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Duque se delica

Duque, que lleva poco tiempo en el ejercicio de la política profesional, está descubriendo en carne propia lo que es sabido desde Maquiavelo y desde Platón: que la mentira es la primera y principal herramienta del gobierno.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
15 de febrero de 2020

AIda Merlano arremete contra todos: el presidente Iván Duque, el expresidente Santos, el expresidente Uribe, el exfiscal Martínez Neira, los hermanos Gerlein, la familia Char. Bella, lloriqueante, pobre niña pobre usada y perseguida por los poderosos y condenada luego por la justicia en lugar de los verdaderos culpables de sus crímenes, sus cómplices, sus jefes, sus amantes, que querían callarle la boca, así fuera matándola. Ella se fuga acrobáticamente de una cita odontológica (¿cuántos presos comunes salen a practicarse un diseño de sonrisa?), se refugia en Venezuela y, capturada de nuevo, amenaza con contar todo lo que sabe sobre sus jefes, sus cómplices y sus amantes. Y el gobierno de Colombia se asusta.

Es una bobería rechazar lo que dice en Caracas ante un juez la exsenadora Aida Merlano con el argumento de que son acusaciones e insultos “libreteados” por el dictador venezolano Nicolás Maduro, como hace nuestro bobalicón gobierno colombiano. Primero, porque para lanzar esas acusaciones y esos insultos está el propio Maduro, que no necesita portavoces (y además tiene a Diosdado Cabello). Y segundo, porque el resto de lo que denuncia Aida sobre la corrupción colombiana no es cosa de Maduro, sino de ella. Y en muchos aspectos debe de ser verdad. Lo prueba la reacción teatralmente indignada del ex fiscal general Néstor Humberto Martínez, que se revuelve como un escorpión herido. “¿Quién le cree?”, pregunta retóricamente Martínez.

Para empezar, le creo yo. Y tal vez el país entero. Y me parece que también le cree el presidente Iván Duque, que también se pone histriónicamente furioso y prorrumpe en injurias: “¡Esa señora es una bandida, una mujer corrupta, y está prófuga de la justicia!”. Y “se delica”, ofendido: “Yo no quiero matar a nadie”, asegura con esa falsa cólera manoteante que él llama “contundencia”.

Tampoco quería dar “mermelada”, decía: los puestos y los consiguientes contratos que ahora anda repartiendo entre los politiqueros para comprar lo que llaman “gobernabilidad”, y que uno de sus admirativos defensores en la prensa califica de “Política con P mayúscula”. Ni quería hacer una reforma pensional, decía: la misma que prometió su ministra de Trabajo. Ni hacer fracking, decía: el fracking petrolero que ya autorizó su gobierno. Decía que no quería hacer “ni trizas, ni risas”, los acuerdos de pacificación firmados con la guerrilla de las Farc. Los mismos que llama “semifallidos” su hasta ahora ministra del Interior y recién nombrada, como en una demostración de sarcasmo, alta consejera para los Derechos Humanos: la encargada de llevar la cuenta de los asesinatos de líderes sociales que bajo la presidencia de Duque llevan un ritmo de diez por semana sin que sus otros numerosos altos consejeros de toda clase de cosas adviertan en ellos el menor asomo de sistematicidad.

Y por eso hace Duque la farsa de pedirle al presidente de mentirijillas de Venezuela Juan Guaidó que extradite a la fugitiva Aida Merlano. A sabiendas de que no tiene la autoridad para entregarla, y justamente por eso: para que no vuelva, y así sus revelaciones no tengan efectos jurídicos en Colombia. Porque Duque sabe, como sabemos de sobra todos los colombianos, que los votos se compran, en la Costa de los Gerlein y de los Char y en todo el país. Los colombianos en general no tenemos las pruebas. Pero Aida Merlano sí.

Que el presidente Duque mienta no será una sorpresa. Todos mienten. ¿Acaso no miente doscientas veces al día el presidente norteamericano Donald Trump? ¿No se hizo elegir a base de mentiras el primer ministro británico Boris Johnson? ¿No acaba de mentir sobre el coronavirus el gobierno de la China? Duque, que lleva poco tiempo en el ejercicio de la política profesional, está descubriendo en carne propia lo que es sabido desde Maquiavelo y desde Platón: que la mentira es la primera y principal herramienta del gobierno.

Y es por eso que cuando le dicen mentiroso se delica.

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