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En Medellín marcharon más de 300.000 personas el pasado jueves 21 de noviembre. | Foto: Julián Roldán

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Medellín, Cali y Barranquilla tampoco han parado de protestar

Después de las multitudinarias marchas del jueves 21 de noviembre, las principales capitales del país continúan protestando. La violencia que hubo en Cali no se ha vuelto a repetir, las marchas subsiguientes han sido respetuosas y creativas.

24 de noviembre de 2019

Medellín fue la sorpresa de las protestas del 21 de noviembre. Una multitud inundó las calles de la capital paisa desde las 6:30 de la mañana, cuando miles de estudiantes salieron de la Universidad de Antioquia, la Universidad Nacional, el Instituto Tecnológico Metropolitano y el Sena, para unirse con otros estudiantes, centrales obreras, maestros y hasta barras bravas en el Parque de las Luces, en el corazón del centro de Medellín, justo al frente del Centro Administrativo La Alpujarra.

Nunca, ni siquiera en las marchas contra las Farc en 2008, los paisas habían protestado como en esta oportunidad. Las cifras son varias, mientras el alcalde Federico Gutiérrez aseguró que protestaron unas 30.000 personas —cifra pequeña según las imágenes de dron que circularon por redes—, líderes de la marcha, periodistas y políticos aseguraron que lo de Medellín pudo ser de 500.000 personas. Según la aplicación Mapchecking, que hace estimados según las cuadras ocupadas, en la movilización participaron 448.087 personas.

Las protestas en los últimos días, que al igual que en Bogotá, no han cesado, son un hito en la ciudad del uribismo, que ha salido a criticar al presidente Iván Duque y al mismo Centro Democrático. Este parece el natural desenlace de una ciudad que en los comicios pasados votó por Daniel Quintero, un candidato independiente al que la derecha quiso disfrazar de enviado de Gustavo Petro, nacido en las entrañas de la izquierda, cosa totalmente falsa. Parece que la capital paisa está virando hacia el centro, y esto quedó demostrado en la misma noche del jueves, cuando en los barrios empezó a sonar un incesante cacerolazo, inédito en una ciudad acostumbrada a aguantar todas las presiones, que por años se ha resistido a quejarse. El cacerolazo se ha repetido todas las noches desde el pasado 21 de noviembre, incluso el barrio Laureles —estrato cinco, integrado por una amalgama de conservadores y líderes culturales— marchó este domingo en paz y jolgorio pidiendo un cambio. Quizá un dato que revela la identidad del nuevo Medellín, es que en la marcha del jueves apareció Rodrigo Londoño, conocido como Timochenko. En varias selfies quedó registrado ese momento.

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El comportamiento en la capital paisa ha sido tan ejemplar que el alcalde Federico Gutiérrez celebró la paz en la que se desarrolló la marcha y cada día no ha dejado de reportar la tranquilidad con la que se han manifestado los medellinenses. Y es que el jueves mientras el mar de gente recorría el centro, las actividades eran todas culturales: redobles de tambores, malabaristas elevando sus bolos, jóvenes jugando con balones en un voleibol improvisado, indígenas protegiendo el espacio público con sus bastones de mando, muchachos que atajaban a los capuchos que intentaban pintar las paredes de locales comerciales, todo enmarcado en un cielo azul de eterna primavera. La historia se ha repetido cada noche desde entonces en el Parque de los Deseos, en el Parque de El Poblado, por los rieles del Tranvía de Ayacucho.

Este ambiente de carnaval que busca el cambio se ha vivido también en Barranquilla. Como suele pasar en la capital del Atlántico, el paro nacional del jueves tuvo espacio para la creatividad y las expresiones culturales. La música fue una de las principales aliadas de los manifestantes. A lo largo de los cinco recorridos programados, los marchantes mezclaron arengas con ritmos tradicionales de la región, incluso fue entonado varias veces el himno de la ciudad. Pero en medio de la alegría y bajo una sensación térmica promedio de 35 grados centígrados, el mensaje fue contundente y claro, un rechazo total a las políticas sociales del Gobierno y un llamado a construir un país con más equidad y en paz.

