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Pablo Escobar Gaviria, abatido hace 30 años: así cayó, contado en su máximo detalle, aquel 2 de diciembre de 1993
El 2 de diciembre de 1993, el Estado logró derrotar en un tejado en Medellín al capo que lo había arrodillado por décadas. Detalles del histórico operativo.
Sobre la muerte de Pablo Escobar se han tejido todo tipo de hipótesis. La operación de inteligencia y el despliegue que que se realizó ese dos de diciembre de 1993 todavía es objeto de curiosidad por millones de personas. Libros, documentales, películas y series han buscado reconstruir una y otra vez todo lo que el Estado colombiano tuvo que hacer para dar de baja al temido capo. Hace 30 años esta fue la portada de la revista SEMANA que reveló los primeros detalles de lo que había sucedido esa tarde.
Para que cayera Pablo Escobar, tan importante como el rastreo electrónico de sus llamadas telefónicas y la operación de comando que lo dio de baja, fue el no haberle permitido ubicar a salvo a su familia en el exterior.
Cinco minutos antes de las 3 de la tarde del jueves, el entonces ministro de Defensa, Rafael Pardo, se disponía a iniciar las actividades de la tarde con una agenda apretada debido a que se había gastado la mañana en el Congreso, en desarrollo de los debates finales de la ley de Orden Público. Cuando comenzó a revisar y firmar los papeles acumulados, dos teléfonos de su escritorio sonaron casi a la vez. Por el primero que contestó reconoció la voz del subdirector de la Policía Nacional, el general Octavio Vargas Silva: “Cayó Escobar –le dijo–. Me acaban de llamar de Medellín a comunicarme esa noticia”. “¿Cómo fue? ¿Qué pasó? ¿Está confirmado?”, preguntó Pardo de modo apresurado. “Está prácticamente confirmado”, le respondió el general Vargas. “Personas que lo conocían ya identificaron su rostro, solo nos falta cotejar las huellas dactilares”.
”Entonces, esperemos y tratemos de que la noticia solo se conozca cuando estemos totalmente seguros”, concluyó Pardo antes de colgar, un tanto incrédulo. Por la otra línea que había descolgado mientras hablaba con el general Vargas, el comandante del Ejército, general Hernán José Guzmán, le dio la misma información.
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Entretanto, en la casa privada del Palacio de Nariño, el presidente César Gaviria se encontraba tomando un breve descanso cuando sonó su teléfono y uno de los operadores del conmutador le anunció que el ministro de Defensa deseaba hablar con él. “Pásemelo”, le dijo Gaviria. “Me acaba de llamar el general Octavio Vargas –le informó Pardo al presidente– y me dijo que le habían dicho de Medellín que acaba de caer Escobar. El Bloque lo dio de baja. Por el rostro ya ha sido identificado, pero faltan las huellas dactilares”.
“¿Y esa confirmación cuánto se demora?”, le preguntó el presidente. “Unos 10 minutos –le respondió Pardo–, yo lo llamo apenas me confirmen”.
El presidente bajó a su despacho en el momento en que el ministro de Gobierno, Fabio Villegas, entraba como una tromba. Al igual que su colega de Defensa, él había sido informado por el general Vargas y estaba pendiente de la confirmación de la identidad de Escobar con el examen de sus huellas dactilares. Por unos minutos se cumplió la instrucción de mantener en reserva la noticia hasta tanto no se examinaran las huellas, cuyo análisis confirmó la identidad de Escobar hacia las tres y 10. Poco antes de las tres, Eduardo Carrillo, periodista de RCN en Bogotá había recibido una llamada de un alto oficial de la Policía:
“Eduardo –le había dicho–, hace cuatro años usted dio la chiva de la muerte del Mexicano en Coveñas. Ahora puede contar que el Bloque de Búsqueda acaba de dar de baja a Pablo Escobar”. Así lo hizo. Las agencias internacionales lo siguieron y el mundo se enteró de que Pablo Escobar, el criminal más perseguido del planeta, había sido dado de baja.
