PANDEMIA
Sálvese quien pueda: ¿Qué pasa con la cooperación internacional en la pandemia?
El coronavirus puso contra las cuerdas a los mandatarios del mundo. La mayoría ha decidido enfrentar la crisis por su cuenta. ¿Está en peligro la cooperación internacional?
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Hace unos meses el planeta estaba de cabeza. El Reino Unido se separaba de la Unión Europea; Donald Trump caldeaba los ánimos con el Viejo Continente, China e Irán; Jair Bolsonaro iba a contracorriente de cuanto acuerdo internacional se cruzaba en su camino y Vladímir Putin eternizaba su estadía en el Gran Palacio del Kremlin. Cada mandatario hacía lo que quería en un mundo cada vez más separado, con países recelosos de sus vecinos y en el que se erigían nuevas fronteras sociales y comerciales. Nadie calculaba que, en cuestión de semanas, un virus iba a poner todo mucho peor.
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En medio de todas esas disputas, empezó a escalar silenciosamente la emergencia del nuevo coronavirus. La enfermedad, que ya llegó a más de 200 países y que tiene en cuarentena a más de 3.000 millones de personas, puso en segundo plano el revolcón político internacional. La pandemia se tomó las primeras planas y todas las naciones pusieron en marcha, con mayor o menor acierto, sus planes para contenerla. La situación hizo a un lado las provocaciones de Trump, el desconcierto del brexit y las guerras comerciales, por lo que muchos esperaban que los mandatarios olvidaran sus crispaciones y trabajaran en conjunto para frenar los duros golpes a la salud y la economía. Sin embargo, la pandemia demostró que, desde hace algún tiempo, pocos creen en la cooperación internacional.
Como dijo la canciller de Alemania, Angela Merkel, la humanidad no enfrentaba una situación global de tal magnitud desde la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento, con la creación de la Organización de las Naciones Unidas en 1945, se convino que el mundo enfrentaría las crisis posteriores bajo la premisa de la cooperación internacional. Sin embargo esta declaración de intenciones se ha corroído con los años; la Guerra Fría no fue más que la continuación velada de las disputas de Estados Unidos con la Unión Soviética, durante una época en la que el mundo se globalizó mientras las potencias mundiales se fortalecían para su bienestar particular. En la posguerra los países aliados salieron con sus arcas favorecidas por la disputa, pero de la actual emergencia seguramente ninguno quedará bien parado.
La última coyuntura que sacudió económicamente al mundo fue la crisis financiera de 2008, y la percepción de la ayuda internacional era diferente. En poco más de una década, la disposición para colaborar parece estar hundida sin remedio. Como le dijo a SEMANA Louise Fox, especialista en economía y desarrollo global del Instituto Brookings, “El contraste de la situación actual con la recesión de 2008 y 2009 no podría ser mayor. El G20 fue el eje del debate económico para resolver aquella crisis. En la actual pandemia, el G7 no puede ni siquiera emitir un comunicado que tenga impacto mundial. Esto demuestra que el sistema de cooperación internacional posterior a la Segunda Guerra Mundial se ha desmoronado en la última década. Trump, el ‘brexit’, etcétera, son solo síntomas de un malestar de vieja data”.
La emergencia del coronavirus ha generado una profunda controversia en la Unión Europea: mientras Alemania parece dispuesta a dejar a la deriva al resto de países, Italia, España y Francia, los más damnificados, han pedido que se comparta la deuda resultante de la crisis entre los miembros de la comunidad internacional.
La Alemania de Merkel está enfrentando la crisis por su cuenta y parece dispuesta a dejar a la deriva al resto de la Unión Europea. Parte de la comunidad, encabezada por Italia, España y Francia, los más damnificados hasta la fecha por la covid-19, ha pedido incansablemente que se comparta la deuda resultante de esta crisis entre los miembros. Giuseppe Conte, primer ministro de Italia, publicó el jueves una columna en Die Zeit, en la que le reclama de frente a Merkel que coopere ante el tsunami económico y sanitario que enfrenta su país. “Si somos una Unión, ahora es el momento de demostrarlo”, escribió el mandatario.
La erosión de la Unión Europea, la organización internacional que mayor estabilidad mostró en las últimas décadas, no es más que el reflejo del mal momento que pasan este tipo de instituciones, acentuado, en definitiva, por la emergencia sanitaria actual. Como le explicó a SEMANA Ildikó Szegedy-Maszák, doctora en derecho económico internacional de la Pontificia Universidad Javeriana, “cuando hay una crisis, y además tan fuerte e inédita para nuestros tiempos, sale lo peor de todos, sobre todo de los países y sus instituciones. En materia de cooperación internacional esta anomalía ha demostrado que todas las ayudas están politizadas y que cualquier préstamo de dinero, incluso dentro de la Unión Europea, no será desinteresado”.
Se esperaba que la situación en Italia y España, los más golpeados por el virus, se calmara esta semana. Sin embargo, la cifra de muertos y contagiados no ha frenado lo suficiente, obligando a extender el confinamiento por más semanas. El paro ya empieza a desatar estallidos sociales en algunos sectores del sur de Italia, en donde el virus no ha golpeado con tanta fuerza pero en los que la cuarentena hace insostenible las economías locales. Para evitar que escale aún más, Szegedy-Maszák apunta que “la Unión Europea debe establecer un fondo común de desempleo lo antes posible. El debate alrededor del fondo estructural de reconstrucción no es nuevo, así como tampoco lo son la necesidad de tener una política fiscal comunitaria y coordinar las políticas públicas. Son dilemas que ya estaban sobre la mesa antes del coronavirus, y que ni siquiera esta situación extrema ha logrado destrabar”.
