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HISTORIA

El misterio de los tesoros arqueológicos enterrados bajo el suelo de Bogotá

Esqueletos indígenas, antiguos puentes y hasta armas centenarias son la piezas arqueológicas desenterradas del suelo bogotano en los últimos años. Estas son las historias que guardan esos hallazgos, convertidos en testimonios del pasado de la ciudad.

1 de septiembre de 2017

Debajo de las autopistas, los puentes y las torres sobrevive una ciudad de vestigios que cada tanto alcanzan la superficie y traen la noticia de lo que Bogotá fue antes de llevar ese nombre, o incluso de las guerras que sobre este suelo se disputaron y de las mismas existencias, con sus distintas expresiones, que se vivieron en la planada que hoy transitan ocho millones de habitantes desentendidos de las memorias que pisan. SEMANA indagó por los últimos grandes hallazgos bajo el suelo bogotano y sobre las historias que guardan.

Las 13 tumbas

Ya había rumores de que un tesoro podía estar enterrado bajo el suelo que ahora recorrían las máquinas pesadas que levantaban los gigantescos pilares del cable aéreo de Ciudad Bolívar. El 24 de septiembre de 2016, tres meses después del comienzo de las obras y a dos metros de profundidad, las poderosas retroexcavadoras desenterraron piezas cerámicas y herramientas construidas en piedra, al parecer usadas siglos atrás por los muiscas, los primeros amos de la Sabana.  

Así que los arqueólogos siguieron con las exploraciones. Como lo sospecharon, el lugar resultó ser una especie de cementerio arqueológico. En un área de 16 metros cuadrados, junto a la estación el Tunal hallaron cinco tumbas ocupadas por esqueletos humanos. También descubrieron las bases de unas columnas antiguas que permitían inferir que los entierros se habían hecho junto a lo que alguna vez fue una vivienda.

El 30 de enero de 2016, los arqueólogos del IDU concluyeron las excavaciones y los hallazgos fueron trasladados a laboratorios donde los analizarían para descubrir sus orígenes y sus tiempos.

Así, la construcción del Transmicable, uno de los proyectos de movilidad más grandes en las últimas décadas en Bogotá, continuó su curso. Pero ya era explícita la advertencia entre los constructores que estaban revolviendo la tierra. El pasado 10 de julio, las máquinas excavaban el sector que rodea la torre 5 de la obra, donde buscaban ubicar cajas de electricidad para proveer de energía el proyecto.  Entonces, a un metro de profundidad, se hizo clara entre la tierra la presencia de un cuerpo bien conservado, con sus piernas dobladas sobre el torso.

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Al siguiente día, muy cerca de esa tumba, apareció otra. Y antes de que se acabara esa semana, los arqueólogos ya habían encontrado ocho cuerpos, todos enterrados a profundidades cercanas a un metro, y separados apenas por unos cuantos centímetros entre sus tumbas.

Luego de la extracción, las obras continuaron. Los esqueletos fueron trasladados a laboratorios donde se indaga por la historia que guardan. Ese es el hallazgo de cuerpos más grande que se ha documentado en épocas recientes en los archivos del IDU. Pero el registro es amplio e incluye elementos que traen a la memoria interesantes episodios del pasado de la ciudad y el país.

El río olvidado

Cuando oscurecía, la luz de la luna se reflejaba en sus aguas y por eso los muiscas lo bautizaron como el Vicachá, que en su lengua traducía "resplandor de la noche". Durante siglos, fue el principal afluente de los indígenas que ocupaban la zona y cuando los españoles llegaron, Bogotá creció abastecida por su caudal abundante.

Pero bajo las banderas de la modernidad, la ciudad pareció olvidar al que fue la fuente de su primer acueducto. La urbe en expansión necesitaba vías y el San Francisco, como rebautizaron los españoles al Vicachá, fue la víctima del anhelo de renovación. Primero lo canalizaron "para evitar epidemias e inundaciones" y luego cubrieron su cauce, que atraviesa el centro de la ciudad, con la que hoy se conoce como la Avenida Jiménez.

