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Columna de opinión Marc Eichmann

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De vuelta al método Guanumen

Suponiendo que se respeta la constitución y Petro no puede repetir mandato, lo cual configuraría sin duda una ruptura institucional, no son muchos los candidatos de su tendencia que podrían sucederle en 2026.

Marc Eichmann
28 de febrero de 2024

En la medida en que Gustavo Petro y Francia Márquez anuncian cada vez más frecuentemente que no podrán asegurar su agenda de cambio en sus cuatro años de mandato presidencial, su discurso cada vez se enfoca más en su agenda electoral y menos en gobernar.

Suponiendo que se respeta la constitución y Petro no puede repetir mandato, lo cual configuraría, sin duda, una ruptura institucional, no son muchos los candidatos de su tendencia que podrían sucederle en 2026. Con una popularidad que ronda el 35 %, aquellos que se mantienen muy cerca de él generan rechazo en las mayorías, y los que no lo hacen no tienen la visibilidad ni el reconocimiento público mínimo para ser opción.

Por esa razón, con el fin de lograr su objetivo, los partidarios del gobierno han retomado el método Guanumen de comunicación, aquel que les funcionó tan bien en la campaña de 2022. Este método, lejos de posicionar a sus propios candidatos, se concentra en demeritar a aquellos de tendencias disímiles a la del actual presidente.

Las primeras víctimas del método Guanumen fueron el expresidente Duque y su ministro de Hacienda Carrasquilla, al proponer una reforma tributaria muy similar a la que propuso Ocampo en el mandato Petro. Mientras la primera desembocó en el estallido social que movilizó cientos de miles de colombianos, la segunda no generó reacción masiva alguna en la población.

La diferencia entre las dos reformas está en el caldo de cultivo que una parte del espectro de la izquierda venía construyendo desde hace mucho tiempo, muchas veces con ayuda de los medios en busca de chivas periodísticas: la imagen de un país acorralado por la corrupción de quienes estuvieron en el poder por décadas. El discurso de la desigualdad, donde quienes tienen lo hacen a costa de los demás, se fue posicionando por décadas hasta que se convirtió en el combustible de las manifestaciones violentas que incendiaron el país.

La realidad es otra. Desde la crisis del 2000, casi todos los indicadores relevantes para los colombianos mejoraron. La salud mejoró, la pobreza se acorraló, el ingreso por habitante mejoró significativamente. La cobertura de servicios públicos y de banda ancha se incrementó, pero el país, anestesiado por escándalos puntuales magnificados por el método Guanumen, no lo vio ocurrir.

Colombia no es más desigual que muchos países europeos antes de la acción del gobierno, es decir que la desigualdad la ha creado la clase política, justamente porque defiende sus beneficios. Léase bien, los problemas que tiene el país se deben, en gran parte, a que quienes llegan al poder son aquellos que saben manejar el sistema electoral, pero pocas veces aquellos que saben gobernar.

Se construyó en la mente de los colombianos un panorama en que la clase política que nos gobernaba debía cambiarse, utilizando figuras de odio al expresidente Uribe y a su partido, porque había alternativas de tendencias políticas a las cuales sí les importaba la gente. En 2022, los candidatos de la derecha que se enfrentaron a Gustavo Petro fueron imputados por una avalancha comunicacional que los fue clasificando, uno a uno, como parte de esa clase política tradicional, cuando la realidad es que quienes la creaban desde la izquierda eran más de lo mismo.

De quienes participaron en la campaña de Petro, se ve aún circular alrededor suyo a Armando Benedetti y a Roy Barreras. Hasta Ernesto Samper, cuyos excesos en el abuso de la política son conocidos, es un fiel defensor suyo. La diferencia con los gobiernos anteriores es que el Gobierno Petro se ha enfocado, particularmente, en concentrar todo el poder de la sociedad en el poder ejecutivo, a costa del resto de la sociedad. Esto incluye el sector privado, de pequeños y grandes empresarios, el poder judicial y el legislativo.

Las manifestaciones del presidente de profundizar el cambio solo se pueden interpretar en la misma dirección. Se trata de la misma clase política queriendo, en su incapacidad de generar bienestar a los ciudadanos, perpetuarse en el poder para prolongar su ‘vivir sabroso’. Es hora de que, como sociedad, hagamos valer nuestros derechos.

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