A esa misma hora, en Washington, el presidente estadounidense Bill Clinton concluyó una reunión en la Casa Blanca y al dirigirse al despacho oval, un funcionario del Consejo Nacional de Seguridad le entregó un pequeño memo preparado por la oficina de la CIA en Bogotá, en el cual se resumía la noticia. “Prepáreme un mensaje para el presidente Gaviria”, le dijo Clinton antes de pedirle que alguien del Consejo preparara un documento evaluando las consecuencias. Las instrucciones de Clinton se cumplieron, y además del Consejo de Seguridad, en el Departamento de Estado se reunió el Inmediate Reaction Team, con el fin de preparar un documento evaluativo. A esas horas, la noticia ya le estaba dando la vuelta al mundo, y las principales cadenas de televisión del planeta, con CNN a la cabeza, interrumpían sus transmisiones para lanzar el flash informativo. En el despacho presidencial en la Casa de Nariño ya no cabía más gente. Los consejeros y secretarios, encabezados por Miguel Silva, Ricardo Ávila, Martín Carrizosa y Darío Vargas, discutían los pasos a dar, mientras dos fotógrafos de Palacio captaban el instante para la historia.
La decisión del presidente fue la de leer una declaración y brindar una rueda de prensa, pero solo hacia las seis de la tarde, después de que Rafael Pardo y el alto mando militar y de Policía hubieran tenido oportunidad de cobrar su éxito ante los periodistas en la sede del Ministerio de Defensa. Todos estuvieron de acuerdo en que después de tantos meses de críticas y cuestionamientos sobre ineficiencia y corrupción del Bloque de Búsqueda, las Fuerzas Armadas merecían la oportunidad de hablar primero con los medios.
La trampa del Tequendama
El desenlace de la historia de horror de Pablo Escobar se había iniciado 15 días antes, cuando el capo adquirió, por intermedio de un testaferro de su organización, la residencia de la calle 79A No. 45D-94, en el sector de Los Olivos, un barrio de clase media cerca del estadio de fútbol Atanasio Girardot. La residencia de dos pisos había sido hasta entonces propiedad de una familia de apellido Correa, y fue ubicada por el propio Escobar en desarrollo de su angustiosa costumbre de andar comprando casas por diferentes zonas de Medellín para construir allí caletas y esconderse, lo que explica su manía de reunir decenas de recortes de avisos clasificados del periódico El Colombiano en el fólder que cargaba para arriba y para abajo desde hacía meses, con sus cartas, apuntes y documentos.
Escobar se mudó en la tercera semana de noviembre. Llegó a la casa una noche en un taxi Chevette amarillo en compañía de Álvaro de Jesús Agudelo, apodado ‘El Limón’, pero tal y como se lo aconsejaban sus normas de seguridad, poco permanecía en ella.
Consciente de que sus llamadas telefónicas eran monitoreadas constantemente por el grupo de inteligencia y telecomunicaciones del Bloque de Búsqueda, realizaba casi más llamadas para despistar que aquellas que realmente necesitaba hacer. Se movía por varias zonas de la ciudad con un teléfono inalámbrico de muy largo alcance y potencia, que no era otra cosa que una extensión de un aparato fijo que también era cambiado de lugar constantemente por los hombres de Escobar. Esto explica que muchas veces los hombres del Bloque rastrearan una llamada del jefe del cartel de Medellín gracias a la intercepción de las líneas telefónicas locales, y terminaran allanando una casa donde efectivamente hallaban un receptor telefónico con su antena extendida al máximo, pero no encontraban ni el auricular ni a Escobar.
Estas tareas de contrainteligencia del capo exigían de él una disciplina a toda prueba que implicaba que pensara constantemente en producir señales falsas sobre sus desplazamientos, como hacer llamadas por el teléfono inalámbrico desde diferentes sitios de la ciudad y en constante movimiento. Para ello necesitaba dedicar su mente casi exclusivamente a estos asuntos, algo que se le estaba volviendo cada vez más difícil debido a que una creciente preocupación copaba su tiempo y su cabeza: la seguridad de su familia. Su esposa, María Victoria, y sus dos hijos, Juan Pablo y Manuela, estaban en la mira de todos sus enemigos, y en especial del grupo de Los Pepes, ese nombre tras el cual se unieron todos los adversarios de Escobar en el mundo del narcotráfico y el paramilitarismo. De ahí que él estuviera obligado a pensar cada vez más en sacar a su familia del país, y menos en protegerse del Bloque de Búsqueda, despistándolo con sus llamadas telefónicas móviles. Esta desesperación llegó a su clímax el domingo 28 de noviembre, cuando las autoridades alemanas de inmigración le negaron la entrada a ese país a la esposa y a los hijos de Escobar.
