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La oposición de Centro Democrático fue más contundente que la del Polo. | Foto: Johnny Hoyos / Cesar Carrión

RESUMEN

Pelea entre santistas y uribistas va para largo

La polarización se profundizó y volvió a ser el eje de la política. En 2015 hubo más pasión, radicalismo y disputas personales, que grandes debates nacionales.

19 de diciembre de 2015

En los 12 meses que terminan se desarrolló una larga campaña para las elecciones de alcaldías y gobernaciones que se llevaron a cabo el 25 octubre. Y en eso se fue el año. Los partidos se lanzaron al ruedo, entregaron avales con más motivaciones pragmáticas y estratégicas que ideológicas, y al final todos se autoproclamaron ganadores.

Poco importó ser liberal, conservador, del Polo o uribista. En 2015 se inauguró la fórmula del ‘multiaval’. Era raro encontrar aspirantes comprometidos con una sola fuerza. Lo normal, en cambio, fue ver que la gran mayoría pertenecían a más de tres partidos en el tarjetón. La competencia dejó de ser entre movimientos y, en el fondo, se convirtió en otro pulso entre santismo y uribismo.

La feria de los avales cobró las cabezas de dos directores de partidos. Justo unas semanas antes de cerrar las inscripciones, a finales de julio, Carlos Fernando Galán salió de la dirección de Cambio Radical y Viviane Morales hizo lo propio en el Partido Liberal. Se volvió paisaje ver a las cabezas de los partidos respondiendo por los cuestionamientos de sus candidatos en programas de radio y televisión. Todas las agrupaciones tenían sus señalados.

El debate de ideas, en varios lugares, fue reemplazado por las acusaciones entre candidatos de todos contra todos. Se volvió más frecuente poner una denuncia contra un competidor que ganarle en una controversia ideológica. Este año se convirtió también en el año de la ‘firmatón’. De acuerdo con cifras de la Registraduría Nacional, 810 comités de ciudadanos prefirieron recoger firmas que seguir en las estructuras partidistas. Criterios como la militancia, el tiempo de permanencia en los partidos o la formación política dejaron de ser preguntas relevantes a la hora de elegir aspirantes a los cargos de elección popular.

El domingo 25 de octubre pasó lo esperado. Esa noche todos los partidos, desde sus propios raseros, se autoproclamaron ganadores. La U envío un comunicado titulado ‘No se equivoquen: La U ganó las elecciones en Colombia; voto a voto se eligieron ocho gobernaciones’. Cambio Radical dijo que era incuestionable su victoria por número de alcaldías y el peso electoral de las mismas. Los liberales también sacaron su cálculo: sumadas gobernaciones y alcaldías, y en el número de votos depositados para los concejos municipales, barrían a los demás. Los conservadores se defendieron con el argumento de haber cuadruplicado el número de gobernaciones y aumentar el de alcaldías. El Centro Democrático, que se medía por primera vez en una elección regional, fue el único que reconoció públicamente su derrota. Su jefe natural, el expresidente Uribe, sacó diez trinos para enumerar los errores del partido en la campaña.

La izquierda terminó castigada. En Bogotá, 12 años de administración de Lucho Garzón, Samuel Moreno y Gustavo Petro desencantaron a los ciudadanos y la ciudad optó por el cambio con Enrique Peñalosa. Y en el resto del país, en territorios donde las Farc esperan participar en política, tampoco hubo sorpresas. El regreso de la Unión Patriótica a las urnas no fue triunfal. Su cabeza de lista para el Concejo de Bogotá, Aída Avella, no logró su curul. El Polo tampoco concretó sus apuestas en ciudades y gobernaciones claves.

Las elecciones marcaron la agenda política del año y destaparon el divorcio que existe entre la provincia y los centros de opinión. Las polémicas por los avales, por ejemplo, se quedaron en las cabinas de radio y en las páginas de los periódicos, pero no pasaron al terreno nacional. Allá, en la gran mayoría de regiones, el poder de las maquinarias arrasó. A los partidos formales les fue mejor en la provincia pero en las grandes ciudades fueron derrotados por figuras independientes, de corte empresarial o gerencial, de votos de opinión y de discurso más técnico que político.

Según las encuestas, los colombianos están desencantados con la política y con sus instituciones. El Congreso y los partidos se rajaron, en términos de imagen. En 2015 hubo varios escándalos. Ni la Corte Constitucional, considerada una de las instituciones más respetadas, se salvó. El escándalo del magistrado Jorge Pretelt hizo caer la calificación de esa entidad a su punto más bajo desde su creación. El fiscal general, Eduardo Montealegre, encabezó varias polémicas por sus contratos y sus opiniones sobre el proceso de paz. Lo mismo pasó con el procurador Alejandro Ordóñez, quien pontificó contra los diálogos en La Habana y llenó pantallas con sus fallos morales que han sido señalados de responder más a sus creencias religiosas que a las normas.

La polarización fue la gran protagonista del año. Aunque las diferencias de opinión y el debate amplio son parte esencial de una democracia, los últimos meses se caracterizaron por la guerra de egos, por el tono personal de las controversias, y por actitudes apasionadas, radicales y de cuestionable nivel conceptual. Las propuestas ante situaciones como la crisis en la frontera con Venezuela o los altibajos en el proceso de paz con las Farc, no se caracterizaron por ser constructivas. El uribismo, a un lado del ring, criticó las iniciativas del gobierno con una beligerancia que no se había visto hace rato. Y el Ejecutivo, bautizando ‘enemigos de la paz’ a sus críticos, no ayudó a bajar la calentura. El debate nacional se volvió una interminable batalla de bandos en la que la moderación, los matices y el trabajo en equipo resultaron sacrificados.

El Congreso cumplió en aprobar la agenda del Ejecutivo: las mayorías de la Unidad Nacional se hicieron sentir como una aplanadora. Pero, también, fue escenario de peleas personales entre parlamentarios que dejaron a un lado los debates que el país realmente necesita. El uribismo fue ordenado y disciplinado, pero la mayor parte de sus intervenciones carecieron de moderación, y en el pulso permanente entre el oficialismo y el uribismo, la otra oposición, la del Polo Democrático, resultó eclipsada.

Este fue un año de transición política. Y como todo año electoral, primó la lógica de los votos. Los nuevos alcaldes y gobernadores tienen en sus manos el inmenso reto de aterrizar el posconflicto si se firma un acuerdo con las Farc. En general, 2016, en lo político, girará en torno a la etapa final de los diálogos de La Habana. Es decir, al debate sobre el texto definitivo y a la campaña por un plebiscito inédito –si se lleva a cabo– que va a incluir una dinámica nueva y desconocida. En medio de esos acontecimientos cruciales para la terminación del conflicto con las Farc, empezarán a darse las primeras puntadas con miras a las elecciones presidenciales de 2018, que volverían a disputarse en torno a las posiciones sobre la guerra y la paz. Un escenario para alquilar balcón.