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Óscar Ramírez Vahos

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Con la liberación de alias Violeta, Petro insulta a Bogotá

Bienvenida la reconciliación, el sometimiento a la justicia, el cese bilateral a todo fuego y la paz. Pero sin insultar a las víctimas de la guerrilla.

25 de noviembre de 2022

El 17 de junio de 2017 el Centro Comercial Andino estaba repleto. Miles de personas hacían compras para el Día del Padre. Sobre las 4:45 p. m. una explosión sacudió el lugar: la detonación le quitó la vida a tres mujeres y dejó heridas a otras nueve.

Fue un atentado terrorista adelantado con total sevicia, dirigido contra objetivos civiles y con la premeditación de que el Andino sería un lugar recurrido en vísperas del Día del Padre. La bomba fue puesta en el baño de mujeres, tristemente, por una mujer.

Violeta Arango Ramírez, alias Violeta, sería quien presuntamente hizo detonar esa carga.

Al ser detenida por las autoridades este año, alias Violeta negó tajantemente que fuera miembro de la guerrilla. Incluso con sus fotos ataviada con las pañoletas rojas y negras del ELN, y portando un pesado fusil de asalto, su estrategia de defensa consistió en señalar su proceso como un “montaje judicial” y desestimar que perteneciera a un grupo armado. Ese proceso de negación frente a la verdad es una nueva herida contra las víctimas y sus familias.

La revictimización no se detiene ahí, pues luego ocurrió algo más inaudito, increíble, e inverosímil: alias Violeta fue liberada esta semana por Petro para ser “gestora de paz” en el proceso que el Gobierno adelanta con el ELN en Venezuela.

Hay muchas cosas que la opinión pública no logra comprender.

¿Cómo es que alias Violeta pasó de ser una persona que “no pertenecía a la guerrilla”, para luego ser una negociadora del ELN en el proceso de paz? Peor aún: ¿cómo es que una persona capaz de asesinar a mujeres civiles indefensas en un atentado terrorista tiene la más mínima vocación para gestionar paz alguna?

La izquierda acostumbra a rebautizar a sus símbolos para que sean justamente lo contrario a lo que son: forajidos terroristas, violentos asesinos, sádicos secuestradores; desde Carlos Pizarro hasta el Mono Jojoy y Alfonso Cano, son ahora reconocidos como “luchadores de la paz”, “arquitectos de la paz”, “padres de la justicia social” y demás baratijas conceptuales con las que se pretende reescribir la historia.

Pero debemos ser francos y decir que hacer la paz no hace inocente de sus crímenes a nadie, ni lava sus culpas ni lo exculpa para la historia: comandantes paramilitares también se sometieron a un proceso de desmovilización general, y a nadie de la izquierda se le pasaría ni un segundo por la cabeza el decir que dichos comandantes son “arquitectos de la paz”, como sí lo hacen con Alfonso Cano. El pactar un final de las hostilidades armadas no debería confundirnos como país sobre la naturaleza criminal de nadie.

Bienvenida la reconciliación, el sometimiento a la justicia, el cese bilateral a todo fuego y la paz. Pero sin insultar a las víctimas de la guerrilla.

Volviendo a alias Violeta, son pocas las palabras que se pueden decir ante la sorpresa de verla en Caracas como “gestora de paz”: los abogados de las víctimas, la Fiscalía y la opinión pública no fueron notificados. Petro tomó la decisión con la autoridad presidencial que le atañe. Lo hizo porque fue una condición del ELN, y al hacerlo, sometió al Estado a reconocer como “gestora de paz” a alguien que claramente debe estar en prisión por terrorismo y homicidio agravado.

Detengamos nuestra atención en el concepto de “gestora de paz”. Alguien capaz de poner una bomba en un baño de mujeres civiles, ¿qué buscaba? La respuesta no puede ser sino esta: quitarle la vida a la mayor cantidad de personas que, según la mentalidad del ELN, pertenecieran a la “burguesía” colombiana. Al hacerlo, Violeta era dueña de un odio de clase que difícilmente se puede borrar por obra y gracia del Espíritu Santo solo porque Petro le dio la etiqueta de “gestora de paz”. Y aquí empieza lo dramático: al no haber purgado la pena de cárcel que le corresponde por sus crímenes, alias Violeta no se ha resocializado. Tampoco consta que se haya sometido a proceso psicosocial alguno para abandonar su odio revolucionario. ¿De verdad alguien así puede gestionar una paz?

Esto, sin embargo, pone a prueba nuestra capacidad de perdón como sociedad. Frente al laberinto de la violencia, Colombia parece haberlo intentado todo. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar por la paz? Esta es una pregunta que no solo debemos responder quienes nos oponemos a la impunidad de la que han gozado tan ampliamente los líderes de las Farc luego del proceso de paz; esto prende todas las alarmas de lo que sería una paz con el Eln: el mínimo de justicia y reparación a cambio del máximo de impunidad, curules, beneficios y hasta lavados de cara ante la historia. Quien debe reflexionar primero sobre esto es el mismo Petro, y reconocer que la paz no se construye perpetuando la ofensa a los indefensos ni revictimizando a las víctimas: llamar a alias Violeta “gestora de paz” es un insulto a las familias de las mujeres asesinadas en el atentado al Andino, y también a Bogotá, una ciudad donde el Eln adelantó 30 atentados terroristas en la pasada década.

Y es que no nos pueden obligar a llamarle “gestora de paz” a una promotora del terrorismo

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