Con la cruz a cuestas

En Colombia ni siquiera la Iglesia está a salvo de las balas de los asesinos. Guerrilleros, paramilitares y narcotraficantes los han puesto en la mira por su apasionada defensa de la vida y su compromiso con la verdad.

15 de abril de 2002, 12:00 a. m.

"El buen pastor entrega su vida por las ovejas"
(Juan 10,11).

En Colombia todo el mundo sabe por quién doblan las campanas. Tañen y tañen en señal de duelo por los cientos de muertos que se han constituido en el pan nuestro de cada día en el país. Tañen y tañen porque ahora también caen fulminados por las balas de los asesinos los arzobispos y los sacerdotes. El 16 de marzo, a las 8:30 de la noche, dos sicarios mataron en Cali a monseñor a Isaías Duarte Cancino a la salida de un matrimonio de 104 parejas en el sector populoso sector de Aguablanca. Fue el segundo obispo asesinado en Colombia, después de monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, el obispo de Arauca muerto por guerrilleros elenos en 1989. Veintidós días después, el 6 de abril, el padre Juan Ramón Núñez Palacios recibió cuatro disparos de revólver calibre 38 mientras repartía la comunión, a las 7:45 de la noche, en la misa que celebraba en la iglesia de San Isidro, en el municipio huilense de Argentina.

Su asesino, un hombre delgado, de baja estatura, de entre 25 y 30 años, se hizo de último en la fila de feligreses que iban a comulgar y cuando estuvo frente al padre Núñez (sin confesar su culpa como en la canción El Padre Antonio de Rubén Blades) le disparó a quemarropa. El sacerdote de 32 años cayó al piso junto con las hostias consagradas que llevaba en la mano. Un seminarista y los miembros del coro se acercaron a ayudarlo, mientras el homicida huía hacia una estación de servicio seguido de cerca por Joaquín Hernández Quebradas, quien intentaba detenerlo. Hernández cayó muerto minutos más tarde frente a la emisora del municipio después de recibir múltiples disparos. Al final el asesino logró huir en compañía de los cómplices que lo esperaban.

Las autoridades locales creen que el crimen pudo haber sido cometido por el frente 13 de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), entre cuyos cabecillas se encuentra un sujeto conocido con el alias de ‘Rodolfo’, que había amenazado al sacerdote por las homilías en las que denunciaba sus excesos o por hacer cosas tan simples como orar por una persona que había secuestrado este grupo guerrillero. Por estas amenazas, según pudo comprobar la Fiscalía que lleva el caso, el sacerdote había sido escoltado desde antes de la Semana Santa hasta la semana de Pascua, cuando él mismo solicitó que le fuera retirada la protección. Al día siguiente monseñor Alberto Giraldo, presidente de la Conferencia Episcopal de Colombia y arzobispo de Medellín, se preguntó en una condolida carta: "En el ambiente de la Pascua, cuando celebramos la vida que nos regala el Señor Resucitado nos preguntamos ¿quién y cómo puede decidir la muerte de un sacerdote que está distribuyendo a la comunidad el Pan vivo, que la Vida?"

El lunes 8 de abril más de seis mil personas se reunieron en el municipio de Garzón, de donde era oriundo el padre Núñez, para participar en los oficios religiosos de su entierro. En la catedral de este municipio huilense se reunieron más de 80 sacerdotes, encabezados por monseñor Libardo Ramírez Gómez, obispo de dicha diócesis, para celebrar la liturgia. Durante la ceremonia el obispo anunció la ex comunión del asesino, tal y como está previsto en el Código de Derecho Canónico, y ordenó el cierre de la iglesia hasta el próximo domingo, cuando se llevará a cabo un rito especial en el lugar del crimen para pedirle perdón al Señor por la profanación del templo.

Al final de la misa el obispo leyó un mensaje del papa Juan Pablo II, enviado por el cardenal Angel Sodano, secretario de Estado del Vaticano. El telegrama presentaba su sentido pésame a la comunidad de Argentina por el fallecimiento de su pastor y ofrecía "al mismo tiempo sufragios por el eterno descanso de esas víctimas de una violencia, tan pertinaz y feroz como injustificada y deleznable, que no ha ahorrado la vida de un sacerdote de Cristo mientras ejercía su ministerio sagrado". Estos dos dolorosos hechos hicieron que el cardenal Pedro Rubiano, arzobispo de Bogotá, dijera "estamos ante una escalada de acciones bárbaras contra la iglesia".