Los directivos de las centrales obreras informaron que el paro en Barranquilla agrupó a 50.000 personas, sin embargo según las autoridades los marchantes fueron 14.000. En el recorrido tuvieron especial protagonismo los miembros de las diferentes agremiaciones del sector educativo, centrales de trabajadores, sindicatos locales, empleados del área de la salud y representantes del gremio del transporte. Todas las marchas tuvieron como sitio final el Paseo de Bolívar, exactamente en el frente de la Alcaldía Distrital. En algunos puntos del recorrido hubo acompañamiento de miembros de la Policía Nacional, pero estos no portaban armas, como se había acordado previamente. En ninguno de los recorridos hizo presencia el Esmad.

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Más allá de los traumatismos generados en la movilidad y algunos muros pintados con grafitis, el balance final de las autoridades fue de completa calma y sin ninguna alteración del orden público. En las horas de la noche, habitantes de algunos barrios de la ciudad se unieron al cacerolazo promovido a través de redes sociales. Este comportamiento, además, fue respaldado por el alcalde Alejandro Char, quien horas antes de que empezara la manifestación entregó garantías para que los ciudadanos se movieran con libertad.

Los barranquilleros han seguido protestando, el viernes 25 y el sábado 26 hubo marchas pequeñas y cacerolazos, ningún altercado con el Esmad. Al parecer, Federico Gutiérrez y Alejandro Char, de tan cercanos que son, se pusieron de acuerdo en no azuzar las marchas, en confiar en los ciudadanos, y la estrategia les salió bien.

El panorama de las dos primeras ciudades en lo tocante a la marcha del jueves, fue diferente a lo sucedido en Cali, donde hubo enfrentamientos con arma de fuego y bandas criminales que intentaron meterse a conjuntos residenciales para asaltar. Algunos residentes salieron armados a responder. Hubo momentos de verdadero pánico. Todo el panorama de violencia llevó al alcalde de la ciudad, Maurice Armitage, a declarar toque de queda después de las siete de la noche. La seguridad de Cali estuvo resguardada por 1.600 policías, 400 de ellos llegaron de la Dirección General al alertarse que la situación de seguridad era en extremo delicada.

Ese mismo día en rueda de prensa, Armitage dijo: “Después de ver la manifestación de unas 20 mil personas que concurrieron en paz hasta el CAM, no tengo otra opción que decretar el toque de queda a partir de las 7:00 p.m. Una serie de vándalos, desadaptados y delincuentes están atracando y saqueando negocios. Esto no lo vamos a admitir. Les caerá todo el peso de la ley”. La marcha, que al parecer fue infiltrada, terminó oscurecida por la violencia: “Es muy triste que el esfuerzo de las 20 mil personas que marcharon en paz se vea empañado por actos criminales de unos pocos”.

Los videos que circularon por Twitter y Facebook mostraron graves enfrentamientos, tiros al aire y hombres de civil patrullando al lado de policías. En la mañana del viernes, el comandante encargado de la Policía Metropolitana de Cali, coronel Miguel Ángel Botía, confirmó que se capturaron 502 personas por quebrantar el toque de queda. Además, en las operaciones murió un hombre en el barrio Candelaria después de enfrentarse a los efectivos cuando intentaba robar en un supermercado. Durante toda la jornada, 80 civiles y 53 policías reportaron heridas.

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Lo extraño es que las protestas han continuado los días subsiguientes, pero ya sin disturbios, nadie blandió armas, nadie se enfrentó a la Policía, por lo que muchos en redes sociales han apuntado a que lo vivido se trató de una conspiración o de una filtración del crimen organizado o de la derecha, información que no está confirmada. Cali ha marchado en paz, ha seguido protestando, no se ha callado, al igual que Medellín y Barranquilla.