurent durante casi toda su carrera como diseñador independiente. Pero Yves Saint Laurent se retira del juego con la cabeza en alto y con la satisfacción de una vida de innumerables logros. Exitos que comenzaron a los 17 años cuando se presentó en el taller de Christian Dior, en París, con un premio de diseño bajo el brazo y con la confianza ciega de que el prestigioso diseñador quedaría prendado tan pronto viera su trabajo. Su olfato no falló y Dior lo contrató de inmediato como decorador de su sala de exhibiciones. Dos años fueron suficientes para demostrar su talento creativo y a la muerte de su mentor se hizo cargo de la dirección artística de la empresa. En 1958 su exhibición del vestido trapecio convenció a todos los conocedores del mundo de la moda de que el genio de Orán, Argelia, había llegado para transformar la cara de París. Luego vendrían las colecciones inspiradas en la obra de Mondrian, Picasso, Warhol y Van Gogh, en las que Saint Laurent logró convertir una pieza de ropa en una obra de arte. Quizá su temperamento depresivo (estuvo recluido varias veces en clínicas siquiátricas y consumía drogas y alcohol) influyó en su determinación de abandonar el ambiente de la alta costura antes de que ésta cayera también en poder de los nuevos cerebros de la moda llamados John Galliano, Tom Ford y Calvin Klein, cuyas producciones estandarizadas perturban a Saint Laurent, sobre todo desde que el norteamericano Ford se encuentra a la cabeza de la que alguna vez fuera su línea de prêt à porter. El mundo cambia, la sociedad cambia, la moda cambia y en el nuevo orden Yves Saint Laurent era un dinosaurio que caminaba extrañado en una tierra que ya no era la suya y por eso escogió descansar con dignidad.