Pilar Acevedo

Opinión

El ocio que nos enferma

Cuidar lo que consumimos también es una forma de cuidarnos. Quizás por eso la ansiedad se ha vuelto el estado emocional más común: no porque falte tiempo, sino porque sobra ruido.

Por: Pilar Acevedo Figueroa
24 de noviembre de 2025

Lo que vemos, escuchamos o leemos deja una huella más profunda de lo que imaginamos. Así como elegimos con atención lo que comemos o con quién compartimos el tiempo, deberíamos también cuidar lo que alimenta nuestra mente. Sin darnos cuenta, hemos convertido el descanso en una extensión del ruido: series que exaltan la violencia, videojuegos centrados en la destrucción, redes saturadas de drama y comparación. Y aunque lo llamemos ocio, muchas veces ese ‘descanso’ solo mantiene encendido el mismo circuito del estrés.

Cada vez que percibimos una amenaza, real o ficticia, el cuerpo libera cortisol, la hormona que nos prepara para reaccionar. Es un mecanismo de defensa vital, pero cuando se activa sin pausa termina siendo dañino: altera el sueño, debilita la inmunidad, afecta la memoria y el ánimo. El cerebro no distingue entre lo real y lo imaginario; ante una guerra en la pantalla o una persecución, reacciona igual que ante un peligro tangible. Creemos que descansamos, pero el cuerpo sigue en modo alerta.

Y mientras el cuerpo se agota, la mente se adapta. Lo que repetimos se normaliza. El cerebro aprende por exposición: lo que ve con frecuencia, lo asume como parte del entorno. Por eso, cuando las historias más vistas giran alrededor de la agresión o el caos, algo se adormece dentro de nosotros. Lo que antes provocaba rechazo o empatía deja de hacerlo, y la sensación de seguridad se erosiona.

Estudios muestran que la exposición prolongada a contenidos violentos se vincula con una disminución de la empatía y del comportamiento prosocial, una acción voluntaria que beneficia a otros. Vivimos en una sociedad que, al entretenerse con la amenaza, enseña a la mente a convivir con ella.

Pero, ¿y si pudiéramos enseñarle algo distinto? ¿Y si, en lugar de acostumbrarla al ruido, le devolviéramos el valor al silencio? El aburrimiento, tan temido hoy, puede ser una vía de retorno a lo esencial. En la pausa el pensamiento se repara y la creatividad florece. Sin embargo, la llenamos de estímulos por miedo a sentirla. Sin tiempo para divagar, la mente no crea; sin creación, la vida se repite. Tal vez por eso la ansiedad se ha vuelto el estado emocional más común: no porque falte tiempo, sino porque sobra ruido.

El entretenimiento tiene un poder enorme: no solo refleja la cultura, la modela. Cuando lo que consumimos está cargado de miedo, venganza o desesperanza, moldeamos una sociedad que asocia la emoción con el peligro y el descanso con la sobrecarga. Pero ese mismo poder puede transformar. Las historias también pueden sanar. Relatos de gratitud, amor o comunidad no niegan la realidad, la equilibran.

En un país donde el dolor ha sido protagonista de tantas historias, reimaginar el entretenimiento es también una forma de sanar culturalmente. ¿Qué pasaría si, en lugar de normalizar la guerra, normalizamos la paz? ¿Si en vez de glorificar el narcotráfico, exaltamos el trabajo honesto y sus frutos? ¿Si en lugar de promover el individualismo, celebramos la colectividad?

El entretenimiento puede ser un espejo, pero también una brújula: una que nos oriente hacia una cultura más consciente, empática y viva.

Cuidar lo que consumimos es cuidar nuestra salud mental. Elegir lo que vemos, escuchamos y dejamos entrar en la mente es un acto de responsabilidad emocional y social. Tal vez el bienestar no dependa solo de aprender a trabajar menos, sino de aprender a descansar mejor. Porque cuando elegimos contenidos que nos calman en lugar de saturarnos, que nos inspiran en lugar de agotarnos, no solo nos protegemos a nosotros mismos: ayudamos a construir una cultura más sana, más humana y más despierta.

Pilar Acevedo Figueroa, vicepresidente de estrategia en Correcol