INFORME ESPECIAL
“Por lo visto, primero saldrá Uribito que nosotros”: Humberto de la Calle
El ex jefe negociador del acuerdo de paz critica el tratamiento a los mayores de 70 de “pobres ositos de felpa desvalidos e inútiles, con el archivo definitivo de personas valiosas para la sociedad, en medio de la lujuria por lo nuevo, lo fulgurante.
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No quisiera que esta reflexión sea simplemente un lamento más. En esta situación, todos tenemos una queja. No valdría la pena contribuir a esa polifonía de gemidos, si no hubiesen de por medio asuntos de interés de la sociedad que van más allá de lo personal.
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La severidad de la cuarentena para los mayores de 70 años, ha venido a impulsar una cierta línea cultural anterior: el desprecio por los viejos. Si antes era apenas un asomo, ahora el mensaje se expresa de manera más fuerte. Coexiste un tratamiento de pobres ositos de felpa desvalidos e inútiles, con el archivo definitivo de personas valiosas para la sociedad, en medio de la lujuria por lo nuevo, lo fulgurante. Es una profundización de esta idea de sociedad líquida y fugaz, un tanto epidérmica. En efecto, muchas veces lo nuevo es simplemente lo disruptivo y lo insólito, sin examinar de fondo las pretendidas innovaciones.
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Esto tiene consecuencias diversas. Pero para que no caigamos en un pliego de peticiones setentero, digamos a los jóvenes que no se regocijen sacando pecho, porque en el terreno del empleo, por solo poner un ejemplo, hacia los cuarenta años ya estás apolillado.
El resultado es que más allá de la edad abruptamente fijada por el gobierno, ya no somos siquiera recuerdo. Fuimos definitivamente.
Pero en muchos casos, cáspita, no solo nos llega de la sociedad la indiferencia. En redes sociales observo, además, desprecio y hasta odio. Muy buena parte de los insultos aluden a la condición de viejo como algo que debería causar vergüenza. Pobres jóvenes que ignoran que cada cromosoma tiene pequeños guantes, los telómeros, que tarde o temprano se encogen y te llevan a la decrepitud. Y que olvidan que lo bueno de la vida es que se acaba.
La cuestión de la discriminación hay que tomarla con cuidado. El principio de igualdad se aplica a los iguales. Así como hay discriminaciones positivas, acciones afirmativas en beneficio de los segregados, de igual modo tenemos que examinar con sensatez cuáles son las razones para habernos sumido en este exagerado confinamiento. Un argumento es nuestra mayor vulnerabilidad. Ante el contagio, estaremos condenados a la UCI y al respirador, en mayor proporción que los demás. Hay allí envuelta una cuestión de salud pública y de estadísticas. Admito que por esa vía surge este talón de Aquiles: que sólo somos unos viejos inútiles peleando por nuestros intereses egoístas con furia de capuchos reblandecidos. Pero la otra cara: no ha existido sistema de salud que discrimine por la edad. ¿Hemos franqueado una puerta éticamente indebida?
No creo que sea mucho pedir que, si el problema es de recursos hospitalarios, que ese sea el único argumento. Nada de mimos ni paternalismo.
Mientras tanto, hora y media de aire y sol, menos que el derecho de los perros, es francamente una vergüenza. Y 31 de Agosto es una eternidad. Por lo visto, primero saldrá Uribito que nosotros.