
Opinión
Adiós a la dignidad presidencial
La incoherencia de gobierno y, la autodefensa de un gabinete partido en dos, empeorará aún más los resultados de la gestión en la institucionalidad.
Es necesario ahondar en la tragicomedia que los colombianos vimos el lunes pasado durante el malogrado gabinete ministerial del actual gobierno y transmitido en horario prime time. Un millón de colombianos estupefactos asistieron a un espectáculo lleno de verborrea, trivialidad y descalificaciones entre quienes dirigen al país. Lo más impactante fue y ha sido la doble moral de un gobierno que no asume los tremendos fallos frente a su pueblo y que se devuelve contra sus colaboradores. Agotaron ya todas las narrativas del retrovisor para escudar su increíble incapacidad para gobernar.
Los colombianos no tienen punto de comparación con gabinetes de gobiernos pasados, cuyos presidentes nunca tuvieron la originalidad de transmitirlos en vivo y en directo. Algunos insólitos progresistas ensalzaron la ‘transparencia’ del gabinete abierto; otros —con una profunda deshonestidad intelectual y cero pruebas— caricaturizaron los gabinetes de la ‘derecha’ asimilándolos a la defensa de intereses particulares. Los muy cercanos a la calumnia, tuitearon aseveraciones difamatorias de anteriores gobiernos.
En mi caso particular, me correspondió hacer parte del gabinete de la pandemia, quizá el que ha sido sometido a la mayor presión en la historia reciente, por lo que esta representó. Tengo que decir que nunca asistí durante ese periodo a un consejo de ministros con un espectáculo de semejante naturaleza. El sentido de colaboración, trabajo conjunto y búsqueda del bien común que se dieron durante los consejos de ministros de la pandemia fueron absolutos. Esto no quiere decir que no existiesen rendiciones de cuentas por parte del presidente —e incluso recriminaciones— por problemas de ejecución. Sin embargo, es inconcebible aceptar un espectáculo de semejante envergadura, donde el presidente se descontroló contra la mayoría de sus ministros y donde estos le faltaron al respeto a la dignidad del cargo, cuestionando públicamente sus decisiones.
El oficio de ministro se agradece y goza el día de la posesión, pero de allí en adelante usualmente es un ejercicio duro. Se buscan resultados sin saber la temporalidad del encargo, se protege al presidente y se responde políticamente por toda la gestión, incluso por muchas decisiones y procesos que un ministro no alcanza a controlar. La regla básica para poder efectuar la gestión se basa únicamente en la confianza: tanto de la opinión pública como la del propio presidente. Si ellas se desgastan, las consecuencias siempre deben llevar a la salida.
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Un consejo de ministros no puede ser igual que un consejo comunitario, donde la rendición de cuentas es pública y descarnada. En un consejo de ministros todos sus integrantes deben tener la capacidad de expresar sus opiniones y prevenciones frente a las decisiones y políticas de gobierno. Esa partitura se perdió el pasado lunes y el problema humanitario más grave que ha tenido el país actualmente —como es la crisis de desplazados del Catatumbo— ni siquiera se consideró. No había ni la más mínima garantía de respeto y confidencialidad frente a cualquier posición de sus integrantes.
Ese fallido consejo expresó un tipo diferente de afectación de la confianza. Fue evidente que esta no existió entre algunos miembros muy importantes del gabinete: desde la vicepresidenta y muchos ministros. Peor aún, las expresiones de los ministros evidenciaron la pérdida de confianza hacia el propio presidente, su buen juicio al nombrarlos y defenderlos a ultranza.
También se hizo muy evidente la ruptura dentro de la propia coalición de gobierno porque, significativamente, se aplazaron las extras del Congreso de la República, lo cual indicó el nivel de incongruencia que se ha transmitido al órgano Legislativo. Frente a unas elecciones bordeando la esquina, el progresismo se enfrentará a una difícil dualidad, tal como el presidente expresó: el partido de gobierno en solitario no tendrá ninguna posibilidad, como se demostró durante las elecciones de alcaldes en 2023. Pero, por otro lado, las ambiciones políticas y proyecciones de los que no hacen parte del núcleo ideológico aterran a quienes mantienen la beligerancia del proyecto político.
En los últimos acontecimientos, el presidente reconoció las bajas (por no decir pocas) opciones del progresismo para mantenerse en el liderazgo del poder. Le apostarán entonces a soportar algunas cartas del petrosantismo, o los verdes oportunistas, de cara al 2026. Esa opción cae, como anillo al dedo, a los ganadores del consejo de ministros.
El anterior es un escenario político que tiene opción para las próximas elecciones presidenciales. Mantener las caudas y cuotas de poder que la izquierda ha posicionado en los diferentes ministerios, puede permitir al progresismo una especie de ‘hibernación’ en los siguientes cuatro años, y empujar desde un gobierno de coalición las —hasta ahora— malogradas reformas.
Mientras tanto, tendremos un año y medio durísimo si se persiste en la transmisión de los consejos de ministros: la incoherencia de gobierno y la autodefensa de un gabinete partido en dos empeorarán aún más los resultados de la gestión en la institucionalidad. Y, en los mercados, la regla será sálvese quien pueda.