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duque originalmente era santista. cuando se volvió uribista, el presidente lo puso en la lista negra

POLÍTICA

Iván Duque, con pie derecho

Ha encontrado muchos obstáculos en su carrera por la candidatura uribista. Sin embargo, los ha ido superando uno a uno. La recta final apenas comienza.

11 de noviembre de 2017

Aunque no se ha podido llegar a un consenso entre los cinco aspirantes uribistas del Centro Democrático sobre el mecanismo de selección del candidato, lo que está claro es que hay tres nombres en juego: Carlos Holmes Trujillo, Iván Duque y Rafael Nieto. Bajo el mecanismo de escoger por encuesta, no solo las mujeres sino Nieto están en desventaja, y por eso este último ha vetado esa fórmula.

Durante muchas semanas Iván Duque encabezaba los sondeos. Últimamente ha perdido el liderazgo absoluto, aunque no ha caído. Pero ha sorprendido que Carlos Holmes Trujillo, y en menor grado Nieto, si no lo han empatado, han acortado las distancias.

Hay una gran contradicción en Iván Duque: es el que menos experiencia tiene y al mismo tiempo uno de los más opcionados para ganar la candidatura del Centro Democrático. Esto no obedece a que cuente con el afecto de Álvaro Uribe. Eso en realidad no plantea una ventaja, pues el expresidente quiere por igual a sus cinco alfiles y cada uno de ellos se considera el preferido. Precisamente, por eso el líder de ese partido resolvió no decidir él mismo, sino dejarle la selección a un sistema neutral como las encuestas.

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El gran interrogante es cómo una persona prácticamente sin hoja de vida en materia del manejo del Estado tiene una posibilidad real de ser el próximo presidente de Colombia. Su falta de experiencia se explica en gran parte por su juventud. Nació hace 41 años en Bogotá, hijo del dirigente liberal paisa Iván Duque y de Juliana Márquez. Estudió Derecho en la Universidad Sergio Arboleda y terminó dos maestrías en Washington: una en Derecho Económico en American University, y otra en Administración Pública en Georgetown. También hizo cursos en el Harvard Business School y en la Escuela de Gobierno John F. Kennedy de la misma universidad. Además, ha escrito dos libros exitosos sobre la economía naranja, tema que se ha convertido en uno de los pilares de su campaña. Según esta teoría, impulsar las industrias creativas debería ser una de las locomotoras del futuro. También publicó un trabajo titulado Maquiavelo en Colombia.

Si bien su trayectoria académica es muy buena, la laboral es muy limitada. En 1997, con apenas 21 años, entró en el mundo de Juan Manuel Santos como asesor de la Fundación Buen Gobierno. Le gustaba la política y, al igual que Uribe, aprendía de memoria los discursos de los grandes jefes liberales como Gaitán. Después de haber sido asesor de Santos en el Ministerio de Hacienda, este lo envió a la Delegación de Colombia ante el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) en Washington, cuyo jefe era Luigi Echeverri, hijo de Fabio Echeverri. Santos lo consideraba su protegido y, cuando se lanzó a la Presidencia en 2010, se reunió con él y un grupo de personas en Nueva York para vincularlos a la campaña y al futuro gobierno.

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Hasta ahí llegó la relación entre los dos. Aunque no está claro qué trascendió en la reunión, aparentemente el pupilo no consideró suficiente lo que el futuro presidente le ofreció. Poco tiempo después apareció Álvaro Uribe, quien buscaba a un ayudante para escribir un informe técnico sobre un conflicto entre Turquía e Israel que le había encargado el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon. El trabajo de Duque impresionó al expresidente y después lo contrató Luis Alberto Moreno para trabajar en el BID como jefe de la División Cultural. En esa época Uribe, quien dictaba unas clases en Georgetown, lo escogió como asistente. En esa oportunidad entre los dos escribieron un texto titulado ‘El puro centro democrático’, que dio origen al nombre del partido.

