Amazonas, ¿ahora más protegido gracias a la bioeconomía?
En el pulmón del mundo algunas comunidades están transformando los frutos del bosque en una fuente de desarrollo en armonía con el entorno. Este modelo productivo permite generar ingresos y proteger la selva. Sin embargo, persisten varios retos para consolidarlo.
La región de la Amazonia colombiana no solo es un ecosistema fundamental para el planeta por ser el refugio de miles de especies animales y vegetales. También es un espacio con mucho potencial para el aprovechamiento sostenible de recursos naturales a través de la bioeconomía, que representa una fuente de ingreso para muchas familias de la zona sin poner en riesgo el entorno.
El Caquetá es uno de los departamentos en donde más se está trabajando con este enfoque. La bioeconomía se ha convertido en una alternativa para impulsar el desarrollo comunitario a partir del uso responsable de lo que genera la región, al tiempo que se preserva la naturaleza. Un caso de éxito es el de Agrosolidaria, una organización de base campesina que ha venido impulsando acciones para producir, pero conservando la Amazonia.
“Con mucho análisis entendimos todas las oportunidades que nos brindaba el bioma amazónico. En 2016 logramos tener la primera planta de transformación de productos forestales no maderables de bosque de propiedad colectiva del Caquetá. Producimos aceites, mermeladas, resinas, grasas, ajíes”, destacó Ricardo Andrés Calderón, director de Agrosolidaria Florencia y la marca Ütaí.
En esta planta trabajan con frutos como el açaí, una fruta rica en antioxidantes utilizada en alimentos y cosméticos; la castaña de monte, fuente de aceites saludables; el milpes, una semilla aromática usada en medicina y gastronomía; o el copoazú, del cual se obtiene una manteca muy valorada en la industria cosmética y que hoy se la venden a Natura en Brasil.
Asimismo se destacan otros productos con gran potencial como el moriche, de enormes propiedades nutricionales, cuya harina puede aprovecharse para la alimentación de las comunidades locales; la producción de mieles de diversos tipos, el cultivo de ajíes nativos y el cacao, entre otros.
“Todo esto no solo representa oportunidades económicas sostenibles, también una forma de valorar y conservar la biodiversidad de la Amazonia colombiana”, indicó Calderón, quien agregó que también se ha avanzado en un ejercicio de fomento y restauración productiva con la siembra de bosques alimenticios, el desarrollo de sistemas agroforestales con especies nativas y la creación de alianzas y redes orientadas a la protección del territorio.
Harold Ospino, coordinador de Transformaciones Territoriales de la Fundación para la Conservación y el Desarrollo Sostenible (FCDS), manifestó que si bien hay iniciativas valiosas en marcha, “aún no podríamos hablar de una bioeconomía sólida por varias razones, entre ellas, la gobernanza que ejercen grupos armados en sectores de la Amazonia, el tímido acompañamiento de las entidades del estado en su desarrollo y el auge de economías ilegales y rentables”.
Ospino destacó que la FCDS trabaja en varias líneas estratégicas orientadas a las transformaciones territoriales, que incluyen ordenamiento ambiental, derechos territoriales de las comunidades y gobernanza local para la sostenibilidad ambiental y económica.
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Acompañamiento a las comunidades
Luz Ángela Flórez, coordinadora Regional Amazonia WWF Colombia, aseguró que desde la organización se acompaña a las comunidades amazónicas en la construcción de modelos productivos que respondan a la vocación del territorio y fortalezcan la relación entre las personas y el bosque. “Nuestro propósito es promover una bioeconomía amazónica que ponga en el centro el bienestar de las comunidades y la conservación de los ecosistemas”, dijo.
Un ejemplo claro es el trabajo con el cacao amazónico en sistemas agroforestales, a través de proyectos como Cacao Amazónico y Paz, que surgieron como respuesta a los compromisos del Acuerdo de Paz de 2016. En departamentos como Caquetá, Guaviare y Putumayo este cultivo se ha consolidado como una alternativa productiva que genera ingresos legales, fortalece la gobernanza local y reduce la presión sobre los bosques.
“Estas acciones buscan que las comunidades transiten de prácticas tradicionales a modelos legales, sostenibles y económicamente viables, consolidando una economía basada en el respeto al bosque, la equidad social y la conservación de la Amazonia”, afirmó Flórez.
La directiva subrayó que WWF apoya proyectos de productos no maderables que tienen un alto potencial en mercados locales, nacionales e internacionales por su valor nutricional, cosmético y medicinal. De acuerdo con cálculos del Ministerio de Comercio, esta forma de producción sostenible podría representar el 10 por ciento del PIB nacional en los próximos años.
El reto de mantener el equilibrio
Debido a la magnitud del Amazonas, cualquier alteración en su equilibrio puede tener consecuencias a gran escala. La deforestación, la expansión de la frontera agrícola o los monocultivos son algunas amenazas de esta zona.
Organizaciones como el World Resources Institute (WIR) trabajan para fomentar un modelo económico que cuide el bosque, el agua y en el que se combine inversión, tecnología, ciencia y los conocimientos de las comunidades.
Joaquín Carrizosa, asesor senior de WIR Colombia y líder de la Red Panamazónica de bioeconomía, resaltó que desde la firma del Acuerdo de Paz en 2016 empezaron a surgir organizaciones, pequeños negocios y emprendimientos en esta región que han luchado por tener un modelo sostenible y un ingreso que les permite dedicarse a actividades sin impacto ambiental.
“En los últimos años, el modelo de socio-bioeconomía ha tomado una fuerza que no había tenido nunca. Ahora es reconocido por los gobiernos, que han sido bastante receptivos con el tema y ha habido un enorme interés del sector privado en invertir y de las comunidades amazónicas por aportar”, dijo el experto.
Sin embargo, Carrizosa advirtió que persisten retos como una política pública más robusta y a largo plazo, así como mayor inversión, conectividad, infraestructura y menos barreras burocráticas.
En ello coincide Ospino, de la FCDS, desde donde aseguraron que los procedimientos, permisos, licencias e incentivos para el desarrollo de una bioeconomía en la región Amazónica están lejos de ser los necesarios para avanzar de manera importante y escalable.
En algunos casos la gente prefiere seguir en las economías ilegales porque es demasiado engorroso y costoso dedicarse a estas actividades lícitas.