Potencias como Rusia han reducido sus exportaciones de alimentos. La carrera por conseguir la vacuna también podría desatar más nacionalismo.
Preocupa que con los países de Occidente que pronto enfrentarán el pico de la pandemia, el acaparamiento de los recursos ya está a la orden del día y naciones enteras temen un desabastecimiento mundial de alimentos y medicamentos. Hace un mes, el Gobierno alemán prohibió la exportación de tapabocas y cualquier otro material de protección sanitaria, decisión secundada por los países del norte de Europa. Y Rusia, un gigante de la exportación de granos, desató una ola de nacionalismo alimentario al restringir las exportaciones de estos productos para protegerse de un eventual desabastecimiento. Pasará de exportar 25,2 millones de toneladas en los tres primeros meses del año a enviar apenas siete millones en el segundo trimestre. La decisión hizo que otros países como Vietnam, el tercer mayor exportador de arroz del planeta, suspenda sus contratos hasta verificar si tiene suficientes suministros para enfrentar una crisis alimentaria nacional.
La OMS, de brazos atados
Si bien el individualismo se acentuó en los últimos días, el comienzo de la crisis ya hacía temer lo peor. A pesar de que la Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió sobre el peligro de la enfermedad y su rápido contagio, los mandatarios se han movido en un umbral que va desde el confinamiento más estricto, como en varios países asiáticos, hasta plantear, como en Estados Unidos, conspiraciones alrededor de la epidemia y dejarla escalar. La advertencia, sustentada por la ciencia, pasó a ser un asunto político en el que cada mandatario hace lo que le place. Para Fox, “la OMS, que enfrenta críticas con cada epidemia que aparece, lo ha hecho mucho mejor con esta crisis que con el ébola. Esta vez ha facilitado la cooperación científica, lo cual es una gran ayuda. Sin embargo, no puede obligar a los países a tomar las medidas correctas para controlar el virus”.
A pesar de que la OMS, presidida por Tedros Adhanom, advirtió sobre la enfermedad, los mandatarios desoyeron las recomendaciones.
Hay quienes piensan que la OMS no solo tiene poca influencia en las decisiones de las naciones, sino que incluso sirve a propósitos particulares. Así lo comenta Szegedy-Maszák, quien asegura que “la OMS tardó mucho en declarar la pandemia. Cuando hace un mes Merkel dijo en una conferencia que el 70 por ciento de los alemanes iban a enfermarse y que solo cuidaría de ellos, la OMS se alertó y, seguramente motivada por el individualismo del gesto de Merkel, declaró al día siguiente que el virus ya era una pandemia, a la vez que pidió la cooperación internacional desinteresada. Es un problema darles tanta fuerza a las políticas nacionales para tomar decisiones de magnitud global”. Fernando Oliván López, internacionalista de la Universidad Rey Juan Carlos, agrega: “La OMS está limitada al ser dependiente de un sector controlado por la intimidante industria farmacéutica. El sector privado es el que manda en este campo, por lo que, a pesar de ser un organismo necesario y fundamental para la arquitectura institucional del futuro, hace falta cambiar la naturaleza del sistema de salud desde sus raíces”.
Aún está por saldarse un tema clave: la cura del virus, en la que al menos 50 laboratorios están trabajando por su cuenta para encontrarla. Si bien China hizo pública la secuencia genética del virus, pocos esperan el mismo desinterés cuando alguien desarrolle la vacuna. Los analistas creen que el país que encuentre la cura optará por el nacionalismo, garantizando la protección de los suyos antes de ofrecerla, quien sabe a qué costo, al exterior.
La competencia ya generó las primeras disputas. El Gobierno alemán, por ejemplo, denunció que Trump le ofreció 1.000 millones de dólares a una farmacéutica alemana por el monopolio de la cura. Y a pesar de que varios de los laboratorios están en contacto y trabajan en equipo, gracias a alianzas universitarias o políticas bilaterales, lo hacen dentro de organizaciones que podrían monopolizar la vacuna.
El martes, Donald Trump y Vladímir Putin sostuvieron una comunicación telefónica para acordar una alianza bilateral y mitigar los estragos del virus. Al día siguiente, Rusia envió un cargamento con tapabocas y equipo médico a Estados Unidos. Aunque algunos se aventuraron a hablar de un apoyo ejemplar, nada hace pensar que Estados Unidos velará por frenar el virus fuera de sus fronteras. El magnate estadounidense logró aprobar en el Senado una histórica ayuda de dos billones de dólares, todos destinados a estabilizar la economía de su país. En la Unión Europea se habla de una financiación inicial de 100.000 millones de euros para enfrentar el golpe del desempleo en toda la comunidad, sobre todo en los países del sur. Por su parte, António Guterres, secretario general de la ONU, les pidió a los países prósperos que reúnan al menos 2.000 millones de dólares para ayudar a los más vulnerables en la lucha contra el nuevo coronavirus. Hasta el momento, Guterres parece hablarle a una pared. Eso, o hasta los países del primer mundo están decididos a entrar al juego del ‘sálvese quien pueda’.