
Opinión
B. B.
¿Cuál fue la responsabilidad del presidente Belisario Betancur en el holocausto del Palacio? Haber claudicado ante sí mismo.
Belisario Betancur no fue Belisario Betancur el día del ataque del M-19 al Palacio de Justicia hace 40 años. Belisario se esfumó. Belisario había sido siempre el verbo, la palabra, la locuacidad, aun la facundia. Ningún presidente del siglo XX es comparable a B. B. Solamente él conquistó la presidencia valiéndose de la palabra, únicamente de la palabra, porque no tenía otro capital político. Belisario nació en Amagá en una familia antioqueña muy numerosa, en la que él fue el primero en usar calzado. No venía de la oligarquía partidista, como Eduardo Santos, los Lleras (Alberto y Carlos), los López (Alfonso padre y Alfonso hijo), y no tenía el prestigio de Guillermo León Valencia (propio y el heredado de su padre, el poeta Guillermo Valencia).
Belisario no pertenecía a la oligarquía cafetera, como Mariano Ospina Pérez, que fue por mucho tiempo gerente de la Federación Nacional de Cafeteros y, además, símbolo del poder económico de Antioquia. Belisario no era un Misael Pastrana, obediente y dócil subalterno de presidentes, que por ese solo motivo llegó a la presidencia. Belisario no fue un gran manzanillo, como Turbay Ayala. Laureano Gómez también conquistó el poder gracias al verbo, pero gracias, sobre todo, al odio y a la insidia (la acción intrépida y el atentado personal fueron sus lemas de acción política). Belisario fue único en cuanto se hizo camino gracias a ser un hombre lenguaraz, un potentado de la palabra. Y el día en que el M-19 se tomó el Palacio, que debía ser el día culminante de una existencia construida con base en palabras y discursos, Belisario se sumió en el silencio.
Ante la tragedia, B. B. dejó de ser B. B., no habló por radio o televisión, no combatió con lo mejor que tenía, su capacidad oratoria. ¿Por qué B. B. se refugió en el silencio? No lo sabemos. Tal vez por el impacto de la audacia del M-19. El asalto guerrillero era para el Gobierno una traición. Tal vez, y enfatizo el tal vez, Betancur sintió que, ante la traición de la guerrilla, había que dejar que los militares procedieran. Porque esa fue la evolución de los hechos. Los militares obraron con revanchismo, a la topa tolondra, improvisadamente, sin tener siquiera los planos del Palacio de Justicia.
Nadie puede decir que otras decisiones hubieran garantizado otros resultados. Solamente hay unas referencias históricas. Un presidente entregado a los militares, como lo fue Julio César Turbay Ayala, le dio una salida de larga duración a una crisis parecida, como fue la toma de la embajada dominicana en 1980, con mínimo derramamiento de sangre. Un presidente no militarista como B. B. terminó actuando como todo el mundo pensaba que habría actuado Turbay, a bala limpia. En 1985, B. B., el otrora gran maestro del discurso, no habló. Se reunió con sus ministros, llamó a los expresidentes y decidió que no había negociación y que solamente habría diálogo si la guerrilla entregaba las armas. Ese no era el Belisario que Colombia conocía. No era el Belisario que inició de buena fe conversaciones de paz con el M-19 y con las Farc. No era el Belisario que en su discurso de posesión prometió que no se derramaría ni una gota de sangre colombiana.
¿Cuál fue la responsabilidad del presidente Belisario Betancur en el holocausto del Palacio? Haber claudicado ante sí mismo, no haber sido Belisario Betancur. No haber intentado, por lo menos intentado, ser lo que él representaba, que no era precisamente la balacera. Después del holocausto, B. B. siguió diciendo que lo sucedido en 1985 fue necesario para defender las instituciones. Recordemos, por contraste, la solvencia verbal de Betancur en la dictadura de Rojas Pinilla. En 1956,B. B. estaba reunido en un café con otros opositores del Gobierno. Se presentó un agente del SIC, el Servicio de Inteligencia Colombia, nefasto como el nefasto DAS que lo reemplazó, a preguntar quién estaba hablando mal del Gobierno. Belisario contestó: “Toda Colombia”.
Con esa respuesta, no detuvieron a nadie. Otro episodio. Cuando en 1959 se celebró el juicio a Rojas, que se dedicó durante el gobierno a adquirir fincas baratas y regaladas, y a incrementar su hato, fue el senador Belisario Betancur, quien dijo que Gustavo Rojas Pinilla había convertido el tambor de alambre de púas en símbolo patrio. En el holocausto del Palacio de Justicia habló un hombre lacónico por naturaleza, Alfonso Reyes Echandía, el presidente de la Corte Suprema de Justicia, que con cuatro palabras habló a nombre del derecho y de la conducta civilizada: “Que cese el fuego”.