Fracasaba así el que a la postre sería el último intento del jefe del cartel por ubicar a su familia en un lugar seguro. Durante varios meses, los abogados de Escobar habían intentado convencer al fiscal general Gustavo de Greiff de que si la familia de Escobar era recibida en el exterior, él se entregaría pues ya no tendría que preocuparse por proteger a sus seres queridos. El sábado 27 se celebró una cumbre de emergencia en la Casa de Nariño, mientras la familia de Escobar volaba hacia Alemania. Las autoridades de ese país habían dado un visto bueno inicial a la llegada de los Escobar, pero el Gobierno colombiano planteó esa noche algunas dudas frente al acuerdo al que la Fiscalía parecía haber llegado con los abogados de Escobar, según el cual el jefe del cartel se entregaría en el momento en el cual su familia hubiera obtenido un permiso para quedarse en Alemania. Las dudas del Gobierno se basaban en el riesgo –nada despreciable a juzgar por los antecedentes– de que Escobar les pusiera lo que se conoce popularmente como un conejo, y una vez su familia estuviera segura en Europa, se olvidara de la entrega. “La sospecha que teníamos –le dijo a SEMANA un funcionario de seguridad– era que después de tener segura a su familia en Alemania, Escobar comenzara a buscarle peros a la entrega, como lo hizo en numerosas ocasiones, y ya sin la preocupación por la suerte de sus seres queridos, tuviera tiempo para volver a pensar en recuperar la red de caletas que casi le habíamos desmontado, y lo que es más grave, en reactivar su aparato terrorista”.
El Gobierno encontró eco a sus dudas en la Fiscalía, y convenció al Gobierno alemán, que había prestado en un principio su ayuda a la hora de embarcar a los Escobar rumbo a Alemania, de que los devolviera a Colombia. Cuando esto se produjo, la suerte de Pablo Escobar quedó echada. Al regresar su familia a Bogotá para ser instalada en Residencias Tequendama –una edificación que al igual que el Hotel del mismo nombre, pertenece a las Fuerzas Armadas–, y al quedar bajo protección de la Policía –la institución que con mayor ferocidad había combatido a Escobar en los últimos años– el jefe del cartel se desesperó. Mientras millones de colombianos expresaban su indignación por el despliegue de tropa destinada a proteger a los Escobar y por las comodidades de que estaban gozando, el jefe del cartel tuvo en claro que su esposa y sus dos hijos, más que gozar de un privilegio, estaban encerrados en una trampa cuya presa, a la larga, sería él mismo. Por ello, perdió definitivamente la calma y comenzó a cometer errores. A partir del lunes, hizo un total de seis llamadas a Residencias Tequendama. Las primeras fueron de pocos segundos y en ellas se limitó a advertirle a su hijo Juan Pablo que hiciera hasta lo imposible por conseguir que algún país extranjero los recibiera, y a recibir de sus hijos y de su esposa la felicitación por su cumpleaños el primero de diciembre. En otra más se refirió en el peor tono al fiscal De Greiff y al Gobierno, porque sentía que había sido engañado en el episodio del frustrado viaje de su familia a Alemania. Mientras tanto y para despistar al Bloque, uno de sus hombres hizo algunas llamadas a medios de comunicación –entre ellos una el miércoles a la emisora Radio Súper en Medellín– haciéndose pasar por Escobar. Pero el grupo de inteligencia del Bloque ya conocía estos trucos de memoria, y ni siquiera intentó rastrear esta pista falsa. Una señal precisa La pista que sí rastreó y con gran precisión fue una serie de llamadas que Escobar realizó a partir de la una y 37 minutos del jueves 2, a Residencias Tequendama en Bogotá.
El jefe del cartel se comunicó con el conmutador de la edificación, pero por lo menos en dos ocasiones fracasó en su intento para que le pasaran su llamada a la suite que ocupaba su familia, pues se identificaba como periodista que deseaba entrevistar a Juan Pablo Escobar sin saber que esa mañana sus familiares habían instruido al operador del conmutador de que no pasara llamadas de periodistas. Un tercer intento le dio resultados a Escobar, quien pudo así hablar con su esposa y su hijo durante dos minutos y 25 segundos, un lapso más largo de lo acostumbrado debido a la satisfacción de que su hijo le informara que el presidente salvadoreño Alfredo Cristiani de visita en Colombia, había dado unas declaraciones que dejaban abiertas las puertas para que los Escobar viajaran a El Salvador. En los sótanos de la escuela Carlos Holguín, sede del Bloque de Búsqueda en Medellín, el rastreo de la llamada por el sistema de triangulación radiogoniométrica operado desde hacía 14 meses y casi sin descanso por una joven oficial de la Policía, ofreció una ubicación bastante precisa del lugar desde donde Escobar estaba hablando. El computador que tenía registrada y digitalizada la voz de Escobar desde las horas que siguieron a su fuga de la cárcel de La Catedral en julio del 92, solía identificar con frecuencia la voz de Escobar captada por una red de poderosos equipos de radar en tierra y en el aire, pero a la hora de establecer el lugar de emisión de la comunicación, los equipos casi siempre indicaban una zona más bien amplia cuya superficie variaba entre 50 metros y dos kilómetros cuadrados. Esta vez fue diferente. La señal resultó muy precisa de tal manera que hacia las dos menos cuarto, la joven oficial de la Policía notificó a su superior y de inmediato se desató un operativo del Bloque. Como la ubicación del lugar donde se suponía estaba Escobar parecía tan exacta, la decisión de los hombres del Bloque fue la de enviar un grupo tipo comando, con los 17 mejores hombres de la organización. No hacían falta helicópteros, ni grandes camiones: solo los 17 hombres mejor entrenados y armados, la élite de la élite. “Teníamos la convicción de que no podíamos fallar –le dijo a SEMANA una fuente del Bloque–, pues nos sentíamos aguijoneados por las últimas declaraciones del fiscal De Greiff según las cuales la caída de Escobar estaba lejana y el bloque seguía fracasando”.
