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GUERRA DE PRIMERAS DAMAS

En busca del favoritismo de los electores, los candidatos a la presidencia de los Estados Unidos deciden enfrentar públicamente a sus esposas.

2 de noviembre de 1992


NunCA ANTES en una campaña para la elección del Presidente de los Estados Unidos el papel de la primera dama había tenido tanta importancia como en esta oportunidad. Al parecer, el clásico duelo que habitualmente se libra entre los candidatos de los dos grandes partidos obre su personalidad y sus programas de gobiernono ha sido suficiente para persuadir a los electores. Ni George Bush ni Bill Clinton cuentan con el encanto de un Kennedy o el arrastre de un Reagan, y para completar, sus proyectos y propuestas de gobierno no acaban por convencer a los norteamericanos. Lo cierto es que a pocas semanas de la elección, las encuestas no muestran una ventaja representativa de uno sobre otro. Conscientes de este handicap, Bush y Clinton han decidido enfrentarse en otro terreno: echar mano de sus esposas para hacer reflexionar a los norteamericanos ya no sobre quién será mejor presidente de los Estados Unidos sino sobre quién será mejor primera dama.
Lanzadas a la palestra pública en las convenciones de los dos partidos como el "modelo ideal" de la mujer norteamericana, Barbara Bush y Hillary Clinton se han enfrentado en un duelo verbal similar al de sus maridos. Esto ha llevado a que por primerá vez las esposas de los candidatos tengan una inusitada vitrina en los medios de comunicación. Inusitada porque en esta oportunidad no se ha escudriñado su vida en la forma tradicional, es decir, indagando sobre sus sustos y aficiones para satisfacer la curiosidad de los norteamericanos, sino otorgándoles páginas para que puedan demostrar ante la opinión pública cuál de las dos está más capacitada para desempeñar el primer papel femenino de la nación. En un momento en que la mujer norteamericana busca el equilibrio entre su desempeño como esposa madre y su realización profesional, la imagen de estas dos mujeres, con vidas e intereses diametralmente opuestos ha entrado a jugar en la conquista de los votos femeninos. Detrás de este cruce de palabras agridulces se agita un enfrentamiento de generaciones. De un lado está Barbara Bush, la reposada matrona de cabello blanco y atuendos de ama de casa corriente, dedicada por entero a su hogar, que escribe tiernos libros sobre sus perros, y que ha dejado cualquier ambición personal por el amor a su marido. Del otro, está la figura esbelta y ejecutiva de Hillary Clinton, profesional independiente, activista de temperamento y feminista por convicción, quien ha tenido un destacado desempeño como abogada y un activo papel en la vida política de su marido.
A tal punto, que fue su respaldo ante las acusaciones de infidelidad lo que salvó a Clinton de ser eliminado en los comienzos de su carrera hacia la Casa Blanca.
Al parecer la personalidad de Hillary Clinton ha desvelado a los republicanos mucho más que la de su esposo. Con cerca de la mitad de las mujeres norteamericanas en el mercado laboral, la esposa del candidato demócrata puede representar mejor los intereses de la mujer con temporánea que la hogareña y tradicional esposa del presidente Bush. Ante esta amenaza, la estrategia republica na ha sido la de presentar las canas de Barbara Bush como el emblema de la defensa de los "valores familiares", supuestamente amenazados por Hillary Clinton, quien ha sido pintada por los adversarios de su marido como una mujer ambiciosa y radical que antepone su profesión a su hogar. Lo cierto es que pocas veces la esposa de un candidato presidencial norteamericano ha sido tan duramente atacada por la oposición. Los republicanos han desenterrado sus escritos académicos sobre los derechos de la infancia para acusarla de alentar a los niños a ir en contra de sus padres; han visto en su deseo de proteger a su hija Chelsea de la publicidad una prueba de que pasa muy poco tiempo con ella. Han criticado su activa participación en las causas feministas para tildar la de radical y han interpretado sus intervenciones en la campaña de su marido como una muestra de su ambición de poder.
Pero todos estos esfuerzos republicanos por neutralizar el "factor Hillary" en el resultado de las elecciones han sido inútiles. Las últimas encuestas muestran que solamente el cinco por ciento de los votantes considera los "valores familiares" el principal tema de la campaña. Y más que despertar un sentimiento anti-Hillary, la gran mayoría de los norteamericanos ha encontrado estas tácticas mezquinas y fuera de tono.
De otra parte, los norteamericanos ya han visto a Barbara Bush y a Hillary Clinton codearse con el poder. A la primera durante cuatro años como primera dama y a la segunda durante 11 años como esposa del gobernador de Arkanzas. Y el asunto es si prefieren en la Casa Blanca a una abuela que se preocupa más del bienestar de su esposo y de sus mascotas que de los asuntos del Estado o una brillante profesional que se ha destacado en prácticamente todas las actividades en las cuales ha tomado parte.
Para nadie es un secreto que desde George Washington hasta George Bush, las "primeras esposas" han tenido una gran influencia en las decisiones de sus maridos. Pero si algo ha quedado en claro del duelo entre Barbara Bush y Hillary Clinton es el nuevo papel que jugarán las mujeres que lleguen a la Casa Blanca. Cualquiera que sea el resultado de la elección del 3 de noviembre, lo cierto es que Barbara Bush será la última primera dama que se ajuste a la definición dada una vez por Eleanor Roosevelt: "Su papel es el de ser vista sin ser escuchada". La era de la primera dama como una sombra tras el estrado, como un adorno más de su marido, como una mujer discreta y dedicada a las obras de caridad parece haber llegado a su fin. Y quien la suceda, seguramente romperá el molde.-