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En el límite de Colombia

Las fronteras tienen las heridas abiertas por donde se desangra Colombia en este tiempo electoral de posconflicto incierto y traquetos mandando en los territorios; y por esos boquetes enormes se está yendo la legitimidad del Estado colombiano.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
22 de abril de 2018

Las fronteras tienen las heridas abiertas por donde se desangra Colombia en este tiempo electoral de posconflicto incierto y traquetos mandando en los territorios; y por esos boquetes enormes se está yendo la legitimidad del Estado colombiano. Tumaco, Arauca, Catatumbo y el Chocó viven la tragedia de ser rutas transnacionales de coca sembrada y cocinada en dominios que ya no son de las Farc, que por décadas fungió como guardián de la convivencia y normalizador del mercado en las zonas cocaleras. Con la desmovilización, es a muerte la guerra por el dominio de los campesinos, sus parcelas y su producto.

Lo que está sucediendo en el Catatumbo es una tragedia con todas sus letras. En esta selva abandonada a su suerte por el Estado colombiano, que es la zona más densamente sembrada de coca en Colombia, desde hace un mes se están dando bala dos grupos de narcotraficantes (ELN y EPL) para hacerse a los cultivos y cocinas que antes controlaba y regulaba la Farc. 150 mil personas están bloqueadas y aisladas, sin suministros, comercio ni escuelas; las Naciones Unidas hicieron un llamado urgente para permitir el paso de ayuda humanitaria y recordarle a los bandos enfrentados que respeten a la población civil.

Tristemente aquí sucederá otra vez la historia de tantas otras guerras colombianas: cuando uno de los bandos ilegales se imponga sobre el otro, las autoridades dirán que los persiguen y ellos dejarán uno que otro rastro de su operación para que, de vez en cuando, la Policía antinarcóticos pueda mojar prensa diciendo que persiguió, decomisó y desmanteló.   

Con toda la razón, el presidente de Ecuador Lenin Moreno expulsó diplomáticamente al ELN de su territorio, zafándose de su compromiso como garante de ese proceso de negociación. Aunque las barbaridades en la frontera con Colombia las está cometiendo un ex Farc – el Guacho, el ELN está ahí pisando los talones a la disidencia para hacerse a las trochas, a los laboratorios, a los campesinos y a los territorios, igual que los del clan del Golfo, todos hampones armados hasta los dientes y perfectamente organizados para delinquir.

Así como en el sur el Guacho es binacional para escoger las víctimas, secuestrarlas y esconderlas, el ELN campea en Arauca y se enfrenta a dentelladas con el EPL en el Catatumbo, y en ambos casos, dicen, maneja la retaguardia en el otro lado de la frontera. Y no es de extrañar. Nada más propicio para el crecimiento de negocios ilegales que una situación política y social como la venezolana, en la que las autoridades no tienen controles mientras el país está ocupado buscando la manera de no morir de hambre.

Desde Tumaco hasta Juradó, en la costa Pacífica el único agente económico fuerte y con vocación de permanencia se llama narcos; paga por sembrar, cosechar, cocinar y transportar entre manglares la coca y la plata. Paga en ocasiones dos y hasta tres veces por la misma carga, eso no importa, la dinámica ya está afinada en años de operación. Allá la Armada y los traquetos juegan al gato y al ratón en una sospechosa manera de operar conjunta. De vez en cuando los traficantes tiran al mar un cargamento, para hacerse los perseguidos, y cuando esto sucede rápido corre la voz entre los pescadores que salen a buscar mar adentro los paquetes flotantes de droga. Cuentan que desde la playa se ven a lo lejos las luces de las linternas más potentes oteando en la oscuridad del océano por los paquetes. Una vez en tierra, hay un comprador atento para pagar por la mercancía un precio menor que el del mercado, pero son unos millones que el pescador se lleva al bolsillo y que, de otra manera, jamás hubiera podido conseguir.

Esta etapa por la que estamos pasando, con tanta crispación por cuenta de la campaña electoral, con esas fronteras acribilladas y la presencia activa de narcos mejicanos nos está volviendo, de nuevo, altamente vulnerables. Hace 20 años éramos un país paria por encabezar la lista de donde se cometían más secuestros, desapariciones y tomas guerrilleras del mundo. Hoy estamos tratando de reconciliarnos hacia adentro, pero las fronteras y sus guerras están para demostrarnos la debilidad e ineficiencia del Estado, que no pudo copar los espacios por décadas bajo control de las Farc, ni atender las necesidades de sus pobladores, abandonados a la suerte que les impongan los actores ilegales.

Lo que ocurre en las fronteras es la activación de una nueva fase de la eterna guerra colombiana, enfrentamientos que no obedecen a conflicto político, que tiene el motor en la cocaína y la ideología en el negocio transnacional. Con estas guerras activadas se entiende que todavía falte mucho para que se normalice la paz. Si es que la vamos a lograr.

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