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Trump y Puerto Rico: ciudadanos de segunda

Trump trató a Puerto Rico como una colonia de Estados Unidos. Su reacción ante el huracán contrastó con la que desplegó en Texas y Florida.

7 de octubre de 2017

En solo dos semanas, desde el devastador paso del huracán María hasta la ridícula visita de Donald Trump, los puertorriqueños volvieron a darse cuenta de que Washington los trata como ciudadanos de una simple colonia de Estados Unidos. El huracán acabó con todo. Llegó con vientos de 240 kilómetros por hora y olas gigantescas, lo que lo convirtió en el más fuerte en 80 años, y arrancó techos, arrasó colegios y evaporó conexiones a internet. “Esto es un desastre mayor. Que a nadie le quepa duda de eso”, dijo a la mañana siguiente el gobernador Ricardo Rosselló, que le pidió al presidente estadounidense que declarara la isla “zona de desastre”.

 Una semana más tarde, más del 90 por ciento de la gente seguía sin luz y un porcentaje aún mayor no encontraba agua para calmar la sed. Presa de la angustia, la alcaldesa de San Juan, Carmen Yulín Cruz, señalaba que la gente bebía de cualquier quebrada o río, con el consiguiente peligro de contraer enfermedades. “La ineficiencia nos está matando. Le suplico a quien nos oiga: ayúdennos”, imploró.

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 Fue entonces cuando entró en escena Trump, que no tuvo reparo en criticar a la alcaldesa por su “falta de liderazgo” frente a la tragedia. Lo curioso, sin embargo, es que el presidente llevaba más de una semana sin anunciar viaje a Puerto Rico, un ‘estado asociado’ de Estados Unidos desde los años cincuenta, cuyos habitantes gozan de pasaporte gringo, pero solo tienen un representante en el Congreso en Washington, con voz, pero sin voto.

 Como no le quedaba más remedio, Trump voló finalmente junto con su esposa, Melania, en el Air Force One el pasado martes. Tras aterrizar en una base aérea, casi todo lo que dijo e hizo después fue absurdo. Ante Rosselló y varios líderes locales advirtió que el huracán Marí no había sido “una tragedia real” porque solo había dejado 16 muertos, mientras que el Katrina se había cobrado en New Orleans “centenares, centenares y centenares de vidas”. Manifestó enseguida que Puerto Rico ha descarrilado el presupuesto nacional. Y luego, en una iglesia en Guaynabo, repartió bolsas de papel de cocina, empacadas en plástico, arrojándolas a la multitud como quien lanza un balón de básquet. Y se marchó. Abominable.

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 Lo más dramático para Puerto Rico es que el futuro pinta mal. La isla, de 9.000 kilómetros cuadrados y 3,3 millones de habitantes, debe conseguir 70.000 millones de dólares para ponerse nuevamente en pie. El problema es que esa cantidad es muy similar a la deuda impagada en los últimos años, por lo cual el pasado mes de mayo Puerto Rico se declaró en quiebra y quedó en la lista negra para pedir créditos de cualquier tipo. Tampoco está autorizada para dar beneficios fiscales a las empresas extranjeras que se instalen en su territorio. De momento, las autoridades gringas solo le han permitido a Rosselló que disponga de 1.000 millones de dólares para la reconstrucción. Como le dijo a SEMANA Pedro Reina, investigador puertorriqueño del Centro de Estudios Latinoamericanos David Rockefeller de la Universidad de Harvard, “la visita del Trump fue un espectáculo meramente mediático”.

 Sin duda. El presidente nunca le paró bolas a la isla. Baste advertir que tardó mucho tiempo en reaccionar, cosa que no le ocurrió en Florida, donde llegó dos días después del paso del huracán Irma, ni en Texas, donde lo hizo tres días después del paso del huracán Harvey. No solo eso: según cálculos de la página web Formswift, con el dinero que Trump y su familia han gastado en viajes a sus propiedades como Mar-a-Lago desde que él es presidente, se habrían podido enviar a Puerto Rico casi 130 barcos con ayuda humanitaria.