
OPINIÓN
Cuarenta y dos años de la dictadura en Nicaragua
Daniel Ortega ha logrado mantenerse en el poder durante 42 años y proyecta seguir como un monarca medieval.
Pocas veces en el devenir de las naciones en la época contemporánea, un personaje como Daniel Ortega, ha logrado mantenerse en el poder y controlar a un país por más de cuatro décadas y “seguir tan campante”. Ese fenómeno ha ocurrido en algunos países socialistas y en uno que otro estado africano, en donde el sempiterno dirigente es reconocido como el libertador del régimen colonial.
El 19 de julio de 1979, Ortega llegó al poder, como el más caracterizado de los comandantes de la revolución sandinista. Desde entonces está detentando el poder y todo indica que piensa seguirlo haciendo indefinidamente.
Ha logrado que aquellos que se consideran árbitros y fiscales en los asuntos internos de algunos estados, pasen “de agache” ante esa aberrante situación y se limiten a formular de vez en cuando algún pronunciamiento. Ahora el sistema que está utilizando Ortega para perpetuarse en el poder, es meter a la cárcel a sus eventuales rivales, por más que sus opciones, en las condiciones actuales, sean muy limitadas.
Colombia, como otros países latinoamericanos, dio su apoyo político a la revolución sandinista. La posición colombiana fue fundamental en la reunión de consulta de ministros de Relaciones Exteriores de OEA, que fue el principio del fin del régimen somocista.
A los seis meses de haber asumido el poder y no obstante la actitud de Colombia frente al sandinismo, Ortega proclamó ante su país y el mundo que el archipiélago de San Andrés pertenecía a Nicaragua y que el tratado de 1928, en el que se reconoció la soberanía colombiana sobre el archipiélago, era nulo.
En los años 2007 y 2012, Ortega, que ha controlado los medios de comunicación, minimizó en su país los fallos de la Corte Internacional de Justicia que señalaron que el archipiélago de San Andrés y todos los cayos eran de Colombia. Le asignó igualmente al archipiélago importantes espacios marítimos y rechazó la delimitación marítima que Nicaragua pretendía, contrario de lo que Ortega había proclamado con bombos y platillos en 1980. Volvió a demandar a nuestro país para tratar que la Corte le reconozca el límite que le rechazaron antes.
Desafortunadamente los hombres, los pueblos y las naciones, se acostumbran a las situaciones más adversas. Venezuela se adaptó desde 1830 a tener gobiernos de ascendencia militar. Nicaragua, por su parte, se acomodó a estar sometida siempre a dictadores.
En Colombia, nos estamos acostumbrando a tener 600 muertos y 30000 contagiados diariamente; a ser espectadores de masacres; a los bloqueos y al vandalismo; al narcotráfico con todos sus efectos; a la inoperancia de la justicia; a la inseguridad y a la intolerancia.
En esas condiciones no nos podemos extrañar de lo que ha pasado y sigue pasando tanto en Nicaragua como en Venezuela.
(*) Decano de la Facultad de estudios internacionales, políticos y urbanos de la universidad del Rosario