relaciones exteriores
¿Otro vecino incómodo?
Ecuador ya no es el buen amigo de tantos años. Su fragilidad interna ha llevado al presidente Palacio a tomar posiciones que ofenden al Estado colombiano.
Las relaciones de Colombia con Ecuador se están 'venezolanizando'. Basta escuchar los comunicados y las declaraciones que se cruzaron los dos gobiernos la semana pasada, los editoriales de los periódicos para demandar prudencia y rechazar la 'diplomacia del micrófono', y las denuncias sobre la falta de cooperación militar en la zona de frontera, para concluir que la tradicionalmente amistosa relación con el vecino del sur ha evolucionado hacia una realidad turbulenta y difícil.
El deterioro no es nuevo. Desde hace unos cinco años se han venido presentando incidentes y denuncias sobre la presencia de las Farc en el otro lado de la frontera. En Ecuador, temas como el Plan Colombia, el posible contagio de la violencia, y la base que construyó Estados Unidos en Manta en 1999, han formado parte de la agenda política. Tanto en la elección de Lucio Gutiérrez en 2002, como en su caída el pasado 20 de abril, el tema colombiano ha desempeñado un papel importante. La opinión pública ecuatoriana y las Fuerzas Militares de ese país se caracterizan por un fuerte sentimiento nacionalista e incluso antiestadounidense, por lo cual han visto con desconfianza y temor la alianza forjada entre Bogotá y Washington desde 1998.
La semana pasada, la tensión que se venía acumulando estuvo a punto de explotar. Primero hubo testimonios según los cuales el ataque de las Farc a Teteyé (Putumayo), en el que murieron 19 soldados, había sido preparado y conducido desde territorio ecuatoriano. Aunque el presidente Álvaro Uribe, la canciller Carolina Barco y el ministro de Defensa Jorge Enrique Uribe han sido prudentes, en el alto gobierno este hecho lamentable demuestra que Ecuador no está colaborando plenamente, ni con efectividad, en el combate de las Farc.
En Quito, en cambio, no hubo prudencia. El canciller Antonio Parra, en declaraciones a Radio Quito, dijo que en Colombia "hay una guerra civil", que este país "ha abandonado sus deberes de soberanía en la frontera sur", y que su país "no está ni con Uribe ni con las Farc". Términos irritantes que produjeron fuertes reacciones en Colombia. En plata blanca, Parra se declaró neutral frente al conflicto interno. El propio presidente venezolano, Hugo Chávez, había tenido que rectificar una declaración hecha en términos semejantes. Un escueto comunicado del gobierno colombiano respondió que "ningún gobierno puede ser neutral ante la agresión del terrorismo a una democracia".
También hubo un conato de rifirrafe entre el ministro ecuatoriano de Gobierno, Mauricio Gándara, quien propuso la aplicación de una visa para los colombianos que deseen entrar a Ecuador, y la canciller Barco. En declaraciones a varias emisoras de radio, Barco afirmó que una medida de esa naturaleza "va contra el espíritu andino", "afecta el turismo y a la gente de bien" y "no detiene a los ilegales". En un ambiente de anormalidad también se reunieron el jueves pasado en Tulcán los comandantes de las Fuerzas Armadas de ambas naciones, el general colombiano Carlos Alberto Ospina y el vicealmirante ecuatoriano Manuel Zapater. Aunque los oficiales, en lenguaje cordial, hablaron de mejorar la cooperación y el intercambio de información, descartaron la posibilidad de realizar operaciones conjuntas, porque ni el derecho internacional ni la conveniencia práctica facilitan la presencia activa de soldados en el territorio de un país que no es el suyo. Un debate que, en el caso colombo-venezolano, ya se había superado hace varios años.
La interlocución actual entre los gobiernos de Álvaro Uribe y Alfredo Palacio es mala. Los miembros del Ejecutivo ecuatoriano no tienen antecedentes en cargos que hayan tenido que ver con Colombia. Son poco conocidos en la Cancillería de San Carlos y no tienen experiencia en el manejo de estos temas. En los dos meses y medio que lleva la administración Palacio, también ha tenido incidentes diplomáticos con Perú, Venezuela y Estados Unidos. Las embajadas de Bogotá y Quito, además, están vacías. La de Colombia en Ecuador ha estado vacante por más de tres meses, y sólo la semana entrante se posesionará Carlos Holguín, quien reemplazará a la controvertida María Paulina Espinosa. El enviado de Ecuador a Colombia fue cambiado por el presidente Palacio, para lo cual solicitó el beneplácito para Ramiro Silva del Pozo, que fue rápidamente concedido. Los dos mandatarios se encontrarán el próximo jueves en Costa Rica, en el marco de una reunión sobre el banano, pero Ecuador ha dicho que considera este encuentro como "no oficial".
