Opinión

¿La covid nos cambiará la vida?

Haidy Sánchez Mattsson, psicóloga clínica e investigadora en salud mental, asegura que los próximos meses serán sumamente decisivos y de mucho aprendizaje, porque si bien el covid-19 puede empeorar algunas crisis ya existentes en Colombia, también puede crear oportunidades.

13 de junio de 2020

Hoy en día podemos decir que casi todo el planeta se encuentra en un remolino de sentimientos encontrados, ocasionados por la existencia del covid-19 y el impacto que él mismo ha generado. Este virus ha bloqueado la agenda mundial, ha paralizado continentes, ha quebrado gremios, ha desplomado bolsas mundiales y ha logrado que el precio del petróleo haya sucumbido a su nivel más bajo sin haber precedente alguno.

Los últimos 3 meses han sido muy turbulentos, de la noche a la mañana empezamos a experimentar cambios vertiginosos que generan sentimientos mezclados, de amor y temor al mismo tiempo. Amor y valoración por lo que tenemos y quienes tenemos a nuestro lado, pero al mismo tiempo temor por lo que estamos viviendo.

A esto me atrevería denominar como una “vorágine de sentimientos”, donde vemos que ni siquiera los mismos expertos nos pueden ayudar, ni pueden responder lo que queremos escuchar: ¿fechas exactas en la que el virus desaparecerá? ¿Cuándo llegarán las vacunas? ¿cuándo todo va a ser normal otra vez? Nadie nos puede prometer nada. Y las promesas no llegan ni ahora, ni antes, cuando no conocíamos el covid-19, aunque sí otros virus, como, por ejemplo: el de la desigualdad, la violencia y el de la pobreza.

Sin entrar en el catastrofismo, necesitamos tener presente que la historia de nuestro país ha estado marcada en gran parte por el conflicto y la violencia. Estas han contribuido a romper el tejido social y han conllevado además a un empeoramiento de las condiciones de vida de muchos colombianos, ahondando aún más la pobreza y la precariedad.

Una historia donde “el buen vivir” ha sido una utopía, no para todos, pero si para muchos. Donde una gran parte de colombianos se han resignado a pensar que vivirán y morirán sin poder experimentar el vivir bien alguna vez en sus vidas, y ahora, de pronto, se escucha: que el país cambiará radicalmente después de la pandemia, que nada será igual, que vendrá una nueva era, que saldrán muchas cosas buenas, que bienvenidos a un futuro prometedor.

Los mismos vaticinios se repiten en entrevistas, en la radio, en la prensa, en los webinar y análisis de expertos, es decir lo que muchos creían imposible. Pero... la gran pregunta es: ¿a quiénes le cambiará la vida? dudablemente a los más pobres del país. Pues cabe mencionar que cuando se presenta una pandemia, todos nos vemos perjudicados; estas nos han mostrado que no hacen distinciones entre monarcas, republicanos, nazistas, comunistas, socialistas, ricos o pobres, pero lo que si se hace, es una marcada diferencia entre las diferentes clases socioeconómicas.

Bien lo ha dicho ACNUR, las catástrofes naturales y las pandemias golpean siempre de forma más fuerte a las poblaciones vulnerables por obvias razones: situaciones desiguales de bienestar social que los ponen en situaciones críticas y recrudecen la desigualdad.

La fragilidad de las sociedades y como estas ponen a prueba los sistemas de los diferentes países afloran, así como también las brechas ya existentes de desigualdad sanitaria, económica, social y educativa.

Cuando se trata de nuestro país, no podemos negar que las problemáticas sociales se han ventilado en esta crisis. El covid-19 ha hecho que salga a flote una cruda realidad que nos muestra una desigualdad enorme entre la calidad de vida de la población; dando esto cabida a la violación del derecho humano a la igualdad. Pues la población de escasos recursos en Colombia, que son los más débiles de nuestra sociedad, escasamente logran conseguir alimentos para el núcleo familiar y al mismo tiempo tienen que seguir el ritmo de las nuevas medidas y protocolos que se deben acatar.

Quiero poner en relieve una situación que ha resultado muy sensible en esta crisis y que sé que ha ocasionado estrés y preocupación en muchas familias colombianas y es la “propuesta pedagógica virtual”, donde a los alumnos se les está brindando clases virtuales. Propuesta similar a la que países desarrollados y ricos también están implementando; con la diferencia que en muchos de esos países como por ejemplo los países escandinavos (Suecia, Noruega, Finlandia e Islandia), tienen un sistema educativo que tiene como objetivo estimular las diferentes formas de aprendizaje y habilidades digitales y por esta razón casi todas las instituciones educativas han invertido en computadores portátiles que  le prestan a cada alumno  desde que inician el bachillerato y tienen acceso a él, hasta el finalizar sus estudios secundarios.

También cabe recordar que estos países gozan además de unos estándares de vida donde por familia existen mínimo 2 computadores, también hay tablets y en su mayoría cada miembro de la familia tiene celular con datos y la conexión de wifi en todas las viviendas no es para nada un lujo. Panorama que muestra que la propuesta pedagógica virtual que Colombia propone puede ser de igual calidad que estos otros países mencionados, pero que la diferencia está en las condiciones socioeconómicas tan desbordantes entre países.

Mientras en Colombia muchos padres de familia les tocan escoger entre comprar datos a su hijo para que puedan realizar el trabajo escolar o no comer, o comer y no comprar datos, es evidente que familias de otros países o en el mismo Colombia con un nivel económico alto ni siquiera tienen ese dilema.

Apoyados en la situación real de nuestro país, y con las expectativas de que haya un cambio estructural a las problemáticas mencionadas en esta columna; amerita pensar que uno de los verdaderos retos que nuestros gobernantes tienen durante y después de esta pandemia, está en el tener una visión incluyente, transparente y equitativa. Los próximos meses serán sumamente decisivos y de mucho aprendizaje, porque si bien el covid-19 puede empeorar algunas crisis ya existentes en Colombia, también puede crear oportunidades para mejorar otras. Además, puede servir para rehilar el tejido social de nuestro país.

Pero la reconstrucción del tejido social y los cambios reales y contundentes que se verán reflejados en el bienestar y calidad de vida individual, familiar y social,  serán  imposible sin la firme voluntad de los mandatarios en desarrollar estrategias para reducir las brechas de desigualdad sociales y de proyectarse para alcanzar una sostenibilidad duradera en tiempos venideros. Sin esto la reconstrucción del tejido social será aún más difícil que acabar con el mismo covid-19.