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AFP | Foto: AFP

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Río de Janeiro, en el laberinto de la violencia

Ciudad de Dios, una de las favelas de Río, sigue protagonizando la violencia en Brasil. Seis muertos y tres heridos que dejó el más reciente operativo de la policía contra una banda de narcotraficantes acusada de matar a un policía: el número 40 en lo que va del año. Análisis de SEMANA.

7 de mayo de 2018

Más allá de sus paisajes idílicos, el fútbol en la playa y el Cristo Redentor, Río de Janeiro convive desde hace varias décadas con una violencia alentada por el narcotráfico y la delincuencia común. Las favelas y algunas calles escenifican un cáncer que ha hecho metástasis en Brasil. El gigante suramericano ve cómo una de sus ciudades más importantes y bellas se sume en la inseguridad por los problemas que arrastra desde hace años y por los actores que los alientan.

En Río se calcula que hay unas 968 favelas, en las que viven entre 1,5 y 2 millones de personas, un cuarto de su población total. En ellas cohabitan tres grupos: las bandas narcotraficantes que imponen sus leyes donde no hay Estado; las milicias armadas, grupos formados por exfuncionarios y policías corruptos que extorsionan tanto a la población como a los narcotraficantes; y los militares, muy criticados por las violentas operaciones que llevan a cabo contra los otros dos grupos, en las que casi siempre mueren civiles.

Cualquiera de esos tres grupos tiene razones de sobra para alterar el orden en la zona. Los mismos policías y militares se han enfrascado en venganzas personales contra narcotraficantes que suelen profundizar el problema social y económico de las familias que permanecen en el fuego cruzado. Solo en 2017, 16 tiroteos diarios mataron en promedio a dos personas. Al final del año, la violencia dejó 6.731 muertos, de los cuales 100 eran policías.

Por eso Michel Temer, presidente de Brasil, decidió decretar en febrero la intervención federal y militar de Río con el propósito de afrontar lo que llamó “una nueva crisis de seguridad”. Desde que en 1988 se reformó la Constitución, ningún jefe de Estado había optado por ese recurso, pensado solo para el caso de una guerra civil. Opositores coincidieron en que Temer con esa decisión solo quería levantar su impopular imagen con la mira en las elecciones de octubre.

Tan solo dos semanas después, apareció muerta la concejal Marielle Franco, quien siempre había estado en contra de la violencia policial y había participado en una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) que en 2008 desenmascaró y castigó a varios activos de las milicias, hasta ese momento intocables.

Aunque la hipótesis que ponía a las milicias como culpables del asesinato de Franco sonaba desde semanas atrás, solo a mediados de abril el Ejecutivo se pronunció al respecto para decir que "muy probablemente" la responsabilidad recaía sobre ellas. La ambivalencia del gobierno de Temer al respecto deja ver lo que por años fue evidente: una connivencia del Estado con ese tipo de grupos ilegales a los cuales, desde la época de la dictadura militar (1964-1985), siempre vieron como un mal menor.

De hecho, desde los primeros años de la década pasada –una de las épocas más violentas–, las comunidades de Río de Janeiro veían con buenos ojos la ‘seguridad’ que ofrecían estos expolicías, la mayoría corruptos. Un contexto de abandono gubernamental en muchos barrios, junto a la corrupción de una Policía violenta y mal remunerada, les sirvieron de caldo de cultivo para expandirse hasta dominar, por medio de la extorsión, buena parte de los negocios en las favelas, desde la televisión por cable hasta el internet.

"Son consideradas herederas de los escuadrones de la muerte, que en la dictadura contrataban comerciantes y caciques políticos  para ‘limpiar’ los suburbios de Río de Janeiro de criminales y adversarios incómodos”, dijo a AFP José Claudio Souza Alves, analista de la Universidad Federal Rural de Río de Janeiro. Solo una de esas milicias a las que se refiere Souza puede llegar a más de 20 millones de reales en ingresos al mes.

El operativo del viernes tenía el objetivo de capturar a los asaltantes que habían asesinado a Estefan Cruz, un oficial de 18° Batallón de Policía Militarizada de Río de Janeiro. Agentes como Cruz están al mando del general Walter Souza Braga, máximo jefe del Comando Militar Este, el cual tiene la misión de derrotar a las facciones del narcotráfico que controlan las favelas: Tercer Comando Puro, Amigos de los Amigos y el ‘Comando Vermelho’. Nada indica que el segundo estado más rico de Brasil vaya a salir pronto de esa encrucijada.