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Mauricio Sáenz columnista de Arcadia.

Crítica de libros

La guerra no tiene rostro de mujer, ¿o si?

'La guerra no tiene rostro de mujer' se trata de un inmenso collage de entrevistas que Alexiévich recogió a lo largo de más de cuatro años de trabajo. Al efecto la reportera visitó más de 100 ciudades, poblaciones y villorrios de la inmensa geografía soviética para hablar con más de 200 mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patriótica de los rusos.

Mauricio Sáenz
27 de enero de 2016

Muchos se sorprendieron al saber que la bielorrusa Svetlana Alexiévich había ganado al año pasado el Premio Nobel de Literatura. Al fin y al cabo, la autora nacida en 1948 se dedica a escribir textos de no ficción, que no han sido precisamente los más atractivos para el comité del premio, si bien al menos dos de sus receptores, Bertrand Russell y Winston Churchill, lo recibieron en la primera mitad del siglo xx con obras clasificables en esa categoría.

Pero es que Alexiévich ni siquiera es filósofa o historiadora: se trata de una periodista en ejercicio. Por supuesto, se dirá que Gabo lo era en esencia. Pero no llegó a las cumbres de la Academia Sueca por sus piezas en El Universal o El Espectador, ni por su gran reportaje Noticia de un secuestro. En cambio, Alexiévich solo trabaja en periodismo y, lo que es más sorprendente aún, lo hace con una estructura inusual, aunque extraordinariamente eficaz: se dedica a pintar las situaciones que ha vivido su patria a partir de la transcripción textual del testimonio de quienes vivieron los hechos.

Aunque ya había aplicado esa técnica en Voces de Chernóbil, cuando describió desde adentro el mayor desastre nuclear civil de la historia, la obra que según todos los críticos le valió el Premio Nobel es La guerra no tiene rostro de mujer. Se trata de un inmenso collage de entrevistas que Alexiévich recogió a lo largo de más de cuatro años de trabajo. Al efecto la reportera visitó más de 100 ciudades, poblaciones y villorrios de la inmensa geografía soviética para hablar con más de 200 mujeres que combatieron en la Segunda Guerra Mundial, la Gran Guerra Patriótica de los rusos.

Esas entrevistas configuran en su conjunto un panorama sobrecogedor de sufrimiento, violencia y muerte que a veces resulta difícil de leer, con una característica nueva: casi todo lo que sabemos de las guerras nos ha llegado por boca de los hombres. Estas son narraciones emotivas y profundamente femeninas.

Las mujeres que hablaron con Alexiévich tenían alrededor de 20 años cuando estalló la guerra, y estaban más preparadas para aspirar a casarse y tener hijos que para vestirse de soldado y matar enemigos. Sin embargo, ellas se las arreglaron para que el Ejército Rojo las aceptara, y no solo en el papel de enfermeras u oficiales de comunicaciones, sino en el frente de batalla.

Fueron francotiradoras, zapadoras, soldados de infantería, artilleras, cocineras, mecánicas… Querían sacar de su patria a ese enemigo que ha llegado, sin razón aparente, a mancillar todo lo sagrado para ellas. A seguir la tradición, casi siempre olvidada e ignorada por los historiadores, de luchar al lado de los hombres.

Nos enteramos entonces del estremecimiento que sintieron al matar a su primer enemigo, del panorama de los pueblos incendiados, de los cadáveres desmembrados y quemados, de las ratas, primeras en huir ante el bombardeo inminente, del frío mortal, del fango teñido de rojo, de los miembros amputados, de los aviones o los tanques que acribillaban desde el aire o aplastaban en tierra a ancianos, mujeres y niños mientras estos corrían por su vida en estampida. Hay pasajes que uno no quisiera haber leído, como aquel en que una partisana ahoga a su bebé para evitar que llore y los nazis descubran a su grupo.

Alexiévich ha escrito en su blog que aprendió ese estilo de narrar de su compatriota Ales Adamovich, que lo llama “novela colectiva”, “novela oratorio”, “novela evidencia” o “coro épico”. Lo explicó en una entrevista: “Yo buscaba un método literario que permitiera la mayor aproximación posible a la vida real, (…) así que inmediatamente me apropié de ese genero apoyado en voces verdaderas llenas de detalles cotidianos. Así funciono yo, de ese modo puedo ser simultáneamente escritora, reportera, socióloga, psicóloga y mística”. Gracias a ella, ese esfuerzo épico, inhumano y brutal de más de un millón de mujeres soviéticas ha salido del olvido.