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Opinión

Del carbón a la energía nuclear: un giro necesario para el futuro de Colombia

Una decisión basada en la física del clima y en la termodinámica.

Camilo Prieto Valderrama
1 de agosto de 2025

Las decisiones energéticas no deberían tomarse por ideología ni por eslóganes publicitarios, sino por lo que realmente importa: física básica, balances materiales y consecuencias medibles. En Colombia, el carbón térmico sigue siendo una fuente relevante de electricidad. Quema materia orgánica fósil para generar vapor. Un proceso que no ha cambiado mucho desde el siglo XIX. Y como resultado: dióxido de carbono, óxidos de azufre, partículas finas, mercurio y cenizas. Cada kilovatio-hora generado con carbón libera aproximadamente 820 gramos de CO₂ equivalente. La energía nuclear, por contraste, emite alrededor de 80 veces menos. No se trata de una diferencia menor ni de un margen técnico: es una discontinuidad categórica.

En un estudio reciente de la Universidad Javeriana, publicado en Frontiers in Energy Research, evaluamos lo que significaría para Colombia reemplazar todas sus centrales térmicas de carbón por reactores nucleares modulares (SMR). Con dos metodologías —una determinista y otra estocástica— estimamos que este cambio evitaría la emisión acumulada de hasta 82 millones de toneladas de CO₂ equivalente entre 2035 y 2052. Pero el dato más elocuente aparece hacia el final: a partir del año 2050, cuando la sustitución sea total, Colombia podría reducir anualmente alrededor de 8 millones de toneladas de gases de efecto invernadero solo por dejar de usar carbón para generar electricidad. Ese número equivale, por ejemplo, a retirar todos los automóviles particulares de Bogotá durante más de un año.

Ahora bien, reducir gases de efecto invernadero no es el único beneficio. Hay otro igual de tangible: la salud pública. Las plantas de carbón emiten sustancias tóxicas que deterioran los pulmones, dañan el sistema cardiovascular y afectan el desarrollo neurológico. Aunque estas emisiones no figuran en los balances contables de las empresas eléctricas, sí se inscriben en los hospitales y en las estadísticas de mortalidad. Reemplazar carbón por energía nuclear es, por tanto, también una política sanitaria.

Por supuesto, muchos dirán que la energía nuclear es cara o peligrosa. Pero los datos muestran otra cosa. Las plantas nucleares tienen una de las tasas más bajas de mortalidad por unidad de energía generada. Y en cuanto al costo, los SMR ofrecen una oportunidad: menores escalas, tiempos de construcción más cortos y diseño estandarizado.

En este momento, más de 60 reactores están en construcción en el mundo. China y Rusia lideran. Colombia, aunque sin tradición nuclear para generación eléctrica, tiene talento técnico, marco regulatorio en desarrollo y un cronograma posible. El Plan Energético Nacional contempla que en 2038 podría conectarse el primer SMR. Pero no será suficiente con informes. Lo que importa es si estamos dispuestos a abandonar los mitos y mirar los números.

Los desafíos de la transición energética no se resuelven con buenos deseos. Se resuelven con decisiones basadas en realidades físicas. Colombia necesita reemplazar el carbón. Y lo hará no porque sea políticamente conveniente, sino porque la física, la salud y la estabilidad climática lo exigen. La energía nuclear no es perfecta. Pero en el menú de opciones realistas, es de las pocas que ofrece energía en firme, bajas emisiones y continuidad operativa. Ignorarla sería una forma más de rendirse ante la aritmética del colapso.

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