Escritor en guerra, de George Orwell

Las guerras orwellianas

Se trata de una selección de cartas y diarios escritos por George Orwell entre 1937 y 1943. Un tesoro de datos sobre el autor británico, cuya lucidez parece ir en progresión con el paso de los años.

Gabriela Bustelo* Madrid
10 de diciembre de 2014

Escritor en guerra es un título cabal para esta colección de textos personales referentes a los orígenes y el desarrollo de la Segunda Guerra Mundial, pero lo cierto es que Orwell, sobre todo durante los 15 prolíficos años en que se dedicó a la novela, el ensayo, el periodismo y la crítica, fue siempre un escritor en guerra. “George era un rebelde –explicaba su amigo Arthur Koestler–. Un revolucionario acepta los compromisos necesarios para hacerse con el poder; pero un rebelde es un rebelde sin más, es decir, vive para ir a la contra; y él estaba contra todo lo que oliera a podrido en el mundo, todo lo que apestara (...); y no estaba dispuesto a transigir en nada”.

Por tanto, Escritor en guerra define a George Orwell con precisión quirúrgica. Su primer texto serio lo escribió a los 11 años, un poema patriótico inspirado por el estallido de la Primera Guerra Mundial, animando a los jóvenes británicos a alistarse contra los alemanes. El periódico local, el Henley and South Oxfordshire Standard, lo consideró bastante bueno como para publicarlo. Pero sería otra guerra, la civil española, que Orwell siempre consideró un detonante de la Segunda Guerra Mundial, la que lo convertiría en un escritor consciente de tener una responsabilidad moral. “A partir de 1936 [año del comienzo de la contienda española], todas y cada una de las frases que he escrito han estado dirigidas contra el totalitarismo”.

Contaba George Orwell que siempre supo que iba a ser escritor y que desde muy pequeño fue creando en su cabeza un relato sobre sí mismo, paralelo a su vida real, que él describía como “una especie de diario existente solo en la mente”. En ese diario mental se veía a sí mismo como un Robin Hood protagonista de aventuras arriesgadas y emocionantes. Pero ¿imaginaría el Orwell niño que iba a luchar en la guerra civil de un país lejano, donde un disparo del bando enemigo casi acabaría con su vida? Lo cierto es que algo más de 15 años después, en la Navidad de 1936, llegaba a España con unas botas colgadas al hombro y se alistaba en la milicia anarquista para luchar contra el ejército de Franco. En el verano del año siguiente, ingresado en un sanatorio en el barrio barcelonés de Sarriá, escribía con su habitual nitidez: “Me atravesó la garganta una bala que por supuesto debería haberme matado”.

Tal vez lo más atractivo de este volumen de cartas y diarios sea la voz interior de un escritor cuya coherencia y honradez moral quedan fuera de toda duda. En el Diario de guerra hay numerosas alusiones al desánimo que le produce vivir y tener que escribir en el Londres de 1940. El 10 de junio de ese año: “Todo se está desintegrando. Me duele estar escribiendo reseñas en estas circunstancias, e incluso me irrita que se permitan semejantes pérdidas de tiempo”. Y una semana después: “Ahora, cuando escribo una reseña me siento ante la máquina y la escribo de un tirón. Hasta hace poco, de hecho hasta hace seis meses, nunca lo había hecho, e incluso me hubiera creído incapaz. Antes casi todo lo reescribía dos veces como mínimo, y los libros tres (algunos pasajes hasta cinco o diez). No es que haya adquirido facilidad, sino que me da igual con tal de pasar la inspección y ganar algo de dinero. Es un deterioro causado directamente por la guerra”.

Tanto Peter Davidson, editor de los 20 tomos de obras completas de George Orwell de los que procede este libro, como Miquel Berga, profesor de Literatura Inglesa en la Universidad Pompeu Fabra, autores de la presentación y el prólogo de Escritor en guerra, respectivamente, señalan que los textos aquí reunidos sirven para constatar la estrecha relación entre la voz privada y la voz pública del autor de Rebelión en la granja y 1984. Es tranquilizador comprobar que Orwell era perfectamente capaz de regañar a su editor Victor Gollancz (carta del 9 de mayo de 1937, escrita desde el aún existente Hotel Continental de Barcelona): “Me ha gustado mucho el prólogo [de El camino a Wigan Pier], aunque por supuesto he respondido a alguna de las críticas que usted hacía”. No menos interesante es la carta que escribe a Gollancz en 1940, ya desde Londres, explicándole que no puede prestarle Trópico de Cáncer, de Henry Miller (de quien el prestigioso editor no había oído hablar), porque se lo había confiscado la policía junto con El amante de Lady Chatterley, de D.H. Lawrence. La relación con su agente, Leonard Moore, era cordial, pero en noviembre de 1938 le sugería no enviar sus obras a una editorial comunista porque “no publicarán nada mío si pueden evitarlo” y en abril de 1939 le anunciaba que en su siguiente libro estaba “dispuesto a hacer los pequeños cambios de costumbre para evitar demandas por libelo”, pero nada más.

Orwell fue un adelantado en los tres frentes que marcaron las luchas políticas de su tiempo, es decir, fue un precoz antiimperialista, antifascista y, por supuesto, antiestalinista. Entre sus legados casi destacan los términos “Guerra Fría” y “Gran Hermano”. La palabra “orwelliano” se usa para definir la manipulación política que emplea la propaganda, el control y la desinformación, pero también la resistencia ante tal situación.

Todos los escritos privados, reseñas de libros y ensayos escritos por Orwell pueden volver a imprimirse hoy día sin exponerlo a ningún tipo de bochorno, tal como ya aseguraba en 2002 Christopher Hitchens en su ensayo Why Orwell Matters. Este libro de cartas y diarios lo reafirma. Sesenta y cinco años después de habernos dejado, George Orwell nos vigila como un cariñoso gran hermano. Alguien tiene que hacerlo, ¿no?