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NOSOTROS LOS DE ENTONCES ...

La atracción en Wimbledon este año fue el espectácular duelo entre dos generaciones.

3 de agosto de 1992

NO IMPORta cuántos torneos de tenis se sigan creando en el mundo el de Wimbledon sigue siendo el torneo estrella. El juego en su sede original y revestido de las tradiciones que le imponen los ingleses el piso de cesped, la obligación del traje blanco, las normas de aplausos y silencio, y lo estricto en la aplicación del código del tenista hacen que llegar a ese torneo, además de dar puntos para el ranking dé prestigio para los jugadores.
Este año además se dio un particular momento en el que seis figuras norteamericanas exhibieron sobre la cancha las ventajas y desventajas de la brecha generacional en este deporte. La experiencia, la templanza, la determinación y el coraje de los "viejos" que de alguna manera se jugaban sus ultimos restos en este Wimbledon 92, se vieron enfrentados a la fuerza, la ambición y la técnica de las nuevas generaciones. Hacía muchos años que los norteamericanos no protagonizaban semifinales en Wimbledon. En los ultimos años estas habían sido dominadas por europeos como los alemanes Beeker y Stich y el sueco Stefan Edberg.
Pero cuando los aficionados vieron aparecer este año en las listas a tiguras como Jimmy Connors, John McEnroe y Martina Navratilova, esperaron que su presencia no pasaría de ser el espectáculo de templaza humana y resistencia a dejarse vencer por la edad que regularmente ofrecen. Sin embargo al espectáculo le sumaron resultados. La Navratilova que en los años recientes había sido dejada por el camino de los cuartos de final, este año llegó a una reñida semifinal frente al nuevo monstruo femenino de la canchas, Mónica Seles.
Con 37 años y un récord profesional que la convierte en la primera jugadora de la historia de ese deporte, Martina apuntaha a llevarse su título numero 10 en Wimbledon. Perdió, pero demostró que la experiencia la pone aun de igual a igual frente a figuras hasta 20 años menores que ella. Cuando dejó la cancha el público se puso de pie y la ovacionó.
El otro que demostró que tiene a su fanaticada intacta es John McEnroe, un personaje que ha logrado despertar los más contradictorios sentimientos en el público. Para algunos es el más detestable jugador que haya visto una cancha, pero todos se se le quitan el sombrero. Con una carrera que empezó en 1976 cuando el rey Borg acababa de ser destronado por Jimmy Connors, McEnroc tiene en su haber 80 victorias individuales. Ha sido cuatro veces campeón del abierto de Estados Unidos y tres veces campeón de Wimbledon para un total de siete títulos de Grand Slam. Pero si su juego le ha dado respetabilidad frente a las tribunas, su comportamiento en la cancha le ha costado aficionados, dinero y, lo que más le importa a él, juegos. En 1990 fue descalificado del abierto de Australia por mala conducta, y el año pasado en Wimbledon fue multado con 10 mil dólares por irrespeto, al juez. Nada que le guste más que pelear con los jueces. Un rasgo de su carácter que llegó a definir su lama y el que, segun sus palabras, ha combatido más de lo que ha entrenado tenis. Hace poco y después de haberse convertido en esposo y padre. Big Mac confesó a un periodista que una de las cosas más importantes que había aprendido en su madurez es que el juez que se sentaba en la silla alta era una persona. Hasta entonces, el juez central era para este monstruo del tenis, el insensato que se atrevía a cantarle bolas en contra. Con un recorrido que ha conocido subibajas entre 1984 cuando ganó su ultimo título de Grand Slam hasta el 87 que reapareció con nuevos ímpetus, vivió un lapsus misterioso que lo tuvo lejos de las canchas McEnroe dio guerra en este Wimbledon y hasta llegó a hacer pensar que su regreso era definitivo. Pero tal vez el mejor espectáculo este año fue la despedida de Jimmy Connors. Después de haber enfrentado a veteranos y novatos en 20 años de carrera, Connors en el umbral de los 40 años, se despidió del torneo más famoso en medio de una ovación delirante y un partido en el que demostró lo que lo ha tenido en el juego durante tantos años: la más increíble tenacidad humana.
Con el ocaso de estos tres jugadores se cierra toda una época en el tenis, en la que las principales características de ese deporte inteligencia, astucia, disciplina, determinación y fuerza encontraron los mejores exponentes. Tal vez sigan jugando, pero ya no podrán esperar superar a las nuevas figuras que a todas esas virtudes suman una definitiva: la juventud, André Aggasi, quien no había participado del mundo de Wimbledon hasta el año pasado en que terminó por aceptar la obligación del uniforme blanco, demostró un repunte que no muchos habían pensado que se diera. Con la astucia de McEnroe pero sin su disciplina, Agassi había tenido una carrera de variada intensidad que lo subía y bajaba en el ranking. Este ha sido su año. Y Peter Sampras, quien dejara atónitos a todos cuando hace dos años y a los 16 se llevara el Masters de Nueva York, da pasos de animal grande: sin prisa, pero sin pausa. Con un servicio demoledor y una serenidad apenas comparable con la de Edberg. Sampras es uno de los que apunta a heredar el trono de los grandes. Currier, a pesar de haber sido dejado en el camino, sigue ubicado en el primer lugar conservando su puesto en la galería de los nuevos monstruos.
Los que se van dejan historia y un ejemplo de fortaleza admirable que segurante tendrán que aplicar ahora que se verán obligados a descubrir que sí hay vida después del tenis.