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Pero Uribe es peor

Antonio Caballero, Antonio Caballero
9 de junio de 2018

Sigo pensando de Gustavo Petro todo lo malo que he dicho de él en estas columnas. En resumen: Petro no me inspira confianza. Pero el problema es otro.

El problema es Uribe. Se trata de impedir el regreso nefasto de Álvaro Uribe al poder por interpuesta marioneta; y la única manera de lograrlo es eligiendo presidente a Petro, porque no es otro el candidato en la segunda vuelta electoral. Así que voy a votar por Petro. Exactamente como hace cuatro años voté por Juan Manuel Santos para evitar ese mismo regreso nefasto de ese mismo nefario expresidente Uribe tras la máscara de otra marioneta, hoy descartada por él como un juguete roto. Voté a sabiendas por lo malo: para que no sobreviniera lo peor.

Eso mismo haré el domingo que viene.

Votar en blanco entre dos males es lo que parece aconsejar la prudencia. Pero es una equivocación: como decía con pertinencia Sergio Fajardo en uno de los debates entre los candidatos, “la corrupción vive de la abstención”. Votar en blanco, o abstenerse, o anular el voto, es ayudar a que gane el mal peor, porque le abarata la victoria. Es ayudar al que lleva ventaja: al melifluo y mofletudo Iván Duque, que es un dócil guante de terciopelo en la mano de plomo del expresidente Uribe, a quien él llama con reverencia “presidente eterno”. Duque canta y juega fútbol, toca la guitarra, habla fluently en inglés, sabe hacer en la pista piruetas acrobáticas de bailarín profesional de salsa, y todo eso es sin duda muy meritorio en un candidato presidencial. También el difunto presidente Julio César Turbay enamoraba a las señoras bailando El polvorete. Pero hay que recordar lo que fue su gobierno, precursor del de Uribe tanto en la represión como en la corrupción. Y cómo, desde su retiro, se empeñó todavía en crear un partido de garaje para apoyar la reelección de Uribe, al que quiso ponerle el nombre de “Patria Nueva”, alusivo a la “refundación de la patria” que entonces proponían los paramilitares y reminiscente del que en la República Dominicana había tenido el dictador Rafael Leonidas Trujillo.

Porque no es Duque el que viene, sino Uribe el que vuelve. Con su cola. Con sus amigos hoy presos o prófugos, con sus narcoparamilitares y sus narcomilitares y sus muchachos del DAS, con sus militares incitados por él a los criminales falsos positivos, con sus expoliadores de tierras, con sus desplazadores, con sus apóstoles, con sus visitantes por el sótano, con sus testigos asesinados y su advertencia (en un lapsus) de que va a perseguir a los periodistas que denuncien esos asesinatos, con su represión, con su corrupción, con sus ansias de venganza y sus necesidades de impunidad judicial para los delitos cometidos por él y los suyos, con sus ganas de guerra, con su obsesión por destruir lo esencial de los acuerdos de paz con las Farc, que consiste en que los exguerrilleros puedan hacer política. Y a sus seguidores de antes (ver ‘Los nostálgicos’, 2014/06/06) se suman ahora todos los lagartos con sed de puestos o de contratos, que se han precipitado a anunciar su adhesión al que de antemano consideran ganador: los liberales de Gaviria, los conservadores de Andrade y Barguil, los de La U de Barreras y Benedetti, los de Cambio Radical de Vélez y Lara (y Vargas Lleras), los de las sectas cristianas de Viviane Morales, los católicos integristas de Alejandro Ordóñez. Y Andrés Pastrana. Toda la podredumbre de la politiquería nacional en un revoltijo nauseabundo.
Es Uribe quien vuelve, con todos sus horrores. Y para impedirlo no hay más que un recurso extremo: votar por Petro.

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