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Duque, el predicador

Yo respeto los vaticinios presidenciales y la luz divina que los inspira, pero creo sinceramente que la cosa va a ser más complicada.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
16 de mayo de 2020

Para ser un estado laico, sorprende la insistencia con que el presidente y su gabinete nos incitan en sus pronunciamientos oficiales a que nos consagremos a la Virgen de Chiquinquirá, al Sagrado Corazón y a la Virgen de Fátima para que nos vaya bien en esta pandemia. Sí, así como lo leen.

Y quien más ha impulsado esa fórmula religiosa como vía para salir de esta encrucijada ha sido el presidente Duque. Varias veces él mismo ha utilizado sus presentaciones diarias de televisión para predicar su devoción por la Virgen de Chiquinquirá y para convencernos de que si nos consagramos a ella, “nuestras familias saldrán de la cuarentena más orgullosas y fortalecidas que nunca”.  

Yo respeto estos vaticinios presidenciales y la luz divina que los inspira, pero creo sinceramente que la cosa va a ser más complicada. Lo más probable es que de la cuarentena salgamos más quebrados, más fregados y, en muchos casos, con un serio aumento de la violencia intrafamiliar, especialmente contra las mujeres. ¿Cuáles son las políticas con que nos va a sorprender el presidente Duque para mitigar estos problemas? ¿La de consagrarnos al Sagrado Corazón?

De nuevo: para ser un estadio laico, sorprende ver a un presidente predicando la urgencia de recurrir a la religión que él profesa y a la Virgen de la cual él es devoto como prerrequisito para salir bien de esta pandemia. Yo, respetuosamente, discrepo de esa mirada tan propia de Estados religiosos. Prefiero oír a los presidentes hablando como sujetos políticos y no como predicadores.

Pero, además, Duque nos pide orar, pero se desparrama en ayudas a los bancos y dice que quiere salvar a Avianca, una empresa norteamericana, mientras hay restaurantes que están cerrando y salas de teatro quebradas por falta de apoyo, lo cual tampoco es muy cristiano que digamos.  

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Su gabinete lo sigue como un faro en esta cruzada catequizadora. Para eso ha servido la pandemia. Para recurrir a la religión a falta de planes de gobierno. La vicepresidenta, Marta Lucía Ramírez, sacó hace unos días un trino en el que anunciaba, como gran solución a nuestros problemas causados por el virus, la noticia de que ella había consagrado a nuestro país a la Virgen de Fátima y de que lo hizo para “elevar plegarias por Colombia para que nos ayude a frenar el avance de esta pandemia”.

Tremendo éxito el de la vicepresidenta, pero tampoco creo que nos alcance. La pandemia se frena sobre todo con un sistema de salud preparado, con un aumento en el número de ucis, con más respiradores y con un Gobierno que se meta la mano al dril para financiar a los empresarios medianos y pequeños que hoy se sienten abandonados. Pero confiarle todo a la Virgen de Fátima me parece una osadía peligrosa que nos puede costar caro.   

La cereza del pastel corrió por cuenta de Alicia Arango, la ministra del Interior, cuya interpretación de la Constitución del 91, que permitió la libertad de cultos, es tan retorcida como esta cruzada. En el marco del Día Nacional de la Familia, y a petición de las iglesias, ella firmó, hace unos días, una resolución en la que convoca –al amparo del Estado– a “una jornada Nacional de oración y reflexión por Colombia” como una medida de ayuda espiritual a la emergencia sanitaria.

En la resolución se dice que el Ministerio del Interior es el líder de la política religiosa, cosa que es falsa. En Colombia no hay política religiosa, sino libertad de cultos; pero claro, una ministra que compara las muertes de los líderes campesinos con el robo de celulares no se le puede pedir mucho discernimiento.

La resolución no solo va en contra de lo que dice nuestra Constitución, sino que, encima de eso, sirve para afianzar un concepto de familia que excluye a las madres cabeza de hogar y a las parejas del mismo sexo. Es decir, esta resolución afecta el derecho de las minorías sexuales, de las mujeres y, encima de eso, rompe con la libertad de cultos que estableció la Constitución.

La pandemia ha servido para todo: para sepultar la Ñeñepolítica, para que el Gobierno haya pasado de agache en el episodio de la operación suicida contra Maduro que se habría hecho desde territorio colombiano y para que la inteligencia del Ejército pudiera perfilar a periodistas y políticos de oposición sin que ni el alto mando ni el ministro ni el presidente lo supieran –cosa que no se lo cree ni la Virgen de Chiquinquirá–. Pero sobre todo, le ha servido para catequizar y convertir la política y el poder en un culto al señor.

Yo soy agnóstica, pero siempre he respetado todos los cultos. Pero eso de tratar de imponer la religión a través de resoluciones y al amparo de una ministra que cree que su ministerio es la máxima autoridad de la política religiosa del país, es no solo inconstitucional sino inaudito. Este país no está para presidentes que prediquen la fe del carbonero.

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