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ACTOS DE FE

Antonio Caballero
15 de abril de 1996

El hombre puede creer en lo imposible, pero no en lo improbable, señala Oscar Wilde en alguno de sus ensayos. Los colombianos debemos de ser distintos de ese hombre genérico, porque lo que se nos exige a diario es que creamos a pies juntillas en lo absolutamente improbable. "Ser colombiano es un acto de fe",dice un personaje de Borges. Y eso nos ordenan en los discursos políticos, en los editoriales de prensa, en los llamados a prestar servicio militar, en las ofertas de bonos, en los anuncios publicitarios: que tengamos fe en Colombia. Abusan de nuestra fe. Abusan de Borges. No han leído a Wilde.Porque todo lo que sucede en Colombia, o lo que nos dicen que sucede en los discursos, en los editoriales, en los anuncios es altamente improbable. Es improbable, por ejemplo, que sea cierta la versión de la Policía sobre la muerte de Chepe Santacruz; y que ante las dudas se ponga furioso el general Serrano no las disipa, sino que las aumenta. Ninguna versión de las autoridades colombianas sobre casos con muerto ha sido nunca verosímil, tanto si el muerto es 'malo', como Santacruz, como si es 'bueno', como Galán, o incluso si no está muerto, como en cualquiera de las cien veces que han anunciado la muerte de Tirofijo. Afirma el jefe del DAS que a la 'monita retrechera' la mataron "por motivos personales": y es tan poco probable que no lo cree ni el Fiscal. Cuando no hay muerto, igual. Así, llevamos año y medio discutiendo en torno a la campaña presidencial pasada cosas tan improbables, tan inverosímiles, que ni siquiera Heine Mogollón puede creerlas. Que Samper no sabía. Que Pastrana sólo supo por casualidad, gracias a un donante anónimo que le dio unos casetes en un aeropuerto. Ahora el Grupo Santo Domingo tiene la desfachatez de querer hacernos creer que una donación a Samper de 1.700.000 dólares fue hecha, a instancias del Grupo, por una empresa panameña de la cual el Grupo no sabe quién es el dueño. ¿Tan ingenuo es el Grupo? O más grave: ¿tan ignorante es el Grupo?No lo creemos. Si no le creímos al propietario del Grupo cuando aseguraba que había ayudado a Samper sin esperar nada a cambio, menos le vamos a creer al vicepresidente financiero de una de sus empresas cuando afirma que pidieron a terceros que lo ayudaran también sin saber quiénes eran esos terceros. No es que nos parezca imposible: si lo fuera, a lo mejor lo creeríamos, como hay quien cree que la Santa Casita de Loreto voló en brazos de los ángeles para escapar a los turcos. Es que nos parece improbable. Y ellos mismos, los que intentan convencernos, saben que no lo creemos, que no les creemos (tampoco ellos se creen los unos a los otros, ni a ellos mismos). Lo saben aunque, como el general Serrano con lo de Santacruz, se pongan furiosos. Lo cual no prueba nada; o si acaso, insisto, prueba más bien lo contrario. O aunque, como Samper, no se pongan furiosos: lo cual tampoco prueba nada. No prueba ni que sea cierto lo que dicen, ni que sea cierto tampoco lo contrario, lo que dicen otros a quienes tampoco les creemos: a ver quién va a creerle algo al abogado de Santacruz, Villa Alzate, aunque diga la verdad. O a ver quién va a creerle a Rudy Hommes lo que ahora cuenta del Grupo: quién va a creerle algo a alguien que ha sido Ministro de Hacienda durante cuatro años.No les creemos ni a los unos ni a los otros. No creemos que Samper no supiera, ni que Santo Domingo carezca de intereses económicos, ni que a Santacruz lo mataran como dicen que lo mataron. Y ese escepticismo tampoco informa nada sobre si los hechos en torno a los que creemos que mienten son buenos o son malos. Se puede pensar, por ejemplo, que es mejor que Samper sea presidente aunque sea con plata de los narcos a que lo sea Pastrana sin ella (o a lo mejor con ella: de eso no volvió a hablarse). Se puede pensar que es mejor que Santacruz esté muerto, así haya sido ejecutado extrajudicialmente, a que esté preso. Pero habría que saber. Porque un país no puede vivir de actos de fe, creyendo siempre lo que no ve, lo que no sabe, o dudando de todo lo que le dicen. Así no hay fe que aguante. Empiezo, por ejemplo, a preguntarme qué podrán pensar ahora, con las dudas que sin duda también ellos tienen sobre lo de Santacruz, esos ministros de Samper que hace apenas un mes estuvieron en desacuerdo con él cuando propuso la pena de muerte.

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