Para Palacio y su canciller Parra, la relación con Colombia necesitaba un cambio a raíz de la caída de Lucio Gutiérrez. La agenda está copada de temas difíciles: la seguridad en la frontera; la migración ilegal; la fumigación de cultivos ilícitos en el área limítrofe, y la presencia de refugiados. Colombia, por su parte, considera que su vecino está obligado por tratados internacionales a combatir el terrorismo y que, por consiguiente, debe asumir un papel más efectivo en la lucha contra las Farc. Sobre todo, para evitar que sus miembros utilicen la facilidad de traspasar la frontera para eludir a las Fuerzas Armadas.
Este último es el punto crucial. Los ecuatorianos no quieren involucrarse en el conflicto colombiano y sienten que la alianza Uribe-Bush los está presionando para que lo hagan. En declaraciones para SEMANA, el ministro Parra dijo que "es desagradable decirlo, y a lo mejor hasta imprudente, pero lo que Bogotá quiere es implicarnos de alguna manera en el problema de ellos, al cual no vamos a entrar". A regañadientes, después de que durante su campaña le había hecho críticas al Plan Colombia y a la base de Manta, el presidente Lucio Gutiérrez había decidido sumarse a la política antiterrorista de Uribe, y había estrechado sus relaciones con Estados Unidos. Como su derrocamiento tuvo como elemento clave el retiro del apoyo del movimiento indígena Pachakutik y de otros grupos de izquierda, el nuevo gobierno está particularmente atento a los planteamientos de estos últimos.
El lenguaje frente a Estados Unidos ha sido desafiante. Palacio habló de revisar el estatus de la base de Manta, aunque se rectificó después. La semana pasada, su gobierno rechazó un pedido del gobierno Bush para firmar un acuerdo que garantice la inmunidad de soldados estadounidenses en Ecuador, y la saliente embajadora, Kristie Kenney, respondió con la amenaza de retirar toda la ayuda militar. En las negociaciones para el TLC, la delegación ecuatoriana sigue asistiendo a las reuniones, pero el Presidente ha expresado públicamente reparos, ha dicho que no firmará si no logran una protección para el sector agrícola, y ha anunciado someter su aprobación a un referendo en el mes de diciembre. Esto último, en un ambiente de opinión pública tan impregnado de nacionalismo, lo pondría en serio peligro.
Las perspectivas no son positivas para unas relaciones bilaterales que, hasta hace muy poco, eran un ejemplo de cooperación y de buena vecindad. En el campo económico, tanto en comercio exterior como en inversión, los vínculos han sido dinámicos y ejemplares. Pero todo indica que ya pasaron los tiempos en que a Colombia, en Ecuador, la consideraban 'El coloso del norte'. Los problemas estructurales han ido complicando las cosas. Cerca del 20 por ciento de las drogas ilícitas de Colombia, según un informe del International Crisis Group, se comercian a través de Ecuador. Un informe de la Rand Corporation, allí citado, asegura que existen por lo menos 26 rutas de tráfico de armas. Ha habido casos de militares ecuatorianos involucrados en contrabando de municiones y armas, entre los cuales el más notable fue el famoso rocket que se utilizó en el atentado contra el presidente de Fedegán, Jorge Bisbal. Y también se han destapado casos de secuestros y narcotráfico.
Semejante panorama requeriría de niveles de comunicación y cooperación superiores a lo normal. Y la situación es exactamente la contraria. La fragilidad de la situación política, con un gobierno débil que no fue elegido por voto popular ni tiene gobernabilidad -ya se han caído tres presidentes en los últimos siete años- ha llevado a que la política exterior ecuatoriana, conposiciones tan desafiantes y costosas como la neutralidad frente a las Farc y las críticas a Estados Unidos, juegue un papel de aglutinación nacional y apoyo al gobierno. Una estrategia riesgosa, para un país que no tiene el poder petrolero de Venezuela.

Vea un análisis de la FIP sobre el tema