Cuando nació esa colectividad, el expresidente invitó a Duque a participar en la lista para el Senado. En esa responsabilidad se ha lucido. Tiene gran facilidad de expresión y dominio de los temas económicos, lo cual lo ha convertido en un referente en esos asuntos en el Congreso. Por iniciativa suya el Congreso ha aprobado cuatro leyes importantes: la que amplió la licencia de maternidad; la que autoriza retirar la cesantía para pagar un seguro educativo; la que da impulso a las industrias creativas; y la que ordena instalar desfibriladores en lugares públicos.

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Ese desempeño impresionó no solo a Uribe, sino al público. Duque resultó ser muy mediático y su carisma salió a flote a nivel nacional. En términos generales hay una opinión favorable sobre él. Incluso los contradictores del uribismo lo reconocen como un hombre competente y moderado. En un país polarizado, donde la mitad de los candidatos aburren o asustan, él gusta y no asusta.

Paradójicamente los que más lo critican son algunos de sus propios copartidarios. El ala derecha del furibismo, encabezada por figuras como Fernando Londoño, lo ven con recelo. El exministro describió al joven senador como un “mozalbete inteligentón”. Óscar Iván Zuluaga tampoco lo quiere. Eso obedece en parte al famoso episodio con Duda Mendonça en Brasil. Como los dos habían viajado juntos a reunirse con el asesor político brasileño, cada uno tenía quejas sobre la posición del otro. Duque considera que al no haber tenido nada que ver con la negociación de honorarios, eso debió haberse aclarado. Zuluaga considera que Duque, en vez de respaldarlo políticamente, le pidió claridad.

Como era de esperarse sus cuatro rivales por la candidatura uribista tampoco le tienen mucho cariño. Como su popularidad tiene algo de paracaidismo y de relaciones públicas, puede haber algo de celos. A nadie con experiencia le gusta que un “mozalbete inteligentón” lo derrote. Como hoy la guerra sucia se libra en las redes sociales, bastante lodo le ha caído. Lo acusan con frecuencia de ser santista, lo cual es un pecado mortal en el uribismo. De eso es totalmente inocente porque si alguien lo tiene en la lista negra es el propio presidente de la república. Al igual que Uribe, Santos detectó en su momento el talento de su joven pupilo y le vio proyección como una creación propia y un seguidor incondicional.

Esa ilusión duró poco. Dentro de sus propias reglas de juego, para el actual presidente no hay nada más grave que la deslealtad. Y eso en plata blanca significa volverse uribista. Juan Carlos Pinzón cayó en desgracia por criticar al gobierno tras haber sido la mano derecha de Santos. Germán Vargas también cambió de bando, pero él tenía identidad política propia. Sin embargo, ninguno de ellos dos se convirtió en alter ego y el hijo político ‘adoptivo’ de Álvaro Uribe. Iván Duque durante una época lo fue, y eso en la Casa de Nariño es mucho peor que ser crítico del gobierno.

Ahora que el presidente francés, Emmanuel Macron, está de moda, todos los candidatos jóvenes tratan de identificarse con él. Su triunfo fue considerado un grito de rebelión contra el establecimiento. Sin embargo, Duque es más Barack Obama que Macron. El primer mandatario francés contaba a sus 38 años con un bagaje de experiencia como pocos. Había sido banquero de inversión con Rothschild, alto funcionario en el Elíseo, y ministro de Finanzas de Francia. El expresidente de los Estados Unidos, a sus 44 años, no tenía ninguna experiencia administrativa. Había sido académico, trabajador social y llevaba solo tres años en el Senado cuando ganó la Presidencia.

Duque en cierta forma encarna lo mismo. Es inteligente, elocuente, carismático y sobre todo mediático. Tiene disciplina de trabajo y conocimiento de los temas. Todo ello de por sí no hubiera sido suficiente para convertirlo en un candidato viable. Pero, combinado con el respaldo de Álvaro Uribe, puede proyectar a Duque, si llega a ser el ungido, en la sorpresa electoral de 2018.