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El callo de la fe

En estos días el ministro Londoño, siempre tan locuaz, dijo que veía la mano del Sagrado Corazón en la caída del Cessna en el Caquetá

Semana
10 de marzo de 2003

La primera vez que estuve en un paIs islámico, a los pocos días de caminar por las calles de una gran ciudad, El Cairo, tuve la sensación de que los egipcios tenían una curiosa mutación genética que solamente heredaban los varones: era una especie de lunar oscuro en la mitad de la frente. El tamaño de esta mancha, entre negruzca y marrón, variaba mucho con las personas,

pero un buen porcentaje de la población masculina presentaba esta característica. Al cabo de un tiempo me atreví a preguntarle a un amigo egipcio qué era eso. El se rió de mi ingenuidad y me dijo que esa mancha era un callo que les salía a las personas muy piadosas, "el callo de la fe", de tanto refregar la frente contra los tapetes de oración. Bien sea en las mezquitas o en cualquier otro sitio, a ciertas horas del día los fieles musulmanes dirigen su cara hacia La Meca y se inclinan varias veces hasta rozar el suelo con la frente mientras musitan sus plegarias.

Este callo típico de los islámicos recibe en árabe un nombre humorístico y metafórico, zibiba, que quiere decir uva pasa. Cuando un político egipcio quiere ganarse el favor de los electores más fervorosos, que son la mayoría, cultiva cuidadosamente, antes de sus apariciones en público, su propia zibiba, de manera que ésta quede bien visible tanto en persona como en televisión. La gente fervorosa le ve el callo oscuro al político y exclama por dentro: "¡Ah, este es un hombre respetuoso de los preceptos del Corán. Por lo tanto ha de ser una buena persona, un buen gobernante y un buen musulmán!".

Todo esto se me vino a la cabeza al ver cómo se escudan también en la fe quienes van a pelear la guerra que se avecina: todos la harán con el apoyo y en el nombre de Dios. No solamente el tirano Hussein (a algunos de sus lugartenientes se les ve la zibiba) invoca la protección y la venganza de Alá, sino que también, hace unos días, vi al presidente Bush, a su asesora Condoleezza, a su ministro Rumsfeld, todos con las manos entrelazadas fervorosamente, rogándole al "God" que siempre "Bless America", que los apoye en su cruzada por el bien en Irak. Su gesto me recordó esa foto maravillosa, maravillosa por lo tenebrosa, del Enola Gay, el avión que descargó la bomba nuclear sobre Iroshima (120.000 muertos de un golpe, los que produce en ocho años toda la violencia colombiana), en la que se ve a un pastor norteamericano bendiciendo el bombardero para que Dios le ayude a llevar a cabo su tarea sin contratiempos.

En más modesta medida, aquí también, los líderes guerrilleros del ELN (no sólo el cura Pérez, que exhibía casi siempre un crucifijo), y por supuesto los capellanes oficiales, ruegan al Altísimo antes de emprender sus campañas de ofensiva guerrillera o de defensa estatal. En estos días el inefable ministro Londoño, siempre tan oportuno y tan locuaz, dijo que él veía la mano del Sagrado Corazón de Jesús en la caída del avión Cessna en el Caquetá. La Providencia, según Londoño, nos mandó ese desastre con un fin bueno, para que el gobierno estadounidense se diera cuenta de lo grave que está la situación colombiana y nos prestara un satélite de rastreo. Ahora resulta que el Sagrado Corazón, tan inclinado al país, nos ayuda a que la guerrilla tumbe aviones y a que secuestren o les peguen tiros de gracia a los cooperantes de Estados Unidos. Si yo fuera creyente le diría blasfemo.

El callo de la fe no existe tan sólo en la frente de los musulmanes. Recuerdo que en el colegio se nos señalaba como ejemplo el caso de algunas madres muy piadosas, y cómo su fervor se les notaba en nuestra local uva pasa, que no sale en la frente sino en las rodillas. De tanto estar arrodilladas en los reclinatorios, les salía su zibiba, no musulmana, sino muy cristiana. Tampoco puedo pasar por alto dos fotos que vi esta semana. En la primera, durante la celebración de los 90 años de la madre de los Valencia Cossio, se ve en primer plano al Presidente de la República y a nuestro embajador en Roma, ambos de rodillas, mientras el arzobispo de Medellín eleva el Santísimo. En la segunda, el mismo Presidente y varios ministros exhiben, exactamente en el mismo sitio en que les sale la zibiba a los árabes, la aceitosa cruz del miércoles de ceniza.

En fin, el callo de la fe existe en todas partes, y a veces se ve más, o se ve menos, y dura un día o dura todo el año. Lo curioso es que todos los poderosos creen tener a Dios de su parte, o creen que el Corazón de Jesús los asiste, o Mahoma, o Alá, la Biblia o El Corán. Para todas las acciones, buenas o malas, eso no importa, los gobernantes se aprovechan de la fe de los gobernados, e indirectamente nos dicen: no se preocupen, que Dios está de nuestro lado. Por eso también Sharon acaba de aliarse con los extremistas religiosos de Israel. Pero qué tal que a Dios le tuvieran sin cuidado los asuntos de los hombres, como creía Platón. Es posible que le resulten tan insignificantes nuestras locas disputas y nuestras guerras atroces como a cualquier humano una batalla entre hormigas negras y hormigas coloradas.

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