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De Uribe a Santos: Del tropel a la calma en política exterior

No cabe duda que el país transita por nuevos caminos en materia de política internacional: con Uribe éramos el país problema y obstáculo en Latinoamérica y ahora somos una suerte de puente y de bisagra regional.

Semana
19 de julio de 2012

Durante el octenio Uribe fueron varias las ocasiones en que, en medio de las tensiones binacionales, el mandatario de un país limítrofe denominó a Colombia como el “Israel de América Latina”, para significar con ello la situación de conflicto con las naciones del vecindario y el aislamiento subregional que se derivó de esa situación.

Durante la vigencia del gobierno Uribe dos naciones vecinas rompieron relaciones diplomáticas con Colombia. El gobierno de Ecuador lo hizo en marzo de 2008 tras la Operación Fénix que abatió a “Raúl Reyes” en un campamento de las Farc en territorio del vecino país, mientras que el gobierno de Chávez optó por tal camino en julio de 2010 como respuesta a la decisión colombiana de denunciar ante el Consejo Permanente de la OEA la presencia de campamentos de las Farc en territorio venezolano. Con Ecuador la renovación plena de relaciones diplomáticas tomaría 20 meses, mientras que con Venezuela la ruptura fue de poco más de 15 días y se facilitó tras la posesión del nuevo gobierno Santos.

La anterior ocasión en que Colombia había enfrentado una situación límite de rompimiento de relaciones diplomáticas con otra nación había tenido lugar décadas atrás con Cuba, a propósito del incidente con la embarcación Karina en marzo de 1981, aunque en tal época la iniciativa fue colombiana y la reanudación plena de relaciones, formalizada en octubre de 1993, tardaría más de una década.

También fue en el curso de las dos administraciones del presidente Uribe que se volvió a señalar a Colombia como el “Caín de América Latina”, luego de que ese lamentable calificativo se usara por primera vez contra el país en 1982 cuando el gobierno Turbay Ayala decidió no respaldar la aventura bélica argentina en las Islas Malvinas (posición casi en solitario, solo acompañada, por razones diferentes, por la dictadura de Pinochet en Chile). El uso de tal descalificación contra posiciones internacionales del país se repitió en los últimos años a causa del apoyo de Uribe a la invasión de Estados Unidos a Irak (a contrapelo de las posiciones de México, Chile, Brasil y Argentina) y en el marco del debate continental suscitado por el acuerdo militar para el uso de siete bases militares colombianas por parte de sus pares norteamericanas.

La conjunción de toda esta gama de incidentes y desencuentros, llevaron a que al finalizar el gobierno Uribe el país se encontrara en uno de los momentos de mayor aislamiento de Colombia a nivel internacional, en particular en lo relacionado con su entorno regional inmediato. Sobre este telón de fondo, es que la nueva política exterior colombiana del gobierno Santos Calderón, bajo la conducción de la Canciller María Ángela Holguín, se trazó como propósito hacer de Colombia un país “puente”, “bisagra”, “articulador”, “fiel de la balanza” o “mediador”.

Esta nueva visión de la inserción internacional del país se fundamenta en el principio fundacional de las Naciones Unidas según el cual las controversias entre naciones deben tramitarse con preferencia por las soluciones civilizadas y pacíficas, habiendo uso de estrategias como la mediación y los buenos oficios. La historia del mundo está llena de ejemplos que demuestran que los países obtienen mayor provecho de la cooperación y el multilateralismo, que el que se deriva del unilateralismo y el conflicto.

El desarrollo de este nuevo énfasis Colombia retomó la prioridad de los vínculos con América Latina. Con Ecuador y Venezuela se abandonó la dañina “diplomacia del micrófono”, y la restauración de los canales de comunicación con Caracas ha tenido resultados tangibles en la lucha contra el narcotráfico y la delincuencia que en el pasado reciente hubieran sido imposibles de alcanzar en medio de los pugilatos cotidianos entre Uribe y Chávez: la captura y envío a la justicia colombiana de criminales de toda denominación (Farc, Eln y bandas criminales), la reanudación del pago de deudas a exportadores colombianos, el fin de la zozobra que generaban los cierres fronterizos, la reactivación del comercio que aumentó en más de 500 millones de dólares el intercambio nacional en el 2011 y con respecto al 2010, aunque parece irreparable el daño causado al comercio por los rompimientos binacionales durante la era Uribe y que hoy hacen quimérico pensar en alcanzar de nuevo el récord de 7 mil millones de dólares de intercambio del año 2008.

También son hijos del nuevo tono de las relaciones colombo-venezolanas, el acuerdo binacional que llevó a Colombia al segundo turno en la Secretaría General de Unasur y el retorno de Honduras a la OEA gracias a las gestiones de aproximación, impulsadas por Colombia, entre las partes domésticas e internacionales involucradas en el impasse político que produjo la grave crisis democrática en ese país centroamericano.