Pero el río se encargó de recordarle a la ciudad que sigue corriendo debajo de ella. En el 2000, cuando avanzaban las obras de construcción del eje ambiental, en las inmediaciones de la calle 20 con carrera 3 emergió el puente Las Aguas, de 200 años de antigüedad, uno de los casi 20 que llegaron a pasar sobre el río en su momento de esplendor, a comienzos del siglo XX.

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Los hallazgos no pararon allí. En octubre de 2009, los obreros excavaban zanjas durante las obras de adecuación de la carrera décima para que por allí pasara Transmilenio. Entonces, a tres metros de profundidad desenterraron una estructura de ladrillo que habría hecho parte del viejo canal del río.

Un informe del IDU relata que en le momento de su hallazgo se consideró remover el puente Las Aguas, pieza por pieza, para trasladarlo al museo de Bogotá. Finalmente, la determinación fue dejarlo en su sitio, donde permanece hasta hoy el arco de ladrillo cubierto de maleza que recuerda que bajo la gran urbe corre un mítico río que alguna vez iluminó las noches de una ciudad muy distinta a la que existe hoy.

Un arma de la guerra del siglo

El año pasado, un sable francés de casi 150 años apareció bajo la tierra durante las excavaciones para ampliar la avenida Ciudad de Cali desde la avenida Bosa hasta la San Bernandino. Era un  vestigio de uno de los episodios más violentos que ha vivido el país.

Colombia comenzó el siglo XX en medio de La Guerra de los Mil Días. En tres años de confrontaciones entre liberales y conservadores murieron alrededor de 100.000 personas. Las batallas tuvieron un protagonista determinante: el fusil Gras, que comenzó a fabricarse desde 1874 y se convirtió en el arma predilecta de los dos ejércitos enemigos.

El sable desenterrado, de 53 centímetros, era la bayoneta de uno de esos fusiles, que probablemente fue disparado desde el bando liberal. Eso explican los informes del IDU, pues fueron las armas del ejército rojo, las de los derrotados, las que permanecieron clandestinas, en manos de los excombatientes y en circulación tras el fin de los mil días de guerra, en 1902.

El sable estaba corroído pero conservaba su marco de metal y madera, la hoja de acero y las guardas, las piezas que al parecer fueron fabricadas dentro del lote de 400.000 fusiles franceses que en 1874 dotaron los ejércitos galos y salieron de allí a alimentar guerras en todo el mundo.

Los 10.000 hallazgos de la Séptima

Cuando comenzaron las obras de peatonalización de la carrera Séptima, los ingenieros estaban conscientes de que encontrarían todo un arsenal arqueológico. Esa vía central es el eje de la ciudad desde que era un territorio indígena y por allí se trazaba la Ruta de la Sal, por la que los muiscas viajaban hasta Boyacá.

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Los hallazgos respondieron a esa intuición. Fueron 10.046 artefactos los que emergieron de la tierra durante los monitoreos previos a las obras. En el primer día de búsqueda encontraron un antiguo caño de aguas residuales del convento San Francisco, que se conectaba con otros hallazgos en otras casas de la Candelaria, incluso con el Palacio Liévano, donde ahora está el despacho del alcalde y se halló una rudimentaria una pila de agua consumible.

En esa exploraciones también fue desenterrado el que al parecer fue el atrio de piedra original del convento San Francisco y junto a este, a medio metro de profundidad, aparecieron los restos de cuatro personas: un adulto y tres niños, uno de ellos de apenas seis años. Los antropólogos establecieron teorías que explicaban su presencia en el lugar, por ejemplo, en el caso del esqueleto de un niño de seis años.

"La inhumación de niños en este recinto de la iglesia, tenía lugar debido a factores tales como que el niño no había sido bautizado, que había sido abandonado muerto en las puertas del templo o que provenía del hospicio o de una familia pobre que no podía pagar su sepultura en el interior del templo".

En el resto de exploraciones aparecieron cientos de piezas de cerámicas muiscas. Incluso algunas fueron construidas con materiales poco comunes, como el cuarzo fino de Funza, que puede tener su origen en la evangelización de los dominicos en el altiplano. Por eso, esas piezas pueden ser claves para el estudio de algunas técnicas de trabajo indígena, como cada uno de los tesoros que cada tanto emergen del suelo y nos cuentan algo más sobre quiénes somos y en dónde estamos parados.