Como si la realidad quisiera ratificar las palabras del cardenal Rubiano, la semana pasada se hizo público que el Ejército de Liberación Nacional (ELN) había secuestrado el 6 de abril en el departamento petrolero de Arauca al padre Saulo Carreño, párroco del municipio de Saravena, y al padre Teodoro González, párroco del municipio de Arauquita. Los religiosos fueron retenidos por el ELN durante su mediación para que este grupo guerrillero liberara a nueve personas, entre diputados, alcaldes y concejales, que tenía en su poder. El miércoles de la semana pasada los sacerdotes y los políticos fueron dejados en libertad, mientras al otro extremo del país el padre Gersaín Paz perdía la suya por cuenta de las amenazas de muerte que lo obligaron a salir esos mismos días de Cali y del país. El sacerdote Gersaín Paz, de 41 años, tiene la tristeza marcada en el rostro. Se fue del país para hacerle el quite a la muerte que ya se llevó a su amigo y obispo, monseñor Isaías Duarte, pero en la carrera por salvarse dejó 16 obras sociales inconclusas, la parroquia del Barrio San Luis abandonada y su familia desprotegida.

Este padre era reconocido en Cali porque, como jefe de comunicaciones de la arquidiócesis, dirigía y presentaba el programa de televisión Palabra y Vida, que se transmite por Telepacífico desde hace dos años. Ya no volverá a hacerlo. Atrás dejó su vida, una vida que le quieren arrebatar por defender la verdad con valentía desde el altar. "Aunque te pongan mil policías te vamos a matar y te vamos a matar en plena misa", esta fue la última amenaza que recibió por teléfono el padre Paz, el pasado lunes 8 de abril. En el pasado este padre, natural de Caldono (Cauca) había sido amenazado por delincuentes comunes que querían extorsionarlo, sin embargo, las amenazas fueron controladas. Esta vez, en cambio, sabe que la situación es muy diferente, teme por su vida y, como le dijo a SEMANA, no esta dispuesto a regalársela a los criminales (ver entrevista).

Los mismos criminales que, llámense guerrilleros o paramilitares, han asesinado desde 1998 hasta el primer trimestre de este año, según el Ejército, 26 religiosos católicos y 39 pastores evangélicos. No les perdonan su apasionada y convencida defensa de la vida, su compromiso con la verdad y su constante voz de aliento a las comunidades para que se organicen y resistan a quienes quieren doblegarlos por medio de la intimidación armada. Esto es lo que los ha convertido en blanco de los violentos y lo que seguirán haciendo pese a las amenazas. Este espíritu es el que le hace decir a monseñor Giraldo: "El amor que nos genera Colombia nos hace persistir, no tirar la toalla. Yo tengo que hacer eco al evangelio de Jesús, en el que habría que insistir en la reconciliación, la esperanza y el perdón. Hay que seguir tocando al corazón de los violentos por uno y otro lado. Escuchen a mi Dios y escuchen a Colombia".

Para evitar que esta lista siga creciendo la Policía Nacional creó, después del asesinato de monseñor Duarte, el cuerpo de Seguridad de Autoridades Eclesiásticas, al mando del coronel Jorge Iván Calderón. Bajo la dirección de este oficial se han venido realizando los estudios de seguridad de los obispos de todo el país y de los sacerdotes que pueden estar en peligro. Cada caso será estudiado por separado para tomar las medidas de protección que sean necesarias en cada uno. Este grupo también está terminando de redactar una cartilla con recomendaciones de seguridad para los religiosos amenazados y se designará un oficial en todas las ciudades para que este alerta ante cualquier eventualidad que se presente en relación con esta situación.

Los jerarcas eclesiásticos han sido bastantes reservados frente a este tema. Por eso no quieren hablar de una posible lista de sacerdotes y obispos que estarían en la mira de los asesinos. Al respecto monseñor Giraldo es muy prudente y sólo dice que "hay que enmarcar esas amenazas y hechos como los de monseñor Duarte y el padre Nuñez, dentro de un marco de amenazas a todo. Parece que quisiéramos acabar con todo lo que tenga que ver con institucionalidad. No se amenaza sólo a la iglesia, y no quiero que se piense que me duele sólo lo de la iglesia. El soldado que mataron me produjo mucho dolor, lo mismo que el chofer de RCN".

Los religiosos si bien son conscientes de que no tienen que exponerse a riesgos innecesarios también saben que, en un ambiente donde los valores morales están enrarecidos y la verdad perdida entre tinieblas, ellos son los llamados a ser mártires, es decir, testigos de la verdad. Por eso, estos hombres de fe creen que ni todos los escoltas del mundo podrán salvarlos cuando les llegue el momento de regresar a la morada del Padre, ponen en manos de Dios su vida y le piden que, por lo pronto, les dé fuerza para cargar su propia cruz en medio del fuego cruzado.

Con información de Luz Adriana Gutiérrez (Medellín), Fabio Posada (Cali), Andrés Grillo D. (Bogotá).