La nueva perspectiva internacional del gobierno Santos Calderón parece empeñada en buscar la superación del histórico parroquialismo nacional que durante tantas décadas llevó al país a hacer política exterior de cara a Monserrate y de espaldas al mundo. En desarrollo de ese objetivo se produjo la reapertura de embajadas cerradas por la administración Uribe en Trinidad y Tobago e Indonesia, la inauguración de nuevas misiones diplomáticas en Turquía y Emiratos Árabes, y la apertura de un consulado en Shanghai, la capital económica de China.

El país ha asumido con profesionalismo la responsabilidad de ser por séptima ocasión miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas y dos veces presidente del más poderoso órgano de la ONU. En el desempeño de esa importante membrecía Colombia puso en la agenda del Consejo el atraso en la cooperación para el desarrollo de Haití y, en tributo a los principios de la cooperación y la solución pacífica de controversias, se adelantaron con el beneplácito de las partes gestiones de acercamiento entre Israel y Palestina, con el fin de coadyuvar en la construcción de soluciones para el Medio Oriente que sean sostenibles en el tiempo.

A pocos días de cumplirse el segundo año de vigencia del nuevo gobierno, el país parece estar transitando de los tiempos del Respice Pollum (mirar a los Estados Unidos) de Marco Fidel Suárez y del Respice Similia (mirar a los países semejantes) de Alfonso López Michelsen, a una nueva etapa en la que las relaciones con los Estados Unidos y los vínculos con Latinoamérica no se ven como prioridades excluyentes de la política exterior, sino como objetivos complementarios en la tarea de inserción de Colombia en el sistema internacional actual. En los comienzos de la segunda década del siglo XXI, parece posible afirmar que está en curso una política exterior fundada en una suerte de Respice Orbis cuyo objetivo es abrir por fin a Colombia al amplio mundo, con ponderación y objetividad, pero sin exclusiones ni complejos.

Esta nueva cara internacional del país se puede construir sobre bases reales y mensurables. Colombia tiene atributos geográficos que le facilitan una inserción internacional múltiple y diversa como la que ahora se pretende. Es a la vez andino, atlántico, caribe, amazónico, ecuatorial, de la cuenca del Pacífico, occidental, del sur del planeta, de la Orinoquia, americano, latinoamericano, suramericano, iberoamericano y mesoamericano. De todas estas inscripciones geográficas se puede derivar una incomparable variedad de vínculos y prioridades de política exterior.

Los avances de Colombia en las dos últimas décadas han sido determinantes para que ahora sea considerado como un país emergente, condición que lo llevó a ser incluido en los denominados Civets (nombre de un felino asiático) junto con Indonesia, Vietnam, Egipto, Turquía y Sudáfrica. Con el crecimiento esperado del PIB, el país pasará en el futuro cercano a ser la tercera economía latinoamericana, sólo superada en tamaño por Brásil y México. De acuerdo con proyecciones de la banca internacional, Colombia será en el 2040 la economía 26 del mundo. Dos universidades colombianas están en el reciente ranking QS de las 10 mejores de América Latina. El país es una de las tres potencias ambientales del mundo en materia de biodiversidad y recursos hídricos. El ejército colombiano es el segundo más grande de la región, nuestras fuerzas militares tienen el más alto nivel de alistamiento del subcontinente y la flota de helicópteros de la fuerza pública es la cuarta más grande del hemisferio occidental. El avance de las políticas culturales y los desarrollos técnicos en materia de producciones audiovisuales, han llevado a que la administración distrital actual busque catalogar a la capital del país como la “Bogowood” regional, a la vez que Medellín se consolida como sede latinoamericana de reconocidas empresas científicas y tecnológicas. Así mismo, la ley de tierras, la ley de víctimas y las reformas normativas en materia de protección laboral y sindical representan avances históricos en materia de protección de los derechos humanos en Colombia.

No cabe duda que el país transita por nuevos caminos en materia de política internacional: con Uribe éramos el país problema y obstáculo en Latinoamérica y ahora somos una suerte de puente y de bisagra regional, como lo planteara el presidente del BID, Luis Alberto Moreno, en la reciente Cumbre de las Américas. Pasar de Uribe a Santos implicó transitar de la tropelía y el estilo pendenciero, a la calma constructiva y el perfil mediador. Uribe manejó la política exterior con sangre caliente e improvisación, Santos conduce las relaciones internacionales con cabeza fría y estrategia.

Y este giro tiene lugar en un momento crucial, porque nunca antes como ahora había resultado tan claro que la política exterior es una herramienta de política pública de la no sólo no se puede prescindir, sino que constituye poderoso instrumento de desarrollo nacional. En buena hora el gobierno del presidente Santos y la Canciller Holguín han recuperado para el interés nacional el valor de la diplomacia, ese llamado “poder suave” de resultados fuertes cuando es bien practicado.

*Politólogo, Internacionalista, MSc de la Universidad de Oxford, Profesor Titular de la Universidad Externado de Colombia.

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