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CRISIS FINANCIERA

31 de enero de 1983

Todo comenzó el 17 de junio. Ese día titularon los periódicos del país "Intervenida Financiera Furatena". El hecho de que en ese momento fueran más las personas que conocían la palabra Furatena que la palabra intervención era sintomático de lo que había venido ocurriendo.
Durante los últimos años, docenas de entidades financieras, muchas de las cuales se vendían como filiales de autoproclamados nuevos grupos, habían lanzado hasta la saturación campañas publicitarias en voraz competencia por aumentar su tajada del siempre creciente ahorro privado.
El Grupo Colombia, al cual pertenecía la Financiera Furatena, era el puntero de esta nueva categoría. Se trataba de un pequeño grupo tradicional que había sido adquirido por Félix Correa, el fundador y propietario de Financiera Furatena, que unía así la legitimidad del primero con la dinámica emergente del segundo. Y esta curiosa mezcla había logrado convertirse en escasos nueve años en lo que algunos consideraban el cuarto grupo económico del país, al lado de los grandes.
Incluía bancos, corporaciones financieras, compañías de seguros, textileras e infinidad de empresas menores que daban la impresión de un nuevo imperio. A la cabeza de éste, un hombre de cabello blanco con un pasado enigmático como su propia personalidad alternaba socialmente con presidentes, ex presidentes y candidatos, así como con importantes hombres de negocios. El colapso de su grupo económico y su posterior arresto tuvieron la espectacularidad de un affaire financiero. Sin embargo no fueron sino un abrebocas. En un sistema de vasos comunicantes como es el sistema financiero, un descalabro de esta magnitud alteró el equilibrio existente. En pánicos sucesivos que se extendían de una entidad a la otra se fue derrumbando gradualmente todo lo que podría llamarse el nuevo sistema financiero. Al finalizar el año, muchos de estos nuevos magnates pasaban Navidad en la cárcel, mientras otros optaron por abandonar el país con el fin de evadir la acción de la justicia. De este triste desenlace no pudieron escapar algunos miembros de los más rancios abolengos, incluidos los herederos de don Tomás Cipriano de Mosquera y de don Salvador Camacho Roldán. Y las ondas del terremoto llegaron inclusive a registrarse en calidad de leve temblor en los pilares del establecimiento tradicional.
Dos emergencias económicas y la nacionalización de un banco fueron parte de las medidas que fueron tomadas para contrarrestar este fenómeno. ¿Qué había sucedido? ¿Qué había originado la peor crisis financiera que había vivido el país desde los años 20? Muchas explicaciones se han dado. Algunos creen que la responsabilidad radica en la laxitud del gobierno de Turbay Ayala con estas irregularidades. Otros han dicho que obedece a la reforma financiera de la administración López Michelsen.
También se le ha atribuido la culpa al sistema UPAC creado durante el gobierno de Pastrana. Y obviamente no han faltado las explicaciones marxistas sobre las deficiencias estructurales del sistema.
La explicación real puede ser más sencilla. Simplemente es que el movimiento de dinero de un lado a otro no genera riqueza. Esta tiene que estar respaldada con la producción real de bienes y servicios. Colombia se había desviado de este principio elemental al ingresar al mundo del 3% mensual. No sólo no se estaban canalizando los recursos hacia la producción, sino que los recursos que estaban produciendo fueron desviados a la alternativa aparentemente segura del interés fijo. Alguien finalmente tenía que pagar. Lamentablemente fueron los ahorradores.
Lo que es seguro es que no habrá otra crisis financiera en mucho tiempo. Las cicatrices están aún frescas. La lección fue aprendida a un costo demasiado alto. A estas alturas muchos saben lo que es una intervención, mientras que la palabra Furatena va pasando al olvido.