Fue así como hacia las dos y 35 de la tarde llegaron al sector de Los Olivos tres furgones del Bloque de Búsqueda, usando como siempre diferentes rutas para no despertar sospechas. Al acercarse a la zona, desde una camioneta color crema que siempre acompañaba a los agentes y soldados, los equipos electrónicos ofrecieron una confirmación aún más precisa del origen de emisión de las llamadas –la casa adquirida por Escobar 15 días antes–, pues este seguía hablando por teléfono, esta vez al parecer con un periodista a quien le estaba respondiendo un cuestionario. El jefe del cartel acababa de almorzar un plato de espaguetis, se había quitado los zapatos y había decidido realizar su llamada telefónica mientras descansaba en su cama. A su interlocutor le dijo: “Espérate que oigo algunos movimientos raros allá afuera”. ‘El Limón’, su guardaespaldas de los últimos días, se asomó a la ventana en el momento mismo en que los hombres del Bloque se acercaban a la puerta por el frente de la casa.
En un acto de desesperación y entrega para con ‘El Patrón’, Agudelo salió a la calle disparando su pistola 9 milímetros, en una maniobra que pretendía distraer al comando uniformado, y darle la oportunidad a Escobar de escapar por la parte trasera de la casa. La maniobra no alcanzó a funcionar: ‘El Limón’ cayó abatido en cuestión de segundos en el antejardín, mientras Escobar saltaba desde una ventana del segundo piso hacia el tejado de barro de la casa vecina. Pero allí lo esperaban dos hombres del Bloque, Escobar comenzó a disparar hasta agotar 12 de las 13 balas que llevaba en su Sig Sauer 9 milímetros, pero no logró escapar. Los dos efectivos del Bloque dispararon uno su subametralladora y el otro su pistola 9 milímetros con gran precisión. Tres tiros atravesaron la cabeza de Escobar, uno de ellos por el oído derecho. Dos balas más se alojaron en su pierna derecha, otra en el muslo izquierdo y una más arriba de la cadera. Eran las dos y 50.
El cuerpo del mayor criminal de la historia de Colombia cayó tendido sobre las tejas de barro, con las rodillas un tanto recogidas y la cabeza ensangrentada, inclinada sobre el hombro derecho. “El cuerpo hizo mucho ruido al caer sobre las tejas”, le dijo a SEMANA un hombre del Bloque. Eran los 115 kilos que había alcanzado tras meses de vivir encerrado en caletas, devorando comida a todas horas. Lucía una larga melena de su pelo negro un tanto ensortijado, y una barba que su bigote a lo Hitler no lograba completar. En cuestión de segundos su rostro fue identificado y en poco menos de 20 minutos, se cotejaron sus huellas dactilares con las que poseía la Fiscalía. Mientras esto sucedía, el general Octavio Vargas era informado y enteraba a su vez al alto Gobierno. Por más increíble que pareciera, Pablo Escobar Gaviria había sido abatido por el Bloque de Búsqueda en un operativo de no más de 15 minutos. Todo parecía haber sucedido de modo tan sencillo que resultaba imposible no pensar en tantos miles de colombianos ilustres y anónimos que habían muerto en los últimos 10 años por cuenta de las numerosas ocasiones en que Escobar había logrado escapar. Esos 15 minutos no parecían suficientes para borrar una década de terror que había transformado para siempre a Colombia”.
*Revista SEMANA, Edición N.° 605, 7-14 de diciembre de 1993.